Se cumplen 120 años del nacimiento de Luis Cernuda en Sevilla y ochenta de la publicación de Ocnos (1942), su magistral e isólito libro donde están sus recuerdos sobre la ciudad que le vio nacer.
Prosa poética que no culmina ni es deudora en el letargo del idealismo sevillano de los años veinte del pasado siglo, esencialmente expresivo, sino que introduce las nuevas corrientes estéticas europeas en su función comunicativa, en cada trazo de evocación un lenguaje nuevo, ni exuberancia léxica, ni abundancia formal, ni riqueza temática, pero vida y obra están presentes e inseparables y, como en Whitman, encontramos siempre al hombre y el espacio de su soledad.
Cernuda despreció la fama, esa diosa perra, como la llamaba D. H. Lawrence. En cambio buscó la gloria del Poeta. Nos recordó su amigo Octavio Paz.
Fue un poeta reactivo y liberador, silenció en parte su obra anterior a 1937, queriendo salir de la historia externa de la poesía en castellano. Como hizo después con el paisaje de sus primeros años y el nombre de su ciudad, enlazando vida y muerte con la naturaleza, la derrota con la profundidad y así exponer su memoria con una gran fuerza trágica y hermosa, creando de todo lo visible lo invisible de su tierra en una escritura de arte y vida.
Son las páginas de Ocnos fronteras dormidas, una profunda exploración de la existencia, donde se invoca la presencia real del tiempo, su despliegue del aparecer, en ese tiempo que se sustrae y pertenece a la ausencia está la resonancia de una visión y con ella la historia, la mirada que nos devuelve lo que el hombre sabe de sí mismo en una alianza de raíz y memoria, alianza que nos deja la revelación que angustiaba su silencio y su destino de poeta en un sur inmemorable.