A María L. L. de 60 años, vecina del casco antiguo de Cádiz le robaron este jueves la cartera con la pericia de los profesionales. Sería un episodio común en muchos lugares de no ser porque es "la tercera vez en cinco años y siempre en el primer fin de semana de Carnaval, el jueves, el viernes o el sábado".
María sufre altos niveles de discapacidad, con la movilidad y la audición muy limitadas. Es presa fácil para carteristas tan cobardes como habilidosos, entrenados, llegados de toda Andalucía y otros puntos de España. Está resignada a salir "sin bolso y casi sin cartera en estos días".

Este 2025 hubo suerte, la Policía Local apareció en su domicilio con la cartera birlada a las pocas horas. Faltaba el dinero, obvio, pero estaban todas las tarjetas, todos los documentos, tan engorrosos para volver a obtener.
Aun así, ese episodio menor, común, confirma que Cádiz se enfrenta a su máximonivel de inseguridad (en una ciudad muy segura) durante los cinco días que van del jueves previo al lunes festivo local, este año, de 27 de febrero a 3 de marzo.
La coincidencia del Día de Andalucía, festivo en toda la comunidad, dentro del calendario del Carnaval 2025 no ayuda a calmar ánimos. Sucede un par de veces por década. "Ya ha pasado alguna vez pero es un motivo más para engalanar la ciudad. Son días intensos", resume eufemísticamente Bruno García, alcalde.
Por si faltara un perejil, dos cruceros, Majestic Princess y el Ambience, recalan este 1 de marzo en el puerto de Cádiz con 4.200 pasajeros a bordo, como si no hubiera suficientes visitantes.
Para huir de cualquier tentación dramática, los responsables municipales de Seguridad recuerdan que algo similar le sucede a todas las ciudades que viven su fiesta grande en el casco antiguo, en su trama urbana céntrica.
La Semana Santa de un centenar de localidades, las zambombas de Jerez, verbenas de agosto, Fallas, Sanfermines, Semana Grande, da igual, todas son imanes. Atraen a los practicantes del hurto, el simpa y el pickpocket, camellos, acosadores, delincuentes en general.
En las grandes ferias andaluzas también sucede pero, con alguna excepción, todas se celebran en un recinto al margen del centro y los riesgos de seguridad se trasladan al real, a esa ciudad paralela de albero.
Al margen de la inseguridad inherente por aglomeración, en paralelo, aparecen los excesos. El más frecuente tiene forma de consumo rápido de alcohol -entre otras sustancias-.
Es inseparable de los rituales generalizados en estas celebraciones multitudinarias. Con la borrachera llega, de inmediato, un incremento de las probabilidades de violencia en forma de reyerta pero, sobre todo, sexual.

Todo puede resumirse en un término que va más allá de las grandes fiestas y se reproduce en muchas ciudades andaluzas cualquier día de verano: el turismo de borrachera.
El Ayuntamiento de Cádiz se ha propuesto este 2025 la bienintencionada tarea de limitar estas últimas conductas. Ha declarado formalmente non grato el botellón, ha pedido a las empresas de autobuses que no pacten con empresas que anuncian viajes exprés con bebidas como reclamo.
La concejala de Fiestas, Beatriz Gandullo, insiste en una programación paralela de conciertos y espectáculos, en un escenario junto a la carpa, junto a la estación ferroviaria para disuadir a los más jóvenes de la práctica del botellón.
Hace años que esos veinteañeros tiene más alternativas de ocio y cultura que nunca, dentro del Carnaval y fuera, sin que esa oferta surta efecto.
El mismo gobierno local también anuncia, este año, la distribución de pulseras que detectan la presencia de drogas en la bebida para prevenir los abusos sexuales mediante sumisión química.
"Más que pulseras son un parche. Estar pendientes de comprobar la bebida es un fracaso aunque tenga buena intención"
"Se agradece la intención y puede ayudar un poco pero más que pulsera es un parche", asegura Sara Estévez, miembro del Comité 8-M de la Universidad de Cádiz. "El verdadero conflicto está en la educación de los hombres, en su comportamiento".
"Que nosotras tengamos que estar pendientes de comprobar la bebida es un atraso y un fracaso pero es verdad que la idea tiene buena intención".
Las pulseras, detalla la concejala de Igualdad, Virginia Martín, a repartir este año son 3.000 y con sólo poner una gota de la bebida en sus zonas de colores establece si hay drogas. La oferta antidepredadores incluye cubrevasos para tapar la copa y evitar que nadie le eche nada.

Estas pulseras son capaces de detectar más de 22 tipos de sustancias usadas en la sumisión química, entre ellas el GHB, la más utilizada como potente depresor del sistema nervioso central.
Martín admite que "el fenómeno de la adulteración de bebidas con drogas con fines de sumisión química ha crecido de manera alarmante, especialmente en contextos festivos y multitudinarios".
"Estas pulseras son un recordatorio de que todas las personas debemos disfrutar de un Carnaval seguro y sin miedos", asegura, aunque el hecho de llevarla y usarla ya implicaría un alto grado de prudencia en la usuaria.
Para garantizar eficacia y evitar contaminaciones, la pulsera está cubierta con una fina película plástica que debe ser retirada antes de realizar la prueba. El resultado aparece en segundos.

