Se conocen desde los 16 años y llevan otros 46 juntos y siempre, siempre cantando. La que habla es Pilar La Mónica que, junto con Juan Madrera, son el núcleo de EA!, una banda chiclanera mítica que este mes de febrero ha vuelto a los escenarios después de ocho años de silencio.
Pilar tuvo que parar, su salud lo requería, pero ahora vuelve con la misma ilusión de siempre, quizá sintiendo más que nunca que “el arte es lo que nos salva”. La música de EA! emana compromiso e identidad, una esencia que no han perdido a pesar del paso de los años. “Nosotros empezamos a cantar canciones de autor, de Violeta Parra, Mercedes Sosa, Paco Ibáñez” y así, cantar y militar se hicieron la misma cosa. “Durante la transición, Juan y yo militábamos en el Partido del Trabajo (PTE) y en Chiclana había mucha gente: maestros de escuela, de instituto y hacíamos un mogollón de actividades haciéndonos pasar, eso sí, por jóvenes que pertenecían a asociaciones juveniles”.
Desde imprimir en casa de la abuela Juana (la segunda de Las Mónicas) octavillas subversivas en una “vietnamita”, como se llamaba aquella época a las multicopistas, a introducirse en festivales de música de centros religiosos para cantar canciones prohibidas. “Nosotros hacíamos todo, utilizábamos las gomas de borrar como tampones para estampar la hoz y el martillo, pero teníamos que tener mucho cuidado porque aquella máquina soltaba mucha tinta y no te podían ver los dedos manchados, ya que era una señal clara de que militabas en la clandestinidad”. O como aquel primer festival de la canción popular en el antiguo Palenque para celebrar un baile de estudiantes. “Conseguimos introducirnos en ese festival que era de la Iglesia y nos hicimos pasar por una asociación de jóvenes cristianos. Cuando vieron el cartel de los que cantábamos, lo suspendieron porque supieron qué tipo de canciones íbamos a cantar”, recuerda soltando una carcajada Pilar. También hacían murales, “Juan fue uno de los primeros que hizo murales reivindicativos en España y recuerdo uno precioso en plena calle de la Vega”. Y pintadas. “Cuando yo vi una pintada que pedía, pan, techo y libertad, me pareció lo más lógico del mundo. Así que cogí un ‘kanfort’ rojo y me puse a estampar ese lema por todas partes”.

“Ahora con el paso del tiempo, recuerdo esa época como muy divertida pero lo cierto es que pasamos mucho miedo”. Tanto que Juan fue torturado durante tres días y tres noches allí en Chiclana. “Casi acaban con él, pero no soltó ni un nombre de los compañeros. Aguantó como un jabato”, dice con orgullo. “Ten en cuenta que nosotras íbamos hasta arriba de propaganda debajo de la ropa y cuando veíamos un control, nos descomponíamos porque podían matarte allí mismo o torturarte. Sí, ya estábamos en la transición y todo lo que tú quieras, pero no había democracia todavía y la policía y los capturadores eran los mismos que en el franquismo”.
En toda esta actividad política la abuela Juana la Mónica, era fundamental. “Ella era republicana y desde pequeña me iba contando la historia de nuestra familia y creando una conciencia en mí. Mi madre, y la de Juan, criadas en plena dictadura, se murieron de miedo cuando se enteraron de que militábamos en la clandestinidad”. Muchas noches, la casa de la abuela era el cuartel general donde se reunían. “Un día, en una redada grandísima que hicieron en Chiclana, me fui corriendo a su casa para que escondiera toda la propaganda porque la teníamos como almacén. Cuando llegué me la encontré sentada en el patio y me dijo, tranquila, que ya está todo dentro en el pozo”.
Esa historia de represión a la que se refiere Pilar es, sin duda, la que configura su manera de ver el mundo. Sus tíos, tanto de padre como los de madre, fueron concejales republicanos en Chiclana. Cuando estalló el golpe, se escaparon y se metieron en un zulo, en un boquete, en Campano. Allí se llevaron un año y “mi bisabuela, que era muy cuca, metió a su hijo más pequeño y a su nieto en la Falange y en los Requetés simplemente para que supieran cuándo y dónde iban a buscar a los republicanos”. De hecho, ellos informaron a sus familiares que una noche de tempestad iba a haber una batida y los iban a encontrar. Las mujeres de la familia, rápidamente, se pusieron a escarbar la tierra debajo del olivo del patio de la casa para sacar las latas de pimentón donde tenían escondido el dinero para comprar un barco con el que los hombres pensaban huir. “El joven Juan, así se llamaba el barco”. Primero fueron a Tánger arrastrados por un ballenero noruego, luego a Francia y finalmente a Valencia donde terminaron en campos de concentración o en penales como el de El Puerto de Santa María.

