Una vez a la semana un grupo de hombres se reúnen para practicar un deporte cuyo origen se sitúa en los monasterios de la Europa continental, en Alemania. En el siglo IV, el bolo palma formaba parte de un ritual religioso. Ni por asomo era un juego que más tarde llegó a España gracias a los peregrinos del Camino de Santiago.
Aunque la cuna sea Cantabria, esta modalidad tradicional ha volado más allá de la comunidad y, con el tiempo, se ha ido asentando por el resto del país hasta llegar a Cádiz. En El Puerto, varios amigos juegan en la pista del Club Deportivo La Isleta, que da nombre a la peña bolística fundada hace una década. El Ayuntamiento decidió cederles este terreno a los aficionados que no querían dejar de tirar la bola al aire, unas 22 personas —entre jóvenes, adultos y veteranos—. “Todas proceden de familias de Cantabria, nietos e hijos que lo practican desde pequeños”, explica el gaditano Alejandro García, de 50 años.
Él es uno de ellos. Este agente de la Policía Local de El Puerto aprendió de su abuelo, y luego siguió con su padre, oriundos de Santander. Tanto se enganchó que ha llegado a quedar dos veces subcampeón de España —en 2010 y en 2011— en la primera categoría, que es la máxima en mundo de los bolos. Además es vicepresidente de la Federación Andaluza de Bolos en esta modalidad —hay un total de ocho, burgalés, leonés, césped...
“Lo descubrí por la familia de mi padre y llevo toda mi vida en una bolera”, dice mientras un compañero coloca nueve bolos en estacas de acero sobre una pista de tierra. La tierra cántabra está muy presente en esta quedada de bolo palma. “Es el deporte rey de Cantabria, allí se juega mucho y hay jugadores federados que viven de él”, cuenta Alejandro a lavozdelsur.es.
"Es el deporte rey de Cantabria"
A unos metros de él, un hombre de 80 años acaba de lanzar una bola al aire. Una sonrisa se dibuja en su cara al ver que ha derribado cuatro bolos en una tirada. Este veterano presidente de la peña es su padre, natural de Roiz, que aterrizó en El Puerto con apenas 15 años cumplidos. Por entonces, este deporte ya había echado raíces en la ciudad.
“Cuando llegué había mucha afición a los bolos y había boleras, hoy ya no es lo mismo que antes”, comenta José Manuel García que empezó en el antiguo mesón del montañés. El local era punto de encuentro de todos esos jándalos y chicucos que migraron al sur en busca de mejorar sus vidas.
El cántabro, que ya jugaba en La Montaña, continuó practicando en El Puerto, donde una tarde cualquiera recuerda otros tiempos. “Entonces no teníamos otro entretenimiento, cuando venía de misa los domingos había una cantidad de gente esperando para jugar”, explica José Manuel, que fue el chicuco de los ultramarinos Los Caballos, junto al Resbaladero.
Muchísimos montañeses trajeron a la provincia de Cádiz esta disciplina que dio pie a la creación de muchas boleras, algunas ya desaparecidas. En Jerez se localizaba una en el club Nazaret u otra en Chapín —actualmente abierta— y en Cádiz aún perdura la del centro cántabro, en la avenida de Portugal. “En la calle Ganado había una, es la que fundó mi padre”, comenta Manolo Ortega, dueño de la mítica carnicería portuense. Él no era montañés, pero disfrutaba con ellos tirando bolos.
En sus pistas se entrenaron aficionados que llegaron a triunfar en las ligas nacionales. José Manuel fue campeón de España en la segunda categoría. “Fuimos a la cuna y cepillamos a los buenos”, ríe. El bolo palma forma parte de sus vidas y pasa de generación en generación. Normalmente padre, hijos y nietos coinciden en la pista, donde Borja Domínguez acaba de recoger una bola lanzada desde la zona de tiro.
Quien tire más bolos gana. Sin embargo, no todos lo hacen desde la misma posición. Los jugadores se colocan más cerca o más lejos de los bolos en función de su edad. A su vez, eligen la bola según la fuerza y la práctica que tengan —las hay desde un kilo 400 gramos hasta más de dos kilos.
Al contrario que en los bolos americanos, donde la bola rueda, en el bolo palma, se lanza por los aires. “Y se puede practicar de forma individual o en grupos”, dice Alejandro, que explica que este deporte “está poco extendido, no es muy conocido y es difícil que perdure muchísimos años más”.
Según cuenta, pese a ser el deporte autóctono de Cantabria y se encuentran boleras en casi todos los pueblos, “hay muchas que están en desuso”. Para José Manuel, “cada vez cuesta más” enseñarlo a los más jóvenes. Pese a ello, padre e hijo se han esmerado en promocionarlo en la ciudad y darlo a conocer para que se mantenga.
"En Cantabria hay muchas boleras en desuso"
“Pensamos que lo suyo sería que se implantara en los institutos y colegios como materia deportiva escolar, para que no se pierda”, expresan junto a la pista. Ellos ya lo intentaron en el IES José Luis Tejada, donde crearon una bolera y dieron clases a niños y niñas durante unos años. “Tuve una escuela con unos 30 chavales que jugaban a los bolos de maravilla y a todos los que han aprendido les ha encantado”, dice el cántabro.
En la actualidad existen cuatro peñas bolísticas entre la provincia de Cádiz y de Sevilla. Dos de ellas tienen dos equipos cada una, y otras dos, uno. Un total de seis equipos que compiten en una liga regional. En Andalucía hay entre 45 y 50 personas que practican bolo palma, que comparten la afición con otros jugadores que continúan la tradición en Madrid, Barcelona, Las Palmas, Burgos, País Vasco y Asturias.
En un banco, Luis Domínguez, Hipólito Purón, Francisco Gómez (padre e hijo) y Eladio Gutiérrez comentan las tiradas. “Lo que más me gusta es la tertulia, la charla, echar unas canciones montañesas, tomar una copa de vino”, dice este último, cántabro nacido en Bostronizo, Arenas de Iguña,
Eladio llegó a Cádiz capital cuando tenía 12 años y, como otros muchos, entró de chicuco en un ultramarinos. Él empezó a practicarlo cuando era niño. “Siempre que he podido he jugado, menos cuando tuve novia”, ríe este aficionado que abrió una pista en el camino viejo de Rota, en la calle Antonio Mairena.
El bolo palma crea lazos entre el norte y el sur y mantiene un trocito de Cantabria en Cádiz, repleto de historias familiares de jándalos que nacieron entre bolos.