La concejala recuerda que la misma pulsera lleva un código QR que da acceso a información y puntos de asistencia, especialmente a los llamados "puntos violeta" donde hay personas especializadas en la ayuda a las víctimas de violencia sexual.
En este Carnaval 2025 funcionarán entre los sábados 1 y 8 de marzo, de 13 a 21 horas. Distribuirán 3.000 pulseras y cubrevasos, hasta 5.000 folletos informativos. Cada punto informativo contará con tres profesionales para atender al público.
Sus ubicaciones son Plaza del Palillero, calle Zaragoza (durante los conciertos de la contigua Plaza de San Antonio) y en la Plaza de Sevilla (en horario de funcionamiento la carpa). Todos tendrán auxilio de la Policía Local.
A estos tres puntos violeta se suman los "espacios seguros". Son las farmacias y los comercios identificados como tal. Su personal se ha comprometido a auxiliar a cualquier persona que entre por presunto abuso o agresión, avisar a los funcionarios policiales y proteger a la hipotética víctima hasta su llegada.
La plaga de cristal: el botellón omnipresente
Más allá del específico conflicto de violencia sexual, la batalla contra el botellón es genérica. Hace más de 30 años que su expansión es progresiva. Tanto que el Ayuntamiento ordena hace más de una década el vallado de los jardines de plazas como España y Mina, escenarios principales de las concentraciones.
Estas técnicas han tenido un efecto muy limitado. Este año debuta en el mapa del vallado la Plaza de la Catedral. Su cierre es más contundente, con pilotes blancos de notable grosor y casi tres metros de altura, en el epicentro de las mayores concentraciones.
Al caer esa noche de sábado, este año es la del 1 de marzo, y a pesar de la amenaza de lluvia leve, la ciudad (apenas 113.000 censados) será tomada de golpe por unos 350.000 visitantes, la mayoría procedentes de la provincia, de Andalucía y disfrazados.

Los gaditanos y residentes apenas salen ese primer sábado, como también sucede en otras grandes fiestas, dimiten ante lo inevitable y ceden esa velada a los jóvenes que se concentran a beber en plazas o espacios abiertos.
La peculiar geografía local complica aún más la situación. Cádiz tiene el término municipal más pequeño de España entre capitales de provincia. No llega a los 9 kilómetros cuadrados y más de un tercio es parque natural.
Los que conozcan la ciudad de Cádiz saben que tiene forma de sartén o raqueta, rodeada de agua salada por cada perfil.
La base del mango es la única conexión natural con la Península Ibérica. Los otros dos nexos, transversales, son artificiales, los dos puentes inaugurados en 1969 y 2015, respectivamente.
Para mayor complicación y concentración, toda la fiesta se desarrolla en el casco antiguo (apenas hay actividades, organizadas o improvisadas, en Extramuros). Así que todos los bebedores tienen aún menos espacio que en otras ciudades y fiestas para citarse a beber en apenas 12 horas de estancia.
Apenas 1.800 metros forman el trayecto más largo en línea recta del centro histórico, entre la estación de tren (Plaza de Sevilla-Cuesta de las Calesas) y la celebérrima playa de La Caleta.
"Eso del botellón no hay forma de pararlo, está muy bien que lo intenten, es su obligación, pero sabemos que todo es para nada"
Juan Carlos Pecci, comerciante del casco antiguo, resume la sensación de muchos gaditanos y la de la asociación de vecinos a la que pertenece: "Eso del botellón se hace en todas partes hace muchos años. Eso no hay forma de pararlo. Está muy bien que lo intenten, es su obligación, pero sabemos que todo eso que dicen es para nada".
Un residente en la misma finca de la calle Sacramento, Pedro Silvera, conecta con el anterior argumento sobre los abusos sexuales y se remonta a los ejemplos que ven los chavales: "Es una cuestión de educación, han visto a sus padres hacer lo mismo, beber en cada fiesta, desde chicos. Ahora qué les va a decir nadie".
La cultura del alcohol, expandida por numerosos países hace décadas, parece un fenómeno imparable para las posibilidades de un Ayuntamiento como el de Cádiz, pequeño y periférico. Pero su alcalde no se cansa de intentarlo.
"El Carnaval hay que vivirlo con respeto. Muchos vienen con muchísimo cariño pero otros vienen para hacer botellón. A estos últimos les digo que mejor que no vengan", reitera Bruno García en cada entrevista.

En la mañana del Día de Andalucía, en la calma y desierta Plaza de la Catedral, los pocos clientes de la siempre atestada Casa Hidalgo comparten la resignación y las medidas mientras esperan las empanadas que encargaron para ver la final del Falla.
"Ya que no hay forma de pararlo, por lo menos que no orinen en la Catedral, como estos años, que te daba asco y pena verlo. Nadie va a dejar de beber pero por lo menos que hagan menos daño", dice Flora mientras señala, a 30 metros de las estructuras protectoras metálicas y blancas.
El alcalde, fiel a las buenas intenciones carnavalescas marcadas desde su llegada al cargo, insiste en que ese vallado -nuevo este año- pretende "recuperar una plaza pública para el Carnaval de Cádiz, intentamos que en esos espacios los botellones no sean los protagonistas".
Admite que a ojos de los festeros y bebedores, su escalinata "era muy atractiva para ese tipo de reuniones y lo que hemos hecho es vallarla". Todo apunta, por desgracia, a que las hordas invasoras y beodas de toda fiesta encontrarán otra cercana que conquistar.