La imponente cabeza de un toro vigila un plato de mojama. Ha sido testigo de juergas flamencas, conversaciones sobre la vida y sorbos de vino en pleno barrio de la Viña. Allí, con la piedra ostionera presente, nació hace 70 años Casa Manteca, negocio histórico gaditano cuyas paredes cuentan historias y rememoran encuentros entre cantaores y toreros. “Esto es lo que le apasionaba a mi padre” dice Tomás Ruiz, de 52 años, que tantas veces ha cruzado la puerta del local. A su alrededor hay carteles de corridas y cuadros, muchos cuadros, tantos que apenas se ven los muros.
Él y su hermano Pepe, de 56 años, celebran el aniversario de esta taberna grabada en la idiosincrasia de la ciudad que abrió en 1953 un montañés. Su abuelo, Lorenzo Ruiz Manteca, tan solo tenía ocho años cuando viajó desde Tesanilla, en el Valle de Pas, Cantabria, hasta el sur. “Entró a trabajar de chicuco y poco a poco fue cogiendo las riendas del negocio... se divertía, pero lo justito”, recuerda su nieto Tomás, tercera generación.
Era hostelero, pero también aficionado al flamenco y a los toros, y era habitual verlo rodeado de gallos de pelea que entrenaba para mandarlos a América, algo que con el tiempo, hizo su hijo, Pepe Ruiz Manteca. Con unos 35 años entró en el negocio que compaginaba su carácter tabernero con el de “almacén de toda la vida de los antiguos”.
Por entonces, “no había supermercados y mi abuelo vendía las cosas necesarias para vivir. Todo a granel, las lentejas, los garbanzos, la harina”. La voz de Tomás se pierde entre recuerdos. Su padre quiso continuar con el legado y tras varios años como torero, se involucró en el local. “Fue realmente novillero con picadores, no llegó a tomar la alternativa, pero toreó más de 100 corridas”, detalla el gaditano, que ha vivido en sus carnes el ambiente singular que siempre ha caracterizado a Casa Manteca.
En las mesas no faltaban las copas de manzanilla de Sanlúcar que se servían en peteras heladas. Vino a granel que se conservaba en botas de tres arrobas y que acababa en la garganta de Camarón de la Isla, de Rancapino o del vecino de la esquina. “Mi padre tenía mucho arte y fusionó a diferentes clases de personas. Aquí paraban directivos de empresas, rectores de la universidad, profesores de literatura y, a la vez, mariscadores, pescadores y gente del barrio, había una fusión muy bonita”, comenta Tomás, repasando la historia de este imprescindible gaditano.
Días de juerga flamenca entre chacinas, de intercambios de puntos de vista que quedan en la mente de esta familia. Ellos lloraron la pérdida de Pepe Ruiz a los 86 años en 2021. Por entonces, los hermanos ya llevaban al frente del local 21 años, desde el 2000. Ambos le dieron el relevo y compaginan la hostelería con sus trabajos, patrón de la marina mercante y fisioterapeuta. “Quisimos seguir la tradición con bastante dedicación”, comenta el hermano menor.
Desde su entrada, prescindieron del almacén de comestibles y centraron la actividad en la taberna. Además, se atrevieron a ir más allá y abrieron una freiduría justo enfrente de Casa Manteca donde los fieles, turistas y vecinos pueden comprar pescaíto frito y tomárselo sentados en este lugar emblemático.
Los hermanos Ruiz siguen en expansión. A la taberna y a la freiduría acaban de sumar un restaurante, ubicado en el entorno, al que han bautizado Arte Puro, como el eslogan que llevan en sus camisetas. “Tendrá los mismo productos, pescado, chacinas, conservas y también guisos marineros como garbanzos con choco y cositas buenas como la berza, el menudo o la carrillada”, señala. Para ellos, “una locura” que sacan adelante con entusiasmo y con sus antecesores en la cabeza. No en vano, son 70 años de autenticidad.
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