Los cofrades gaditanos (vulgo, capillitas) viven con un cierto pesar -que siempre negarán- la condición de infravalorados respecto a otros de Andalucía.
A la brillantez cegadora de las grandes semanas santas de ciudades mayores como Sevilla y Málaga, Córdoba o Granada, se unen las características peculiares de la provincia de Cádiz.

Es el único territorio andaluz en el que dos ciudades tienen más población, y quizás más peso económico, que la capital administrativa. Al protagonismo hispalense -"madre y señora", ya se sabe- o malagueño se unen el prestigio de Jerez, San Fernando y El Puerto de Santa María.
Estas ciudades tan cercanas presumen, quizás con cierta base histórica, de vivir con más fervor, profundidad y seguimiento sus procesiones que la ciudad que da nombre a la provincia. Eso no sucede en otras zonas de Andalucía. El debate recurrente tiene una resolución imposible.
Está basado en sentimientos y opiniones, en pareceres, hasta en suspiros, es el colmo de la subjetividad, así que nunca habrá resultado claro. Los que acudan a la Semana Santa de Cádiz pueden descubrir con sus propios medios, su mirada personal, algunos de los grandes momentos. Que los tiene. Faltaría.

Como en los tiempos de la inquisición, aunque los visitantes sean agnósticos o ateos, anticlericales, judíos, musulmanes o mediten (que es "rezar por lo civil" según el escritor Javier Ocaña) siempre pueden fingirse gentiles católicos, amables conversos efímeros.
Así podrán disfrutar a la gaditana, sin recibir improperios ni malas miradas, de una fiesta sensorial que, como en toda la región, sólo tiene una parte de religión íntima y muchos elementos paganos: culturales, sociales, turísticos y hedonistas.
Ayuda conocer algunas claves locales y combinar la contemplación cofrade con el disfrute de viandas, paseos y tapeos que han convertido Cádiz en uno de los grandes fenómenos turísticos españoles en lo que va de siglo.
Vocabulario local para evitar líos
Para ejecutar el acercamiento, conviene manejar el léxico. Utilizar un sólo término foráneo, un barbarismo, un extranjerismo, un sevillanismo, un jerezanismo, puede suponer un mal inicio. En el peor de los casos, una catea.
Mejor evitarlo para poder convivir con los lugareños en alegre compaña, simulada integración, y disfrutar de gaditanas maneras una Semana Santa con más tesoros y prodigios de los que cuentan por ahí.

Para empezar, las telas que ocultan las piernas de los que portan los pasos (cargadores, por favor, jamás costaleros) no son "faldones", en esta parte se dice "caídas". Para pasar por un iniciado, o alguien con voluntad de serlo, defina los giros, completos o en una esquina, como "vueltas" y nunca como "revirá".
Las distintas divisiones de personas cubiertas que acompañan cada cortejo son "secciones" y nunca "tramos". Por cierto, están coordinadas por un "hermano varilla", no por un "diputado de tramo". Tampoco existe el prioste, en Cádiz se dice mayordomo.
Lo más importante es que a las imágenes no las acompañan "nazarenos" y sí "penitentes". Tampoco visten hábito, portan "túnica". No tienen papeleta de sitio. En su lugar, deben presentar el "control de salida".
Los halagos a la música que acompaña los cortejos siempre serán bien recibidos, especialmente si la produce la Banda de Nuestra Señora del Rosario, gloria de la Semana Santa que Cádiz ha exportado al resto de pasiones andaluzas.

