“Hoy la noche va de mimbres buenos”, advirtió el presentador Juan Garrido. Ecos (o leco) del flamenco arcaico de Santiago y San Miguel. El público era menos nutrido de lo esperado, y se cumplió el dicho de que la lengua que más se oye en las colas de la Fiesta de la Bulería es el francés. Más un par de rostros nipones, de esos que todavía recuerdan cómo ponerse una mascarilla. Mimbres buenos y pocos, en torno a artistas veteranos que llevaban años bastante fuera de las tablas.
Tras las presentaciones salió Ángel Vargas, hermano de José Vargas ‘El Mono’, recordado con un aplauso. Las cuerdas eran de Domingo Rubichi, que acompañaría a tres de cuatro figuras. Quizá más conocido como saetero o como voz de villancicos, Ángel supo desenvolverse en una variedad de seguiriyas (desde El Nitri hasta letras de trilla), con ese cante ronco y roto de los Vargas Vargas. A la madre de ambos le dedicó un fandango (“A mí me parió una gitana: María Vargas se llamaba”) y en la bulería final —a cinco palmas, contando al propio Ángel— su nieto se atrevió con un baile bastante torero. En una de las ráfagas de esta bulería se desincronizó la imagen de las pantallas, que tuvieron un instante de retraso durante el resto del concierto.
La siguiente era también una Vargas, aunque su genealogía apunta más bien hacia Tomás el Nitri, La Perla de Cádiz e incluso Juan Talega. Pese a que vive en Jerez, la sanluqueña María Vargas no acostumbra a pisar sus escenarios. Decidió inaugurarse con la misma romera que solía cantar hace cincuenta años, cuando la acompañaba Manolo Sanlúcar. La voz se ha cascado en el buen sentido, pero algo fallaba en la entonación. Se confesó emocionada y nerviosa por cantar en Jerez después de tanto tiempo; sabido es que nadie consigue inmunidad permanente contra el mal del artista. No se sobrepuso, y en seguiriyas el guitarrista tuvo que cambiar dos veces de tonalidad. En los siguientes cantes se mostró más cómoda, apoyada por unos palmeros a los que pidió que la acompañaran en la reverencia final.
Tras una pausa de veinte minutos, aparece la menuda figura de Manuel Romero Pantoja, ‘Romerito de Jerez’, hermano de ‘El Guapo’ y único superviviente de los cantaores de aquel álbum de Hispavox de 1967, Canta Jerez. A la guitarra su vástago, ‘Romerito de Jerez Hijo’. Desde la primera soleá apreciamos un toque más mestizo que el que veníamos oyendo (donde lo más experimental podía ser una falseta en acordes de octava), que traspasaba por momentos los límites del flamenco. El rugido del padre servía de contrapeso, en unos clásicos tientos de Caracol, en bulerías donde el nonagenario artista dio sus pataítas y en fandangos que remató a pulmón. La ovación fue proporcional a la sorpresa, y esta a la edad. “Noventa años, quién los tuviera”, expresaría alguien.
El cierre de esta fiesta inaugural de la Fiesta de la Bulería, dedicada al barrio de Santiago, lo proporcionaba el barrio de San Miguel. De allí, al menos, emerge la dinastía flamenca que hoy se hace llamar “La gente de Tío Juane”, y que, nos aseguran, todavía “mantiene los códigos de la fragua”. Se trata de los hijos del ancestral Tío Juane, Cayetano Fernández ‘Nano de Jerez’ y Manuel ‘El Gordo’, y los nietos Pedro Garrido ‘Niño de la Fragua’ y ‘Manuel de la Fragua’. Primero una ronda de martinetes con temas fragüeros y carcelarios, donde pudimos comparar los estilos más pulidos de la nueva generación con la aspereza metalúrgica de El Gordo. Se les incorporó El Nano con unos tangos de La Niña de los Peines. Fiel a su showmanship, se presentó a sí mismo y a los otros, y se permitió un arranque de nostalgia por el viejo flamenco de Jerez, con menciones a Borrico, Terremoto, La Paquera, Sordera… “Que no se pierda la pureza, que no hay trompeta por bulerías. Que esto no está donde tiene que estar”. Emocionado por regresar a una Fiesta donde se bautizó con catorce años (y cuatro pesetas), mucho antes de introducir no la trompeta, pero sí el casco de bombero en las bulerías.
Una ronda de fandangos situó a Pedro como el más destacado de los jóvenes, aunque en bulerías fue Manuel. Este dejó finalizar a El Nano, con su voz tosigosa y sus amagos de quitarse la chaqueta, que terminó volando por los aires. Pocos más indicados que este heredero de la vieja tradición de la chufla.
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