Según el último informe que se acaba de hacer público, la novela negra, junto a la erótica, es uno de los subgéneros dentro de la narrativa que ha tirado del carro de las ventas de libros para que el año pasado podamos hablar de un incremento de casi un 3% en el depauperado sector. Posiblemente nunca se haya publicado tanta novela negra como ahora, y ello aunque dejemos de lado libros que no se pueden calificar estrictamente como tal, pero que participan de características concomitantes, como la novela de misterio de corte fantástico, la intriga criminal histórica o el thriller en todas sus variantes.
Sin duda, la punta de lanza de este fenómeno editorial fue la trilogía Millenium de Stieg Larsson, que propició el desembarco en toda Europa y, por supuesto, en España, de la literatura negra nórdica, desconocida hasta entonces por estos lares más calurosos. Al igual que sucedió con esta, cuyo estado de gracia fue aprovechado por las editoriales sin ni son para publicar restos de saldo, ahora en esta nueva eclosión también conviene distinguir el grano de la paja.
Ciertamente se hace necesario aclarar que cada vez es más difícil ser original en un género con la estructura argumental tan acotada. El joven autor gaditano Benito Olmo (1980), hasta la fecha bregado en el proceloso mundo de la autoedición, era consciente de ello y ha rehuido en el que podríamos calificar como su bautizo en el género, La maniobra de la tortuga (Suma, 2016), cualquier atisbo de sorpresa argumental. Olmo ha recurrido a las convenciones más estandarizadas de la novela negra, sin que ello suponga menoscabo alguno para su creación. Todo lo contrario. Se ha apoyado en un esquema clásico del género con múltiples referencias —veterano policía a punto de jubilarse que ve en el asesinato de una joven la posibilidad de redimir su oscuro pasado y aliviar su pesada carga personal— para hilvanar una historia canónica, desarrollada en la capital gaditana y otros municipios cercanos como Puerto Real o Jerez, que tiene la virtud de despertar el interés desde la primera línea.
Sin florituras verbales, con estilo seco y conciso, Olmo construye una novela con escasos personajes y una trama lineal en la que se van deslizando episodios del pasado de unos protagonistas sólidamente dibujados. Si nos permitiéramos hacer comparaciones con el cine negro, podríamos estar hablando de esas deliciosas películas de bajo presupuesto que se han erigido con el tiempo en clásicos de culto, como Detour de Edgar G. Ulmer, o algunas cintas de Phil Karlson. No es poco para un debut.
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