Hasta estrellas como C Tangana, campañas publicitarias mundiales, artistas con premios Grammy han recurrido a este agrupación de enorme impacto. Lo que, en terminología local, sería "un bastinazo".
Para los cazadores de novedades o noveleros, un juego: este año 2025, por primera vez, varios cortejos (con imágenes que tienen sedes en la zona de Alameda, principalmente) pasarán por la Plaza de España.
Ese escenario, de marcado carácter histórico, institucional y constitucional, nunca ha sido cofrade y debuta en esas lides. El visitante puede participar en el estreno para decidir si aporta o no, si es una inauguración feliz o un capricho pasajero.
Qué ver y tomar en los primeros días
Caso de que las insistentes e impertinentes lluvias lo permitan, las ocasiones para descubrir momentos aparecen, obvio, a partir del Domingo de Ramos. La Borriquita, al entrar o salir de la carrera oficial, es decir, alrededor de las plazas de San Juan de Dios y Catedral, es el primer gaditanian must.
Su valor, más que imaginero, es simbólico. Significa que todo ha empezado y la expectación ilusionada por lo que viene puede verse casi en cada rostro. Nada más luminoso que una víspera, un inicio. El prólogo o el epílogo puede acompañarse de un buen tapeo.
Los nombres a buscar por el entorno pueden ser Casa Hidalgo (eterna nominada a las mejores empanadas de Eurasia Occidental) y bares de gran tradición mezclado con otros para turistas que mejor sería evitar.
Algunas direcciones interesantes a buscar en menos de 200 metros a la redonda pueden ser Ultramarinos Sopranis (reserva del tipismo congelada en el tiempo, a pocos metros de la iglesia conventual de Santo Domingo), Casa Angelita (calle Nueva), Mesón de las Américas (muy cerca de la plaza de San Agustín), La Candela (junto a plaza Candelaria), On Egin y Garum (en la muy turística calle Plocia) o la maravillosa Taberna La Manzanilla.
Quién no se ha peleado, y ha pelado, un pirulí de La Habana hasta sudar y maldecir no merece el título de cofrade gaditano
A los niños, y a los mayores, siempre se les debe ver, al menos una vez por Semana Santa, con un pirulí de La Habana en la mano. Es un estrecho cono de caramelo duro como el acero, color ámbar. Eliminar completamente su envoltorio, su papel pegado fue un antecedente del loctite, es complejísimo.
Es una tarea tan compleja como resolver el cubo de Rubik al primer intento. Puede durar horas, días, semanas pero este trabajo forzado y dulce forma parte del encanto cofrade gaditano. Quien no se ha peleado con esa chuchería hasta sudar y maldecir no merece el título de cofrade gaditano.
Epítome y éxtasis viñero
El Lunes Santo llega uno de los momentazos. Como en toda Semana de Pasión que se precie, el fervor va por barrios y este día le toca a La Viña, considerado el más carnavalero. Si embargo, se vuelve cofrade hasta las entrañas, hasta las lágrimas, en esta jornada.
Ver a Nuestra Señora de Las Penas y al Cristo de la Misericordia es esencial. La hermandad, conocida como La Palma, fue sede del primer simulacro de tsunami de la historia.
Contemplar su salida por la calle homónima al encuentro de los vecinos es conmovedor. La persona que no se contagie de la emoción que cae en cascada desde ventanas y balcones es que tiene una piedra por corazón.
Aquí las direcciones para antes o después -tapeo, almuerzo, cena- son varias. Infalibles pueden resultar El Faro eterno (calle San Félix), Casa Pepe y La Tabernita. Asomarse a La Caleta, alrededor de la puesta de sol y especialmente si coincide con marea baja, siempre ensalza la jornada.

El retorno de la imponente talla de Vera-Cruz a su templo de la plaza de San Francisco, quizás por la estrecha calle San Pedro, es otra de las imágenes que más reconforta y sobrecoge a los cofrades gaditanos este lunes.
El Martes Santo llega el turno de la cofradía con más tirón entre la gente joven, la que tuvo fama de reunir a estudiantes o universitarios. El Caído, además, salía de una capilla situada junto al Parque Genovés, por lo que siempre ofreció imágenes peculiares, casi forestales.
Por unas obras, salida y retorno tienen ahora sede en San Francisco, aunque en 2026 podrían volver el verde trasfondo como escenario. Mientras llega ese momento su bajada por la calle Rosario o en la recogida son de las más valoradas por los que esperan y entienden.
Esa misma jornada, el Cristo del Ecce Homo, con sus soldados romanos y todo, a su salida desde el recoleto templo de San Pablo, en la calle Ancha, o el regreso del Cristo de la Columna por la calle Ancha, también levantan pasión y expectación.

