Sumergirse en una bodega es casi como hacer un viaje al pasado. A los tiempos en los que rara era la calle del centro que no oliera a vino o vinagre. Todavía quedan pero, evidentemente, muchas menos. Una de ellas es Lealas. Allí tiene su centro de operaciones Sánchez Romate desde hace más de 200 años. Por una discreta puerta se accede a la zona de oficinas. Aquí comienza el viaje al pasado. Si no fuera por la ropa de los empleados y por los ordenadores, una foto en blanco y negro echada aquí podría pasar perfectamente por los años 20 del siglo pasado. Hasta conservan una mesa donde escribientes copiaban a mano todo lo que le encargaban y que hoy forma parte de los archivos de la bodega.
Pasando la oficina está una de las bodegas que albergan los 40.000 metros cuadrados que tienen las instalaciones. Allí dan a luz a uno de los mejores brandies de España, su “buque insignia”, el Cardenal Mendoza. “Cada dos meses hacemos una saca de las botas y por los vinoductos va para el embotellado”, explica Anunciación Rivelott, la matriarca de una de las cinco familias propietarias de Sánchez Romate, que ejerce de guía durante la visita, junto a su marido, Manuel Ramos y su hija, Marina Ramos, que se conocen los entresijos de las bodegas de memoria. Y muchas historias sobre ella. “Nosotros nacimos antes que Estados Unidos”, dice Anunciación. Es un dato que le gusta dar a todo el que los visita. Y muy cierto. EEUU es independiente desde 1783 y, dos años antes, Juan Sánchez de la Torre ya había comenzado a sentar las bases de lo que es hoy en día la empresa, una de las pocas que sigue en manos jerezanas después de tantos años.
El rumbo de la bodega cambió a mediados del siglo pasado cuando cinco amigos se hicieron con ella estando en quiebra. “Había quien nos decía que iba a ser nuestra ruina, que mejor montáramos un puesto de pipas en la esquina”, cuenta Anunciación. Estas "catedrales del silencio”, como las define su marido, todavía hoy les siguen sorprendiendo. “Os estaba buscando y he encontrado ahí detrás una lámpara que no había visto nunca…”, dice al unirse al grupo. “La cuestión no es enseñar, es contagiar”, suelta Manuel en mitad de una conversación sobre los años que llevan al frente de la bodega. Y contagia, desde luego que contagia su pasión y la de su familia por todo lo que hacen. Y cómo lo hacen: adaptándose a los nuevos tiempos pero sin renunciar a sus orígenes y tradiciones.
“El gran problema de los vinos de Jerez es que han querido estar en todos los segmentos de la comida y eso no puede ser”, apunta luego Manuel, que lleva prácticamente toda su vida dedicada al vino. Y al brandy, claro. Por eso sabe muchas anécdotas e intrahistorias del mundillo. “¿Sabes por qué esto se llama venencia? Porque antiguamente el marchante venía a comprar, negociaba, y cuando llegaban a una avenencia –acuerdo– en el precio, sacaban el artefacto”, relata. En sus inicios, añade, se hacían con bigote de ballena. “En este mundo hay que ser un romántico”, sentencia Manuel, que durante un tiempo hasta regentó una librería, La llave de cristal, que terminó dejando tras batallar contra mil y un obstáculos. La bodega le daba más alegrías.
Las instalaciones conservan la arquitectura de sus orígenes e incluso las columnas están "decoradas" con un estilo peculiar, parecido al puntillismo... pero más animal. “Esas pinceladas de ahí son de murciélagos, que duermen aquí, se tiñen las alas con el negro de las botas y por la noche salen y van dando pinceladas”, cuenta Marina. Allí la paz es inmensa. La temperatura de las botas se mantiene jugando con las persianas, de estero, que se abren o cierran en función del viento que hace cada día. “A las naves de bodegas las trataban como si fueran barcos”, explica Manuel.
En esa especie de metrópoli del vino que tiene Sánchez Romate en pleno centro no sólo se crían los caldos, también se embotellan. Tienen tres líneas, aunque una de ellas es exclusiva para Cardenal Mendoza, la niña mimada de la casa, cuyas botellas se lacran a mano una a una en una cadena de montaje que componen una decena de trabajadores. Unas 6.000 botellas pasan cada día por sus manos. Pero no sólo de Cardenal Mendoza o vino, también se embotella ginebra (Fifty Pounds). Algunos trabajadores de la bodega –son unos 70 fijos– llevan toda su vida en ella. “Hay camioneros que están aquí desde hace 40 años”, cuenta Marina Ramos. “De pequeña hasta me acuerdo que llevaban agua del pozo de aquí a nuestro campo para llenar la piscina, que olía a vino”. El sueño de cualquier sherry lover.
En Sánchez Romate, todavía, no realizan visitas guiadas. “Queremos hacerlo”, confiesa Marina, y su madre continúa: “Hay mucha gente de Jerez que viene porque tiene un primo en Oklahoma que quiere ver una bodega y lo ha obligado a preguntar, pero él no tiene ni idea”. Por eso pretenden que cada vez se den menos casos como éste. Aunque para eso tendrán que convencer al resto de socios. En total son 28. “Hace 60 años que tenemos una lucha constante por conservar las viñas, hay quien quiere venderlas, pero ahora mismo producimos el 70% del mosto que necesitamos, el resto se lo compramos a productores pequeños con los que llevamos toda la vida trabajando y sabemos que tienen calidad”, cuenta Anunciación.
Y para terminar, una historia curiosa. La mascota de Sánchez Romate, a la que llaman El jerezano, es obra de un artista local que hizo varias para seis bodegas de la ciudad, entre ellas González Byass. La de Romate tenía el brazo en alto, la de Byass no, y lo subió –¿con alguna intención inconfesable?–, lo que desembocó en un rifirrafe que terminó decantándose del lado de los primeros, que tenían el logotipo registrado. El Consejo Nacional del Movimiento determinó en 1943 que González Byass podía usar la marca pero con los brazos en jarra –Tío Pepe– y no levantados. Luis Pérez Solero, quien fuera jefe de propaganda de González Byass, hasta escribió unos versos: “Consejero nacional, que mandas bajar mi brazo…”
La visita acaba en la Sacristía, de donde se sacaba el vino para las misas y donde tienen una bota que, convenientemente iluminada, deja ver el velo en flor del fino que crían en Sánchez Romate. Una escena maravillosa, con un tono anaranjado, que hace pensar a todos los presentes lo mismo: "Es oro líquido".