Al traspasar las puertas del Palacio del Tiempo, un gran desconocido para muchos ciudadanos de Jerez, parece que el mismo se congela.
O se acelera, según se mire, porque pasan los minutos sin que el visitante se percate, por el encanto propio de los lugares que tienen la capacidad de hipnotizar tan solo con cruzar sus puertas.
Este palacio de estilo neoclásico-victoriano, construido a finales del siglo XIX, alberga el único museo de relojería gruesa que está abierto al público en España. Con relojes que fueron fabricados entre finales del siglo XVII y el XIX.

Con bata blanca inmaculada, abre el palacio Francisco Osuna, el relojero de este espacio desde hace tres años. Que en realidad es arquitecto, trabaja en Sevilla y se desplaza una vez a la semana —como mínimo— hasta Jerez para darle cuerda a los 287 relojes que componen la colección de este museo único.
“El más fuerte de todos los guerreros son el tiempo y la paciencia”, dejó escrito León Tolstói en su mítica obra Guerra y paz. De Osuna podría decirse que lo lleva a rajatabla. Sobre todo cuando se acerca el cambio de hora.
En el cambio al horario de verano, uno de los dos momentos “fuertes” del año, se prepara para lo que se le viene. Este, sin embargo, es más llevadero que el anterior.

En dos horas, calcula, pondrá en hora los relojes. En octubre, en el cambio al horario de invierno, tiene que adelantar 11 horas el tiempo —estos relojes no permiten retrasarlo—. “Esta muñeca vale como las manos de Casillas”, comenta entre risas Osuna.
La bienvenida al visitante del espacio museístico la da el reloj de Losada. De José Rodríguez Losada, el mítico relojero, autor del reloj que preside la Puerta del Sol de Madrid, o del reloj-farola de la plaza del Arenal jerezana. Su mecanismo interno es el que se puede observar en el Palacio del Tiempo.
El museo, en una época de prisas, acelerones y poca percepción del tiempo en general, va a contracorriente. Reivindica la importancia de los minutos, de las horas. Ayuda a frenar en seco. A pensar. A reflexionar.
El arquitecto-relojero
Francisco Osuna dice que vive de la arquitectura, pero que encuentra la felicidad en la relojería. Concretamente en la relojería gruesa, en la que está especializado.

La descubrió por casualidad, como muchas grandes cosas en la vida. Un día que se encontró un reloj en el contenedor, se lo llevó a un relojero amigo y se lo devolvió desmontado en una caja de zapatos.
Esa noche se acostó a las tres de la mañana, cuando consiguió devolverlo a la vida. Entonces, empezó a ir cada vez que podía a la relojería, a empaparse de un oficio que le terminó conquistando. A base de mirar, leer y ensayo-error, fue aprendiendo.
Porque para ser relojero no hay formación reglada, ni nada que se le parezca. Salvo muy contadas (y caras) excepciones.

“Como todos los gremios, el de los relojeros es cerrado. O tienes a alguien que te quiera enseñar, o no aprendes”, dice Osuna. Por eso valora tanto el intercambio de aprendizaje y experiencias que realiza con sus compañeros de la Asociación Nacional de Reparadores y Restauradores de Relojería Gruesa (Anreg), de la que es su presidente.
“La relojería fina, de bolsillo, es más técnica. Quitas una pieza y pones otra. La relojería gruesa es más artesanal. Aquí tienes que fabricar piezas. Si se rompe una palanca, la cojo, la dibujo en un papel, la traslado a una chapa, la corto, limo, pulo y la adapto. Haces una réplica”, explica Osuna.
Una especialidad de la relojería, la suya, a la que no cree que se dediquen más de 200 profesionales en todo el país. “Dentro de la relojería gruesa también hay que distinguir entre la antigua y la moderna —a partir de los años 50 del siglo pasado—” agrega.
“Aquí pasa como en todos los oficios, que somos esclavos de nuestro trabajo, porque la sociedad nos lleva a ello. Pero tienes que tener la fuerza mental suficiente para decir: vale, esto me gusta y no voy a sufrir haciéndolo. Voy a intentar disfrutarlo”, dice el relojero.
El ‘top 5’ del relojero Francisco Osuna
Entre los 287 relojes de la colección del Palacio del Tiempo hay verdaderas joyas de incalculable valor. Económico, artístico e incluso sentimental para quienes, como Osuna, tratan con ellos a menudo.

Más de 200 relojes del museo jerezano son de fabricación francesa. Casi el resto, son ingleses, pero también hay italianos, suizos o alemanes. Y solo uno de fabricación española, un reloj bracket fabricado por Agustín Caballero a finales del siglo XVIII.
Preguntado el relojero por sus relojes favoritos, se va primero hacia un espacio en el que se concentran relojes franceses de finales del siglo XVII. “Es de lo último que se hizo con estilo barroco, en la época del rey Luis XIV, el Rey Sol”, dice Osuna, señalando a uno que le entusiasma especialmente.
La caja del reloj, el número 35 de la colección, está fabricada con concha de tortuga, con una técnica de marquetería que lleva el nombre de su inventor, el ebanista y escultor francés André-Charles Boulle. En su parte superior está representado Cronos, el dios del tiempo en la mitología griega.

