Un centro comercial abierto lucha desde el casco antiguo gaditano. En los rincones de un laberinto donde conviven comercios con solera y nuevos proyectos, se divisan personas inquietas que miman a sus locales. Tanto, que los viandantes se quedan embobados al pasar por delante de sus escaparates. Hay negocios que tienen un encanto especial, no solo por su apariencia sino también por ese afán por sobrevivir en mitad de una competición liderada por grandes superficies y el gigante internet.
La tienda Maspapeles es uno de ellos. Ya sea desde la calle San José, Cánovas del Castillo o San Pedro, su entrada llama la atención. “Estamos en una de las casas más bonitas de Cádiz”, dice su dueña Lola de la Oliva, residente en el Sur desde el 76. En el interior del edificio una amplia variedad de objetos para escritorio, material de oficina y carteras de trabajo reposan en los recovecos. Junto a Mari Ángeles, su compañera, intenta “cuidar al máximo” este local que cumple 36 años de vida. Primero en la calle Rosario y, desde 1996 en la ubicación actual que ella misma rehabilitó.
Lola decidió cambiar su trabajo como funcionaria por emprender junto a su hermana, que inició el negocio en Sevilla mientras que ella apostó por Cádiz. “Siempre habíamos querido hacer algo diferente. Estoy en excedencia, pero no voy a volver, me gusta mucho mi trabajo”, comenta a lavozdelsur.es. Desde entonces, saca adelante esta papelería donde hay plumas, rotuladores y lápices míticos, pero, sobre todo, papel. El rey de la casa se luce en todas sus formas. Para forrar, hacer manualidades o envolver detalles. “Yo siempre digo que el envoltorio ya es el primer regalo”, explica la dueña que también colocó en los estantes los zapatos artesanos que fabricaba en su antigua tienda, Tándem.
Cuando cerró, convirtió su local en la papelería que vende zapatos, y después, creó la marca Lobe de la mano de su socia Beatriz para vender el calzado de forma online. Según comenta, se considera “tendera de toda la vida, pero me he tenido que adaptar a los tiempos”. Aún así, apuesta por la presencialidad, esa interacción cara a cara que caracteriza al local. “Yo creo que a la gente también le gusta, tocar, ver, oler y eso no te lo da internet”, dice Lola, que considera que la especialización es fundamental para seguir al pie del cañón.
Ella está agradecida por tener una clientela fiel que la apoye en su camino. “A algunas personas les he vendido las carpetas cuando eran niñas, luego hemos hecho sus invitaciones de boda, los detalles del bautizo de sus hijos y hasta los recordatorios de comunión, es increíble”, expresa desde el mostrador. Los años complicados no han podido con esta joya comercial que no se rinde.
La próxima parada de este paseo por el centro gaditano tiene lugar en un café literario de la calle Ancha. La almeriense Loli Corral inauguró en 2018 un espacio donde se respira cultura más allá de los desayunos y meriendas originales. Lo bautizó La lectora en honor a su pasión. “Leo muchísimo, desde muy chiquitita, y por eso le pusimos este nombre, la lectora soy yo”, explica desde esta cafetería coqueta, informal y llena de libros. El local de moda surgió cuando Loli, vendió la librería que regentaba en Tíjola, su pueblo natal, para mudarse a Cádiz. “Funcionaba muy bien, pero me vine por amor y por familia”, dice. Su marido llevaba 12 años al frente de un chiringuito y optó por dar el paso.
“La pandemia nos ha quitado mucha de nuestra esencia”
La almeriense, licenciada en Historia del arte-“en mi vida había trabajado en la hostelería”- se aventuró con una oferta diferente en la que incluía exposiciones y presentaciones de libros que la pandemia se llevó por delante. Loli comparte las sensaciones vividas durante el temporal. “Nos ha hecho mucho daño porque nos ha quitado mucha esencia, se interactuaba más, había muchos eventos que he tenido que parar”.
Ahora, la cultura renace poco a poco acompañada de cuencos naturales de frutas y cereales; vasos de jengibre chía o trigo y bebidas vegetales con coco, soja, avena o almendra que ella misma elabora en la cafetería. Una carta en clave saludable que a veces ha supuesto un quebradero de cabeza a Loli. Ha tenido que ingeniárselas para esquivar el golpe y, aunque “ha sido complicado”, continúa endulzando las tardes con gofres y creps con un buen libro en la mano.
En esta cafetería se invita a coger los ejemplares, hojear sus páginas y admirar sus dibujos. “Los libros ilustrados y los que son en pop ups me encantan”, confiesa la almeriense que procura tener las novedades y trae nuevos títulos en función del calendario. Las publicaciones por el día del padre o de la mujer se mezclan con donaciones de los vecinos o historias en inglés o en portugués. Se propone dejar volar la mente sin desatender al café, otro pilar que La lectora trata con cariño. “Hoy tenemos formación con un barista, quiero incluir cafés con leches de colores y trabajar el arte latte”, cuenta con emoción.
Tras reponer fuerzas, descansar y cultivar la mente, toca ponerse en movimiento, y el último local singular de la lista sabe muy bien cómo llevarlo a cabo. En la calle Sagasta se hace notar Las bicis naranjas, que, como su nombre indica, apuesta por el mundo de las bicicletas desde hace 7 años. En 2014 esta alternativa para la movilidad comenzó a implantarse en la Tacita de plata con un color característico que adorna los carriles.
“Quería que las bicis fueran vistosas y muy fácilmente identificables”, comenta Débora Ribalta, la mente que se esconde detrás de este proyecto. Apasionada de las bicicletas desde siempre, esta emprendedora catalana decidió montar su segunda aventura empresarial en el sur. Tierra a la que llegó en 2012 porque “estaba un poco harta de Barcelona”. Su familia se había mudado unos años antes y ella pensó que era una buena oportunidad. Cerró su otro negocio y cogió el avión.
Fue cuando vio que “había un vacío en la ciudad”. Por aquel entonces, el boom de las bicicletas ya asomaba la cabeza en Barcelona, pero en la capital gaditana no se veían ni de lejos por lo que se decantó para fomentarlas en su nueva residencia. A este factor se unió que “el turismo estaba en alza” y, el buen tiempo. Así, en lugar de poner en marcha un hotel rural ecológico- idea que también le rondaba en aquel año-se quedó con las ruedas. Débora quería “integrar más la bicicleta” teniendo en cuenta la sostenibilidad y la reducción de emisiones. “Es un tema que a mi me importa, leo mucho sobre eso”, comenta a este medio.
“Quería integrar más la bicicleta en Cádiz”
Para ella, se trataba de “un valor añadido” que iba más allá de los autobuses o los coches para conocer la capital. Un punto de alquiler con un nombre “en español, más de aquí, más auténtico porque hay muchos en inglés” que pronto incorporó otros servicios. Además de organizar tours y actividades combinadas con surf y yoga, presentan una tienda física con cascos, candados, sillitas para bebés y accesorios.
Según la empresaria, “otra de nuestras señas de identidad es la restauración de bicicletas antiguas. Nos traen bicis que llevan 50 años en un trastero o en un garaje”. Está “supercontenta” con la acogida que ha tenido y seguirá promoviendo esta forma sostenible de desplazarse.
Estas son solo algunos de los negocios gaditanos con más o menos años de trayectoria que siguen compitiendo contra viento y marea, bajo el acecho de los centros comerciales, Amazon, una pandemia y todo lo que venga.
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