Con este concierto se clausura la temporada Lírico-Musical 2017-2018 del Teatro Villamarta de un modo que podemos calificar de encantador. La obra de Britten se ha prestado muy bien para el desarrollo un interesante proyecto en el que se han sumado un muy nutrido conjunto de instituciones y centros educativos con el objetivo de hacer partícipes en un espectáculo operístico a niños y adolescentes que atesorarán una valiosa experiencia que puede ser la fructífera siembra de futuros músicos profesionales o amantes del género lírico. La conjunción de fuerzas en todos los aspectos de la producción, desde la interpretación o los figurines hasta los programas de mano y el photocall del vestíbulo, responden al interés, según los promotores, de crear una iniciativa artística participativa que integre diversos colectivos en un “proyecto de ciudad”. Los trabajos previos de audiciones, ensayos, preparación de los elementos escenográficos, figurines o coreografías han extendido la actividad de modo amplio en las semanas precedentes, lo que ha supuesto el trazado una relación de colaboración entre las entidades implicadas muy enriquecedora. Confiamos en que tenga continuidad, ya que esto será lo que verdaderamente hará cristalizar ese anhelado “proyecto de ciudad”. Los cimientos ya están puestos.
Benjamin Britten (1913-1976) fue uno de los compositores británicos más importantes del siglo XX, autor de un prolífico catálogo de obras de variados géneros, con una dedicación especial a la ópera. Una de ellas fue Noye's Fludde (El diluvio de Noé), compuesta en 1958, que utilizaba el texto de un misterio del siglo XV del ciclo de Chester. La idea original era que fuese representada en una iglesia o en un salón, a modo de obra de cámara, en la que los intérpretes fuesen aficionados y que el público (que Britten denominaba aquí “congregación”) se sumara cantando los tres himnos incluidos en la pieza.
Siguiendo la idea de su autor, la primera función tuvo lugar en una iglesia de Oxford el 18 de junio de 1958 usando un reparto local, aunque con la participación del English Opera Group bajo la dirección de Charles Mackerras, y en una función que se integró en el programa del Festival de Aldeburgh. Desde entonces se ha representado muy poco, y menos en España, aunque esta ocasión es la tercera en que sube a las tablas del Teatro Villamarta, tras las interpretaciones con producción propia de 2006 y 2008. En todo caso, es una feliz idea la de haber programado nuevamente este título con un planeamiento muy renovado con respecto al visto en las dos oportunidades anteriores.
El barítono onubense Ángel Rodríguez en el papel de Noé mostró cierta frialdad vocal en sus primeras frases, aunque la voz fue respondiendo mejor según avanzó la velada. El fraseo no fue suficientemente nítido pero se compensó con musicalidad. Su retrato de Noé fue estático, quizás porque subrayó la pasiva actitud de aceptación de la voluntad de Dios inherente al personaje. Por su parte, la contralto granadina Leticia Rodríguez como la mujer de Noé exhibió un timbre redondo, sedoso, con un caudal sonoro bien proyectado y un trabajo actoral expresivo y elocuente, probablemente el más destacado del reparto.
Felipe García Vélez, en el papel hablado de Dios, ofreció una interpretación acorde a lo que era esperable en el personaje: solemnidad, severidad y distanciamiento. A ello ayudó el que el rostro del actor fuera ocultado por el vestuario y el que su voz fuese amplificada.
La obra tiene previsto que las partes de los hijos de Noé y sus respectivas esposas sean cantadas por seis voces infantiles, tres niños y tres niñas. Aquí fueron asumidas en su totalidad por solistas femeninas (Ana Isabel Alarcón Gómez, Alba González Campo, Andrea Ramírez Ortegón, Paula García Carles, Alicia Ruiz Aliaño y Carmen Junquera). Todas ellas demostraron un buen dominio de sus respectivos cometidos, que fueron desarrollados con musicalidad especialmente en los pasajes de conjunto. Sin embargo, hubo limitaciones de proyección sonora en algunas frases solistas, algo explicable en voces que aún están en formación.
Otra imagen del ensayo general de la obra. FOTO: MANU GARCÍA
Simpática la interpretación de las cinco comadres (Francisca Albertos, Milagros Muñoz, María Del Pilar Cano, Mª Isabel Romero, María José Campo) y bien trazada la danza desarrollada por Antonio Ríos, en el papel del cuervo, y por Claudia Aliaño como la paloma.
Muy expresivas las intervenciones de la “congregación”, situada en las plateas del teatro, formada por el Coro del Teatro Villamarta, el Joven Coro del Teatro Villamarta y el Taller de Música Copad de Afanas, que realmente sonaron como si fueran un único conjunto. Especialmente brillante la plegaria cantada durante la escena central del diluvio. Por otra parte, muy bien cuadradas las intervenciones del Coro de Animales integrado por estudiantes de la Escuela de Música y Danza Belén Fernández (Escolanía Los Trovadores), el Conservatorio de Música Joaquín Villatoro y la Escuela de Música y Danza Musicry.
La orquesta fue organizada para la ocasión con una mezcla de músicos profesionales y amateurs, incidiendo en la idea de participación muy abierta que ha dominado el diseño del espectáculo. A pesar de algún pequeño accidente musical perdonable por la naturaleza ecléctica del conjunto, los resultados fueron óptimos gracias a la hábil dirección de José Miguel Román.
Eduardo Aguirre de Cárcer ha diseñado una dirección escénica en la que se actualiza la obra de Britten de un modo muy elocuente, en buena parte gracias al añadido de un prólogo u obertura en el que se explica el diluvio como una respuesta de un Dios enfadado ante la insensibilidad humana ante el deterioro del medio natural, la guerra y la violencia de cualquier tipo, la desigualdad y la exclusión social. El diluvio, así, limpiará/salvará el planeta de todas esas graves lacras y no es más que una consecuencia de la incorrecta acción de la humanidad, como pueden ser hoy los desastres ecológicos o la muy desequilibrada distribución de la riqueza motivados por el modo en el que se organiza el mundo.
La escenografía y el vestuario de la Escuela de Arte de Jerez y del propio Teatro Villamarta han sido imaginativos, originales y muy eficaces para la expresión corporal de cantantes, figuración y bailarines. También las lucidas máscaras de Carta Alta y Bottega di Pantalone. Especialmente bello fue el efecto del mar conseguido por los niños de las Escuelas de Música y Danza Belén Fernández y Musicry.
Al término de la representación, el escenario se llenó de una alegría contagiosa que se extendió al público por el disfrute de todos los participantes y la satisfacción que produce el recoger buenos frutos del excelente trabajo realizado. El mérito es aún más elevado si se tiene en cuenta que muchos de los componentes del equipo son jóvenes en formación, aún no profesionales, pero llenos de talento. En definitiva, una función que globalmente ha sido muy creativa y educativa; que ha respondido a un proyecto de alta y diversa participación, de esos que deseamos que se repitan en muchas ocasiones para que dejen de ser algo excepcional y se conviertan en una práctica habitual dentro de una sociedad que, de este modo, será indudablemente mejor.
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