Los ojos de un elefante que adorna una tela miran con atención a varias mujeres de distintas edades. Boca abajo, permanecen concentradas sobre columpios que pueden sostener más de 300 kilos. De pronto, el sonido del mar emitido por un palo de lluvia envuelve la sala. Victoria Montiel, medio gaditana medio cordobesa, se desliza entre las alfombrillas con este instrumento chamánico que invita a la relajación.
Su voz se funde con la atmósfera que acaba de crear. Sosegada, la instructora de yoga, de 34 años, pronuncia unas palabras: “Vamos a activar ese Ying que ya hemos activado mucho Yang esta mañana”. Quién le iba a decir a esta mujer hace unos años que los saludos al sol, las asanas y los pranayamas se iban a convertir en su rutina.
Victoria comparte su pasión por el yoga con niños, adolescentes y adultos, en su mayoría rostros femeninos, desde un pequeño centro ubicado en Cádiz al que bautizó en octubre de 2021 como EquilibrioHM. “Es mi lema de vida”, dice refiriéndose al término que se lee en el letrero de la entrada y que incluye OHM, el mantra hindú por excelencia. “Considero que la vida es cuestión de equilibrio, que está bien ser espiritual, pero tampoco pasarse, que está bien beber, pero tampoco pasarse”, explica la joven que se acaba de bajar de un columpio.
Desde la sala aromatizada con una varita de incienso, Victoria cuenta cómo ha llegado a apostar por este proyecto después de varios saltos por el mundo. Estudió psicología y, después, se formó en marketing, lo que le permitió trabajar en grandes corporativas americanas desde Malta, donde estuvo residiendo, o en Dublín, donde permaneció cinco años.
Durante su estancia en Irlanda, se marchó cuatro meses al sudeste asiático, Tailandia, Vietnam, Laos y Malasia. “Ahí tuve mi primera toma de conciencia con este mundo”, comenta. Cuando volvió del viaje, continuó con su puesto, pero se dio cuenta de que no terminaba de llenarle.
“Llegué a un punto en el que trabajaba muchísimo, no estaba satisfecha, tenía muy buen trabajo pero no me sentía plena”, expresa. Para afrontar los largos días de bucle laboral se apuntó a yoga. “Me obligué a buscarme una actividad para salir de la oficina”, asegura. Así descubrió esta práctica milenaria que combina ejercicios de meditación y respiración con posturas físicas.
"Tenía muy buen trabajo pero no me sentía plena"
Pero un día, Victoria no pudo más con la situación y decidió romper de raíz. “Tuve una crisis vital y dije, me largo. Lo dejé todo, el trabajo, a mi pareja de aquel momento y al país, y me fui a la India”, cuenta a lavozdelsur.es.
Con unos 28 años, pese a las reticencias e inseguridades, tomó aire y emprendió un periplo que le cambió la vida. “Iba con un poquito de miedo, yo iba sola, una mentalidad machista, pero no fue como pensaba, me encantó, fui segura todo el tiempo”.
Allí, decidió asistir a una formación de yoga, por inquietud personal, sin embargo, le gustó tanto que el mes y medio que tenía previsto se convirtió en cinco. Y, aunque no estaba en sus planes, terminó impartiendo clases.“Al principio tenía barreras mentales, no soy flexible, no soy ninguna mística, dónde voy yo. Pero yo pensaba que si consigo que la gente se sienta un porcentaje tan bien como me siento yo, sería maravilloso”, sostiene.
A la gaditana-cordobesa no le hubiese importado alargar su estancia y seguir empapándose de los colores, olores y sabores de este país oriental. “Pero tenía aquí a mi perro, volví por él”, confiesa. A su llegada, encontró un nuevo trabajo en el ámbito de marketing, pero el gusanillo del yoga ya se había despertado en ella.
En 2020, la pandemia provocó un despido masivo en su empresa que arrasó con su departamento y unos mil puestos. Por entonces, ella teletrabajaba desde la Tacita de Plata y consideró una oportunidad para seguir otro camino.
“Me dieron la opción de reubicarme o de darme el finiquito, decidí que era la patada que me hacía falta para emprender”, recuerda. Con ilusión, Victoria se sumergió de lleno entre padmasanas -o postura del loto- y ustrasanas -o del camello.
Empezó a hacer retiros y a completar distintas formaciones hasta que se especializó en yoga aéreo. Perdió el miedo, encontró un local en la capital gaditana y, tras dos meses de remodelación, arrancó su actividad.
“Adoro Cádiz, siempre había dicho que me jubilaría aquí, no vivir porque pensaba que trabajar iba a ser complicado. Pero si el trabajo me lo genero yo, ya no sería un problema” comenta Victoria, que se instaló en una zona ideal para ella tanto por la disponibilidad de aparcamiento -un sueño en Cádiz- como por la cercanía a otros centros “con los que se crean muchas sinergias, como el crossfit o la escuela de danza”.
La luz atraviesa el cristal e ilumina a las mujeres que se encuentran tumbadas dentro de los columpios. La profesora de yoga acerca palo santo que esparce por la sala. Humo con aroma relajante que implica una llamada directa a Morfeo. “Normalmente uso incienso en las clases”, dice.
En esta disciplina se utilizan los columpios como elementos complementarios. Por ello, Victoria aclara que “no son acrobacias ni es gimnasia”. Durante la sesión realiza, en primer lugar, ejercicios de respiración, a continuación, posturas y, finalmente meditación. “Trabajamos a todos los niveles, físico, la mente y espiritual a quien le resuene. Mantenemos la esencia del yoga”, explica.
Las yoguistas abren los ojos tras instantes de evasión que les ayudan a mejorar su bienestar general. Juntas sus manos y “namasté”. El grupo recoge sus enseres mientras la mente de Victoria viaja a la India. “Voy a volver seguro”, dice con una sonrisa.
Comentarios