Cuesta mucho imaginarse a Jerez como capital europea de algo, aunque eso no quite que la ciudad lo intente y haga algún esfuerzo para ello, como en el caso de la Capitalidad Europea de la Cultura. No obstante, por mucha afluencia de público que acuda a los bares del centro —más bien, a parte de él, ya que intramuros está totalmente abandonado—, este viene a asemejarse cada vez más al de cualquier localidad del entorno. La singularidad, que debería ser la característica que más deberían cuidar aquellos que se llenan la boca con la promoción turística, está dejando paso a la homogeneización, que como un cáncer invisible va conquistando todos los terrenos de los bienes materiales e inmateriales de la localidad.
Una sencilla farola de catálogo con luz blanca —sin forja, y sin el característico y distintivo escudo de la ciudad—, un banco nuevo que es similar al de cualquier otra ciudad del norte de España y de Europa, o unas luces de neón que desdibujan los colores de los árboles de la ciudad, pueden hacer el mismo daño que un parche de alquitrán entre adoquines —allá donde no hayan sido sepultados bajo el asfalto—. Jerez, que había sido comparado con Sarajevo por su destrucción, especialmente en intramuros, quiere reponerse de su parcial abandono, pero olvidando también lo que fue. Y eso, si busca distinguirse del resto, no es buena idea.
El patrimonio industrial de las bodegas de la ciudad debería ser uno de los grandes atractivos, un sello de identidad que diferenciaría a Jerez como capital del Marco homónimo y que podría disfrutarse con un simple paseo por sus calles. Sin embargo, cada día son más los cascos de bodega que desaparecen, ante la indiferencia de unos y de otros. Si bien una parte del patrimonio bodeguero está protegido por el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), otra gran parte no lo está, y de hecho no tiene catalogación ni consideración alguna. ¿Pero, por qué? ¿Eso hace justicia a la ciudad?
Según comenta una fuente especializada en patrimonio histórico-artístico y urbanismo local consultada por lavozdelsur.es para este artículo, la última gran bodega en proceso de demolición, Zoilo Ruiz Mateos de la calle Pizarro, "no tiene especial valor". Ello no quita que haya un deseo mayoritario de "conservar todo el patrimonio bodeguero que sea posible". Al tratarse de suelos privados, ese deseo no solo no puede cumplirse, sino que queda muy lejos de la realidad por las limitaciones del PGOU.
La normativa urbanística recoge la protección de cascos de bodegas pero no de todas. Un caso diferente es el de los loft de Domecq en el barrio de San Mateo, o el de la bodega de La Riva, entre las calles Arcos y María Antonia de Jesús Tirado, para la que su promotora inmobiliaria pidió una modificación puntual del PGOU, aprobada por todos los grupos políticos en pleno municipal en la anterior legislatura.
Afortunadamente, el derribo no siempre está permitido y en el caso de ese casco bodeguero, se permitió el uso residencial con la construcción de viviendas en el interior de las bodegas, sin alterar su grado de catalogación, de forma similar a lo que se ha hecho en otros barrios de la ciudad. La estructura sí se conservará, aunque las modificaciones tampoco están exentas de polémica. Al fin y al cabo, el objetivo es que el patrimonio bodeguero, seña cultural del pasado industrial de Jerez y parte de su paisaje urbano, se mantenga.
Un casco de bodega (casi) centenario
Las bodegas de Zoilo Ruiz Mateos S.L. eran propiedad del grupo Rumasa de José María Ruiz-Mateos, diferenciándose en dos cascos bodegueros: uno de ellos con una superficie aproximada de 15.000 metros cuadrados y otro con aproximadamente 5.000. Si bien la bodega más grande es casi centenaria —fue construida en 1927—, la otra, la bodega de San Gerardo, es bastante más reciente, de 1955, siendo demolida el pasado año para la construcción de 77 viviendas por parte del grupo Q.
Ambos cascos bodegueros pueden utilizarse para uso residencial según consta en el PGOU, permitiéndose edificios de hasta cuatro y cinco plantas dentro de la promoción 'Terrazas del Sol' de esta promotora inmobiliaria.
Esta última demolición dará paso a un total de 88 viviendas en los que teóricamente habrá una apertura a la calle y zonas verdes anexas con viviendas de 1, 2 y 3 dormitorios, además de trasteros, piscina de uso comunitario y garajes. Nadie duda de que la zona, que cuenta además con otra promoción cercana en suelos municipales de 40 viviendas, vivirá un impacto positivo por su urbanización. Pero el precio paisajístico es significativo, y la calle Pizarro nunca volverá a ser igual.
Sandeman —que ya no produce vino en Jerez y solo dedica su pequeña bodega a visitas— y la Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre se quedan solas, como islas patrimoniales aisladas y rodeadas por edificios carentes de personalidad alguna que bien podrían estar en cualquier ciudad del mundo por su estilo internacional. Jerez, que fue ciudad-convento y luego la ciudad de las bodegas-catedrales, no merece eso. Probablemente la industria vitivinícola y su patrimonio material e inmaterial, cada vez más escaso, sea una de nuestras mayores bazas para diferenciarnos del resto. Defender, proteger y conocer nuestro pasado hace presente, y también es cultura. En esa capitalidad, que tan lejos queda, no nos ganaría nadie.
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