Tres candelas enormes bajo un sol de justicia. Dos ángeles celestiales sin protección solar. Pestiños a los que “vamos a tener que poner Nivea”. Una plaza demasiado grande y poco acogedora. Una imagen dantesca. Indigna si me apuran. Sobre todo, para algo que es un bien a proteger. Vallas y carros de chucherías no son el mejor forillo para ningún artista. Y menos el cemento. Y había mucho cemento. Tanto como el que provocó que El Torta dejara para la historia una frase en la Plaza de Toros: “el flamenco tiene reuma”.
El mismo cemento que acogió una pírrica zambombada hace escasas fechas, volvía a ser testigo de que las cosas a la fuerza — o por cómo ya ustedes se imaginan— no funcionan nunca. Como no funciona ningún esfuerzo que se haga por poner en valor un espacio que se ha convertido en un cementerio de millones de euros. Primero con los de la Ciudad del Flamenco y, Dios quiera que no ocurra lo mismo, con el Museo del Flamenco de todos los Andaluces o el de Lola en la diáspora de todos los jerezanos.
Como no funcionaron las directrices marcadas desde alcaldía. La conmemoración de la Zambomba como BIC merece mayor dignidad. Y mayor empaque. Y depurar responsabilidades. Y que se asuman y se entonen los mea culpa. Porque, a pesar de la voluntad de los artistas, que trataron de darlo todo, lo inhóspito y forzado del lugar no dejaba que cuajara nada. Ni siquiera a los extranjeros intentando demostrar su virtuosidad bailaora. Si se quiere revitalizar a la Plaza Belén, este no es el camino.
La situación era berlanguiana. Parecía como si escociera que en los Museos de la Atalaya y en la Asunción funcionara en ediciones pasadas la celebración de la Zambomba de las Zambombas y allí no se pudiera volver. Y por eso todos a Belén. A la plaza. A esa gran plaza. A esa enorme plaza, en la que ni los que se encargaban de animar a los presentes a golpe de venencia y bandeja de dulces; los que ocupaban las sillas cantando y animando bajo los angelitos trompeteros; o quienes eran responsables de aliviar la gazuza pudieran hacer nada más que soportar la situación y salir de allí lo mejor que pudieran.
Y nos dieron la una, las dos y la tres.
Ante la impaciencia de alguno que llevaba en la silla desde la una de la tarde — o incluso antes— pasadas las dos y pico empezaba sin presencia institucional alguna, salvo la del delegado de Cultura a la espera de la primera autoridad, la Zambomba de las Zambombas. La conmemorativa de que es Bien de Interés Cultural desde 2015. Y desde hace dos años hasta Fiesta de Interés Turístico.
El equipo capitaneado por Pedro Garrido Niño de la Fragua fue el encargado de sofocar los ánimos a golpe de carrizo, guitarra y pandero. “Vamos a llamar a unos cuantos autobuses y la segunda parte la vamos a hacer en Las Redes”, señalaba alguno de los miembros del grupo con la típica guasa con la que se tratan los temas de calor en estas tierras. Y con toda la voluntad del mundo, el séquito que daba contenido a este Belén de la Fragua comenzaba a tirar de cancionero popular. Y tras ellos Macarena de Jerez, Carmela de Jerez y el Lupi con su gente. Y así fueron pasando las horas. Con megafonía, gracias a Dios. Mejor no imaginarse el cuadro teniendo que cantar a pelo y después tener que irse a un doblete.
“Como quiten el carro de chucherías se va a ver detrás de los artistas la caseta de obra y yo no sé qué va a ser peor”, sentenciaba alguno que salía calle Barranco abajo en busca de algo consistente que llevarse al estómago, más allá del típico montadito, cansado de la situación berlanguiana que estaba presenciando en vivo y en directo.
Mientras algunos se iban, otros llegaban. Y mientras un grupo cantaba, otro esperaba donde la familia Flores va a montar su negocio, frente al museo de su madre. Y mientras unos buscaban la sombra al principio o la candela después, otros aprovechaban para convertir la Plaza de Belén en un mercadillo improvisado. Chucherías, sombreros, pulseras, gafas de sol… vendedores ambulantes de todo tipo intentaban endosar a propios y extraños sus mercaderías.
“¿Qué estamos en una Zambomba o en la Feria? Mira el que viene bajando por la escalera”, se escuchaba entre los más socarrones del final del coro de sillas, mientras el sol buscaba el poniente y dejaba paso a una gélida tarde, donde lo mejor era ir abreviando para no salir de allí directo al hospital u otros lugares donde la Zambomba era tratada con mayor dignidad que en la Plaza Belén el pasado viernes.
Menos mal que ya queda menos para el Puente de la Inmaculada de 2024 y algunos estarán contentos de que Jerez se parezca a San Fermín o Las Fallas.