“En época de Luis XIV esta ebanistería se aplicaba a cajas de relojes y también a muebles. El último escritorio que subastó Christie’s de Boulle se vendió por un millón y medio de euros”, comenta Osuna, para dimensionar la obra que tiene delante.
Luego, el relojero señala otro reloj cuya estructura tiene forma de rinoceronte. Pero no de uno cualquiera. Es la rinoceronte Clara, un animal que se hizo famoso en el siglo XVIII por sus paseos por Europa. Estuvo recorriendo países —de Austria a Polonia, de Países Bajos a Dinamarca— durante 17 años.
Clara hasta llegó a estar unos meses en la reserva real de Versalles, en París, donde fue recibida por el Luis XV. Inspiró relojes, como el del Palacio del Tiempo, pero también cuadros y hasta dio nombre a un buque de la Marina francesa —el Rhinoceros, en 1751.—.

Hay también, en el museo jerezano algunas “rarezas”. Como un reloj de influencia oriental, con una estructura a base de varas de bambú. “Tuvo que ser un encargo especial”, sostiene Osuna, que en ningún otro sitio ha visto un reloj “que se le parezca”.
O relojes con autómatas, algunos de los más preciados. Es decir, con personajes que realizan movimientos. Como uno que, una vez activado un mecanismo, mueve la cabeza y levanta las manos, en las que tiene dos vasos. Debajo aparecen bolas de colores, que cambian cada vez, como si fuera un trilero.
En su interior, tiene unas poleas con cuerdas y un cilindro con púas. “Cada vez que pasa por una púa, levanta el brazo y mueve la cabeza”, explica Osuna.
“Este reloj tiene exactamente 200 años, es de 1824”, cuenta el relojero, quien se encontró en su interior, durante una restauración, la firma de su autor y la fecha. “Las telas de seda del muñeco son las originales”.

También le encanta un reloj del maestro relojero francés Ferdinand Berthoud, quien trabajara para el rey Luis XV. Un reloj de péndulo de estilo rococó.
“Berthoud fue un relojero técnico, que inventó muchos procesos y mejoró la relojería”, explica Osuna. Miriam Morales, directora-gerente de la Fundación Andrés de Ribera, que gestiona el museo, aporta que “esta línea relojera la compró la marca Chopard, especializada en relojería de pulsera”.
Y para terminar el top 5 —por decir algunos— del relojero Francisco Osuna, señala un reloj esqueleto francés de finales del siglo XVIII. Es un reloj con cúpula del maestro Robert Robin. “Está muy bien diseñado, es muy distinto a otros”, describe Osuna, quien destaca su sistema de pesas.
“Aquí solo actúa la gravedad", dice el relojero, quien abunda: “Su mecanismo, llamado de escape, es insólito, le aporta una precisión de entre 2 y 4 segundos por semana. Falla muy poco”.
El origen de la colección
En 1973, con 152 relojes, se inició la colección de lo que hoy se conoce como el Palacio del Tiempo, ubicado en los Museos de la Atalaya. La entrada se hace por la calle Cervantes, una bocacalle de Lealas.
Del convento de los Padres Capuchinos llegaron unas piezas que había heredado de la condesa de Gavia. La muestra se amplió en 1974 con 74 relojes de la colección Pedro León. En 1977 se sumaron otro centenar.
Luego fueron propiedad de la familia Ruiz-Mateos, pero pasaron a manos de la Junta de Andalucía tras la expropiación de Rumasa, y ahora la gestiona el Ayuntamiento de Jerez, a través de la Fundación Andrés de Ribera (FAR).

Al frente de la FAR está Miriam Morales, directora-gerente de una institución que se empeña en conservar la esencia del Palacio del Tiempo, pero que mira al futuro con proyectos que atraigan a más visitantes.
Morales y todo su equipo se empeñan en describir al Palacio del Tiempo, porque lo es, como el “mayor museo de relojería gruesa abierto al público en España”.
En el país hay pocos espacios comparables. Solo la zona musealizada de la Joyería Grassy de Madrid —con una colección cinco veces menor— o la incomparable colección de Patrimonio Nacional, que tiene más de 700 piezas.
El museo jerezano abre por las mañanas, de lunes a viernes, de 9.00 a 14.00 horas. Pero también por las tardes, previa reserva, las tardes o los fines de semana y festivos. Todo el año. Por un precio que oscila entre los tres euros —para jerezanos, escolares o pensionistas— y los seis euros.
“Estamos abriéndonos a experiencias distintas”, relata Morales. “Hemos tenido a una soprano actuando desde el balcón del museo, o un banquete montado en el salón Luis XV", agrega. En definitiva, dice: “Queremos abrir el abanico de la oferta del Palacio del Tiempo para otros perfiles”.