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En pleno corazón del Parque Natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche, un pequeño pueblo de Huelva guarda uno de los secretos arquitectónicos más curiosos de Andalucía. Se trata de Castaño del Robledo, una localidad de apenas 200 habitantes, famosa por sus castañares otoñales y por una iglesia imponente que nunca llegó a consagrarse.

Este singular templo, conocido como ‘El Monumento’ o la ‘Catedral de la Sierra’, y cuya visita recomienda la prestigiosa National Geographic, se alza a las afueras del núcleo urbano como si el tiempo se hubiera detenido en su construcción. La idea de levantar un nuevo templo surgió cuando la antigua iglesia parroquial de Santiago el Mayor se quedó pequeña para una población que entonces rondaba el millar de personas.

Una basílica con aspiraciones catedralicias

Las obras comenzaron en 1788, bajo la dirección del maestro de obras del Arzobispado, José Álvarez, y con la participación de vecinos del municipio. La ejecución inicial fue obra de Antonio de Figueroa y Alonso Sánchez, este último responsable de ampliar el proyecto original para convertirlo en un edificio monumental.

Ese gesto, sin embargo, marcaría su destino. En 1794, el Arzobispado decidió retirarse del proyecto, considerándolo excesivamente ambicioso y costoso para una localidad tan pequeña. La construcción quedó paralizada y, desde mediados del siglo XIX, el templo permaneció inacabado y sin uso religioso.

A pesar de su abandono, la estructura no pasó desapercibida. De estilo neoclásico y con una planta impresionante, el edificio incluye una gran nave, cinco capillas a cada lado, un crucero, presbiterio, torre, baptisterio, sacristía, sagrario, colecturía, osario y un patinillo. Un conjunto que parece tenerlo todo, pero que nunca se terminó.

De templo frustrado a cementerio improvisado

Con el paso del tiempo, la iglesia fue utilizada como cementerio improvisado. Las capillas laterales y el suelo se llenaron de nichos que permanecerían allí hasta la construcción de un nuevo camposanto en 1940, al que se trasladaron los restos.

No sería hasta los años noventa cuando el edificio volvió a ser intervenido. Bajo la dirección de la arquitecta Alicia de Navascués, se llevó a cabo una restauración que incluyó la limpieza general del templo, la instalación de un nuevo suelo y una bóveda que cubre ahora su gran nave.

Desde entonces, su interior permite apreciar detalles únicos, como los dibujos realizados con esgrafiados a regla y compás, que reproducen diseños originales del arquitecto: alzados, portadas, cornisas y capiteles jónicos que muestran cómo habría sido este majestuoso edificio si se hubiera terminado.

En 2011, el templo fue declarado Bien de Interés Cultural, consolidando así su valor patrimonial. Aunque nunca llegó a albergar liturgias, esta "iglesia que nunca fue iglesia" es hoy un símbolo del pasado ambicioso de un pequeño pueblo y un destino perfecto para los viajeros curiosos.

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F. Jiménez

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