En ese microcentro más comercial de Cádiz hay muchas oportunidades de tomar descanso y vianda. La bellísima y sencilla cafetería Liba, los celebérrimos helados del Salón Italiano (vulgo, Los Italianos), ambos en calle Ancha, son esenciales.
Para tomar algo salado, Casa Lazo, Bar Nono, La Parra de Veedor, El Veedor y, ya junto a Plaza de Mina, ConFusione o Cumbres Mayores pueden ser direcciones donde comer realmente bien siempre que se encuentre sitio libre.
El Miércoles Santo es muy esperado, entre otras imágenes, por el paso de Sentencia por la diminuta Plaza de las Canastas, en la falda del barrio de Santa María, el más flamenco.
La tradición de las mantillas también conserva fuerza. Ninguna hermandad la representa como Cigarreras, sobrenombre heredado del peso que las trabajadoras de la histórica fábrica de tabacos (hoy, palacio de congresos frente al puerto y la estación de tren) tenían en la hermandad. Quizás Plocia sea su mejor escenario.
Caminito, desde una capilla minúscula en el barrio de San Carlos, junto a las murallas del mismo nombre, con vistas a la Bahía de Cádiz, también ofrece un ritual muy particular, familiar y sentido, que merece visita sosegada.
Esto se pone serio
El fervor ya se pone serio en Jueves Santo. La sobriedad se apodera de los cortejos como en todas partes. Afligidos, en las calles cercanas a su recogida o el palio de Oración del Huerto, que este 2025 pasa por La Viña, pueden estar entre las mejores opciones.
Una cita obligatoria es con el Cristo del Perdón. El impacto de la figura, el dolor de todo el cortejo y la formalidad del sentimiento religioso en este caso permiten contemplarla con toda grandeza en cualquier calle, ya dentro de la madrugá.

Aunque sean clásicos y, por tanto, algo redundantes, no pierden fuerza: el Nazareno de Santa María, especialmente en la bajada por la inclinada y serpenteante calle Jabonería, o el cortejo del Medinaceli -que provoca visitas a su templo de Santa Cruz durante casi todo el año- son citas inaplazables para el que quiera conocer la Pasión según Cádiz.
Si se trata de admirar tallas, pocas ocasiones mejores que el Viernes Santo con Buena Muerte. El Señor que sale de San Agustín va apagando luces del alumbrado público durante todo su recorrido, con música de flauta y oboe, sin más. Absténganse personas aprensivas e impresionables.
Algo menos de dureza pero parecida belleza encierra, esa misma jornada, el Descendimiento. Resulta especialmente sentido su trazado inicial, y final, junto a su templo de San Lorenzo.
La novedad de disfrutar la muy política e histórica Plaza de España como zona de paso cofrade llega también este día de Viernes Santo con La Expiración, con sede provisional en la Iglesia del Carmen, situada casi al borde de la Bahía de Cádiz.
Aunque el Sábado Santo se considera una jornada menor, con poca afluencia de público y fuga masiva en busca de playas o placeres mundanos, en Cádiz contiene una peculiaridad, una joya sin eufemismos porque el sepulcro del Santo Entierro está hecho de plata en su mayor parte.

Los reflejos y los juegos de luz en el inicio y el final, en la plaza con mayor antigüedad documentada en la ciudad de los 2.800 años, la de Fray Félix, bajo Santa Cruz, encantará a los que tengan mirada sensible, fotográfica o cinéfila.
En estas últimas jornadas, la sensación de recogimiento puede llegar a ser agobiante. Los más insensibles, y golosos, siempre consolarse con algún dulce. La pastelería francesa, pero rústica, no parisina, de La Poeme (junto a la calle Libertad y el Mercado Central) es de las mejores propuestas.
Con el Domingo de Resurrección llegan el alivio y la alegría. Si hay sol, el recorrido por el Paseo Marítimo, desde que no tiene ese nombre -en el Baluarte de San Roque- hasta que se vea Cortadura puede ser muy gozoso.
Eso sí, no tiene el menor componente cofrade ni religioso, es puro turismo, mar en vena, playa pura pero la idea era combinar turismo y fervor, cuerpo y alma, virtud y vicio. Hablamos de seres humanos que vuelven del encuentro con la divinidad.