En esas circunstancias, “todas las mujeres de la familia se fueron vivir a juntas e intentar aguantar. Se quedaron sólo con un puesto de la carnicería e intentaron sobrevivir sin los hombres en esa situación de represión”. Y ahí radica, la otra peculiaridad de Pilar y de su banda, la identidad. “Mi bisabuela, Mónica Aragón, fue una pionera, una emprendedora y con mucho ingenio. Además, era muy benefactora, tenía para todo el mundo”. La Mónica primera tuvo una fonda y “ella cocinaba a los ricos para sus fiestas. Era muy resuelta y con mucha gracia le decía todas las verdades a esa gente. Luego, cuando terminaba la comida, empezaba la juerga flamenca y ella bailaba, cantaba, y mis tíos también”. Y ese arte se traspasó a la abuela Juana y a otras Mónicas como Pilar, María, Nina, Raquel, Ana, Mónica, Gloria y “a otras mujeres de la familia que son profesoras de música o de piano”.
“Esa situación que tuvieron que vivir las mujeres de mi familia les dio una fortaleza que creo que nos la han transmitido”. Por eso, cuando acabada la transición, Pilar y Juan, decepcionados por cómo quedó el proceso político y agobiados por no encontrar trabajo en Chiclana donde ya estaban señalados, barajaron todas las posibilidades. Yendo a Francia a buscarse el pan, Juan se enteró que vendían casas en Las Alpujarras a 3.000 pesetas. Y allí que fueron, en un viaje lleno de casualidades y muy parejo al que contara 30 años antes el famoso hispanista Gerald Brenan en su famoso Al sur de Granada, Pilar y Juan, cargados con dos mochilas, una tienda de campaña y su hija de la mano. “Fuimos por caminos de cabras” hasta el pueblo que se convirtió en su hogar: Mecina Bombarón, que en aquel 1979 tenía poco más de 20 habitantes. Se llevaron viviendo 17 años, primero en una casa a dos mil metros de altura y ya luego, en el pueblo. “Nos hicimos ceramistas y recolectábamos plantas medicinales”, explica Pilar mientras se echa una infusión con sus propias plantas de mejorana, salvia, tomillo, romero y botonera.
Y allí, en la inmensidad de las Alpujarras granadinas y con nieve bajo sus pies, nació EA! “Nosotros siempre estábamos cantando, trabajábamos en lo nuestro, pero siempre cantábamos y dijimos pues vamos a volver” y no pudieron escoger mejor un nombre como ese. “Es una palabra que tiene mucho sentido y mucha fuerza, que lo mismo sirve para acunar a un niño, que para decir que se acabó o para expresar que hay que tirar adelante”.

Canciones míticas como La vida o Furia conforman un estilo y un sello de EA! que tiene que ver con esa forma de ver el mundo de Pilar y de Juan. “Juan es artista, viene de familia de artistas también, porque su abuelo fue el que montó el primer teatro moderno y el que llevaba el Teatro García Gutiérrez. Él le mete mano a todo, compone, canta, hace cerámica, fotografía…se le da bien todo”. Y a ellos como compositores también se une Raúl Marcos Ruiz, “un compositor y un amigo muy importante en nuestra trayectoria y en nuestra vida”.
Seis discos después y unos años de descanso, la sala Cibeles en San Fernando fue testigo a principios de febrero de la vuelta de esta banda, con la participación de algunos amigos como el conocido Antonio Lizana, que hace más de veinte años tocara con ellos siendo en el Parque Almirante Laulhé, con Kiko Veneno como estrella principal. “Lo he pensado mucho porque, por un lado, digo, yo no hago falta, pero, por otro, creo que es necesario que seamos más los que cantemos poesía, cantemos compromiso, cantemos otras cosas. Aunque sólo sea un granito de arena lo que uno pueda aportar, es importante”. Además, “me motiva mucho escuchar a personas que me han contado historias bonitas que les han pasado con nuestras canciones. Que no son nuestras, no son mías, son del pueblo y es maravilloso que alguien de Greenpeace te diga que cuando se ponen frente a un ballenero y tiran la zodiac al agua se acuerda de Furia para motivarse. Si yo puedo hacer una canción que motive a alguien eso ya es un triunfo”. También, se trata de una necesidad. “A mí me cura el cantar, es como si yo tuviera una misión, no para salvar nada, pero sí para reconfortar a alguien en un momento dado”.
Este séptimo disco será un recopilatorio de sus directos y ya tienen cerrado un concierto en la mítica Sala Clamores de Madrid y en mayo la presentación del disco y un concierto en el Teatro Moderno de Chiclana. Allí también se dará a conocer el documental que el director francés, Henri Belin, ha rodado sobre sus vidas durante dos años.
Eso sí, queda EA! para rato. “El concierto en San Fernando fue una experiencia muy bonita, nos sentimos muy arropados a pesar del respeto que le tenía a volver a subirme a un escenario, pero ver a la gente cantando tus canciones tanto tiempo después, no tiene precio. Ese es el gran sueño que he conseguido en la música”. “Tengo muchas ganas de contar cosas nuevas, más que nada por la inconsciencia de la gente. Porque dictadores siempre ha habido, pero la situación de conformismo de ahora me da pánico. Antes éramos un montón de gente en las calles, pero ahora la gente está con los móviles y el consumismo. Yo creo que hay que estar cantándole a la gente y aportar esa manera de ver el mundo que tiene que ver con nuestra cultura, con nuestras costumbres. Si no lo hacemos, esa visión del mundo que se perderá. Más vale ser una loquita cantando por los caminos que una conformista”.