“Vietnam es como los gitanos de las 3.000 llamaron a la Bienal de Flamenco. Yo era concejal entonces en Sevilla. Tenía presiones de la gente del flamenco. Querían que en Sevilla hiciéramos un concurso que le “echara la pata a Córdoba”, con esas palabras. Eso no me daba mucho punto y se me ocurrió hacer algo distinto. Eso fue el sueño de la Bienal, que empezó en 1980 y que todavía vive, a pesar de todo. A pesar de los manoseos, de las intrigas, de las cosas chungas, que no se corresponden ni a compás, ni a inteligencia, ni a generosidad, ni a verdad, pero que mandan en la vida cotidiana. Y ahí estamos, sometidos a esa dictadura del mal”.
Esa reflexión, recogida en 2018 por eldiario.es, del fundador e histórico director de la Bienal de Flamenco de Sevilla, José Luis Ortiz Nuevo —dimitió cuando se le volvió a nombrar al frente del evento en 2018—, no solo sigue de plena vigencia, sino que 42 años después, recién concluida la Bienal número 22, el sobrenombre bélico cobra más fuerza que nunca tras casi un mes de vaso flamenco lleno o vacío, según se mire. Tras casi un mes sin armisticio posible entre ortodoxia y heterodoxia. Entre los que ven siempre al arte jondo moribundo; entre los que, como decía Agujetas, ven que todo el flamenco es mentira; y quienes lo entienden como un arte vivo en permanente contagio y evolución.
Una Bienal plena para quienes, con el director artístico de esta edición al frente, Chema Blanco, entendían que un festival, una muestra, debe ser ante todo riesgo. Y debe recoger rupturas, debe remover, debe agitar e incluso, por qué no, incomodar a los presentes. Una Bienal vacía, errática, por contra, para quienes piensan que solo es válido lo que ellos piensan que debe ser y debería contener la programación de una muestra de la altura y dimensión internacional de la Bienal.
Como Blanco sabía de los estocazos que estaban por venir, se le ocurrió de forma preventiva cargar contra la crítica “templaria” antes mismo de alzarse el telón. Y claro, con la libertad de expresión hemos topado. Otra cosa ha sido la deriva que han provocado los escritos: los insultos, la difamación y las quejas amargas de quienes han tratado de vilipendiar a artistas, con Rocío Molina —León de Plata en la Bienal de Venecia; la bailaora que puso a sus pies a Baryshnikov— y Niño de Elche, como sacos de boxeo, por el simple hecho de construir sus propuestas creativas en plena libertad, merodeando los límites (o directamente la periferia) de lo flamenco.
Zanjado el certamen, con el alto el fuego de parte de la crítica tras sus pertinentes balances, ahora ha tocado el turno del partidismo. Como en 1980, el candidato del PP a la Alcaldía de Sevilla en mayo de 2023, José Luis Sanz, ha tirado de comparativa (que siempre son odiosas) para desgastar al alcalde socialista Antonio Muñoz. “El Festival de Jerez nos ha cogido la delantera y se ha puesto por delante de la Bienal de Flamenco en programación, público e ingresos”, ha señalado, como si en el Festival de Jerez no actuaran también Rocío Molina, Niño de Elche o no se hubiese ido público en manada del patio de butacas reclamando a Israel Galván que bailara flamenco.
Pero lo que ha querido decir Sanz, en verdad, es que a la Bienal, al flamenco sevillano, le vuelven a echar la pata. O eso cree, o eso quiere hacer creer. “Sevilla le ha dado la espalda a la Bienal, que ha sido un auténtico despropósito y ha tenido una vana programación por la dejación de funciones del alcalde, que no se ha preocupado porque este evento sea un referente, como sí lo ha sido otros años, igual que tampoco le ha importado que no esté a la altura del arte flamenco, al contrario le ha dado igual dejar en ridículo al flamenco y a la ciudad", ha criticado Sanz, destrozando en su crítica política el trabajo de artistas y creadores, y en una lógica en la que, al parecer, un alcalde debe ser también programador cultural.
"El Festival de Jerez nos ha cogido la delantera y se ha puesto por delante de la Bienal de Flamenco en programación, público e ingresos", señala alcaldable del PP en Sevilla
El gobierno local ha replicado defendiendo a los artistas y asegurando que la Bienal ha programado un total de 68 espectáculos, con una veintena de funciones agotadas. En este sentido, ha destacado que el director artístico de la Bienal “ha contado, como ha sucedido con todos sus antecesores, con libertad creativa para programar, ya que este gobierno no se dedica a censurar a sus directores artísticos de ninguno de los festivales dependientes del Ayuntamiento, como tampoco lo hace con el Festival de Sevilla de cine o el FeMÀS”.
Sea un referente o no, la Bienal siempre va aparejada de polémica y guerras intestinas, con un especial afán por parte de algunos en freír a hostias al pobre o la pobre de quien coja sus riendas. El Niño (de Elche) desacraliza el templo flamenco de la ciudad de Sevilla, el Teatro Lope de Vega, publicaban los cronistas en 2018, hace dos bienales, empleando similares argumentos a los de la supuesta deriva de esta última edición. “La Bienal atosiga, agobia no más contemplar que, aparte de la programación de espectáculos de primer orden (dos y hasta tres cada día), aparecen por doquier infinidad de actividades como una colección aleatoria sin hilo conductor”, publicaban sobre la edición de 2016 críticos muy críticos (valga la redundancia) con la evolución del certamen como Manuel Martín Martín, veterano de El Mundo que ha mantenido meses de fuego cruzado con Chema Blanco.
"Este gobierno no se dedica a censurar a sus directores artísticos", se defiende el ejecutivo de Antonio Muñoz
En aquella edición fue Rosalía Gómez la responsable de dirigir el evento flamenco, y en alguna que otra entrevista ya advirtió de que era imposible dirigirlo “sin ganarse enemigos”. Una edición duró al frente la periodista y gestora cultural, víctima de una infausta trituradora de gestores en pelotas ante una parte de la afición siempre hostil, que siempre tiene un once ideal en su cabeza diferente al del seleccionador (por usar el socorrido símil futbolístico) y no cesa hasta cortar cabezas.
Hasta ABC de Sevilla, colaborador oficial de la Bienal, con su logo en el cartel, ha titulado esta semana Réquiem por la Bienal de Flamenco, dando por muerto el certamen. Para tranquilidad de Chema Blanco, el mismo periódico ya tituló en 2020 a modo de síntesis de aquella edición: El estado crítico de la Bienal. Los restos de un flamenco que, como diría Agujetas, es mentira. El espectro que regresa cada dos años para ajustar cuentas con el pasado mientras pasan cosas —como siempre: excelentes, buenas, regulares, malas— en los escenarios.