Ni un cartel en la puerta. En el bajo de un bloque de pisos de Cádiz, una familia adorna libros desde un pequeño taller oculto a los ojos de los viandantes, pero muy conocido entre bibliófilos con alto poder adquisitivo. La constancia de Encuadernaciones Galván les ha llevado a ganarse un nombre en este sector en el que llevan casi 80 años. “Aquí estamos escondidos”, ríen los autores del libro de honor del Congreso de los Diputados que en octubre del año pasado firmó, por ejemplo, la princesa Leonor.
Es la segunda edición de este ejemplar que ellos mismos realizaron hace más de 20 años. “Se estaba agotando y nos encargaron otro, tardamos unos dos meses y medio” comenta José Galván Cuéllar rodeado de tapas. Fue su padre, José Galván Rodríguez, quien fundó este negocio familiar que arrancó en la Avenida de Portugal en 1945.
Este gaditano empezó impartiendo clases de encuadernación en el colegio de Los Salesianos de la capital. No solo era profesor de este oficio sino también de música y perteneció durante años a la antigua banda municipal en la que tocaba el bombardino, un instrumento de viento-metal. Su hijo, ahora con 84 años, señala una fotografía que cuelga de la pared. “Él hizo un himno a la encuadernación y se lo dedicó a una encuadernadora francesa con la que se mandaba cartas. La primera vez que se interpretó fue en la Torre Eiffel”, cuenta José a lavozdelsur.es. A su mente llegan recuerdos de su progenitor al que relevó junto a su hermano Antonio cuando falleció.
“Yo ya cosía los libros y no tenía más de 13 años, me incorporé y fui aprendiendo”, comenta el gaditano desde el taller en el que se instalaron en 1957 “por necesidades de urbanismo”. A su lado se encuentra su familia, esa que se esfuerza a diario por sacar adelante este histórico lugar donde se respira artesanía.
Sus hijos, Antonio, de 50 años, y José María, de 64 se incorporaron a la actividad junto a su difunto hermano Juan Manuel, y a sus primas Ana María y María José Galván Martínez. Desde entonces, la familia, que ya va por la tercera generación, trabaja codo con codo en cada creación. “Yo nací en esa habitación, oliendo a libros”, comenta Jose María, que dejó su carrera de futbolista para encuadernar.
Encuadernaciones Galván es un taller especial siendo de los pocos que ofrecen todos los servicios. “El libro de aquí no sale desde que entra hasta que termina. Aquí se diseña, se decora, se encuaderna y se restaura, todo el proceso completo”, explican. Juntos se implican en este trabajo artesanal que realizan aportando ideas. Para los diseños, se inspiran en el tema de los ejemplares que llegan al taller, y para la decoración, utilizan pieles de calidad curtidas en Francia que adornan con elementos naturales.
Jose María abre un cajón lleno de estampados de hierro que utilizan para los dibujos. “Primero le damos humedad con vinagre, después, dos manos de claras de huevo y luego, aceite de almendra que es el fijador para que se adhiera el pan de oro”, detalla mostrando algunos libros.
Durante todos estos años, por las manos de los Galván han pasado todo tipo de joyas, encuadernaciones, algunas más modernas y otras más clásicas que componen su larga lista de trabajos. Entre ellas, destacan el manuscrito original de la gramática de Nebrija, un ejemplar rosa chillón para la duquesa de Alba o un libro de coplas hecho con papel pintado a acuarela que reposa en la mesa. También libros de partituras.
“Nos envían libros de todo el mundo. Nos han pedido presupuesto hasta de Alaska y esos libros que están allí apilados vienen de California”, comentan. José recuerda que le encargaron desencuadernar y encuadernar el Códice de Gerona que se conserva en la Catedral de esta ciudad catalana, uno de los trabajos más delicados a los que se enfrentó.
También ha llegado a sus oídos que un libro encuadernado en su taller se subastaba en París. La familia resalta el valor sentimental que poseen estos conjuntos de páginas que tratan con mimo.
“Un señor que le escribió poesías a su pareja, quizá para nosotros no sea importante, pero para ellos sí”, dicen. Desde la entrada, donde se distingue una guillotina para cortar libros que utilizan muy poco, se observa a la familia seleccionando pieles, pensando en diseños y preparando las manos, esas que dejan huella en cada pedido. “Nos gusta que no se pierda el sello y que digan que esto huele a que ha salido del taller de Galván”, dice José.
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