Manuel Anguita Fontádez, 61 años de edad, es la tercera generación que está al frente de un negocio de largo recorrido en el comercio tradicional de Jerez, uno de los pocos que quedan en el centro urbano que aún conservan el sabor de las añejas tiendas de toda la vida. Casa Anguita evoca a aquellos establecimientos que poco a poco han ido desapareciendo de la zona comercial del Jerez histórico.
Resiste pese a la competencia atroz en este sector y al paso de los años. El secreto, ofrecer artículos que difícilmente se podrán encontrar en otros establecimientos y mucho menos en las grandes superficies comerciales. Su especialidad es la confección, pero con productos que seguramente a las nuevas generaciones ni les sonará: batas enguatadas “las de siempre, ni cortas ni de perritos; las batas clásicas”, toquillas para las abuelas, calcetines de todas las clases, colores y modelos, ropa para bebés, para mayores… “aquí hay de todo”. En pocas palabras, la tienda donde encontrar un montón de artículos que pocos negocios, e incluso fabricantes, trabajan ya.

La historia de esta firma es larga, un apellido unido al mundo textil. Su abuelo y más tarde sus hijos se dedicaron de una forma u otra al mismo sector. Casa Anguita la abrió a principios del siglo XX, hasta que en 1955 el padre de Manuel decidió seguir. Ahora, él es la tercera generación que está al frente, y la calle Algarve el enclave donde se desarrolla la actividad comercial, ahora y antes. Manuel Anguita Fontádez decidió ponerse tras el mostrador al fallecer su padre.
Tuvo que dejar de lado ser maestro, tras conseguir licenciarse en Magisterio: “Le dije a mi padre que quería irme con él a la tienda a lo que me contestó que la tienda siempre estará ahí, que primero terminara una carrera”. Así lo hizo, pero consiguiendo graduarse en el año en el que fallece su progenitor: “Tenía 22 años cuando empiezo a dedicarme íntegramente a la tienda; pude haber sido maestro, pero me hicieron una pregunta un poco salomónica y bueno, al final terminé aquí”.

"Tenía 22 años cuando empiezo a dedicarme íntegramente a la tienda; pude haber sido maestro"
Es el último de la saga de los Anguita. Con él terminará el periplo de este apellido por la historia del comercio en el centro, “y me queda poco, hasta que me jubile”. Entre tanto, la clientela entra en un establecimiento donde todo está en el sitio donde Manuel sabe que encontrará el artículo que le piden. Sobre el mostrador cuelgan más de una decena de toquillas, esas que usan las personas mayores para el frío, de todos los colores, siempre discretos.
Las batas también se dejan ver en el escaparate, “este año faltan muchas de las enguatadas que son las que más me piden. El fabricante me ha dejado colgado este año”, se lamenta Manuel. Calcetines, leotardos, grandes y pequeños, de todas las tallas, lisos o estampados; ropa de bebé y de cadete; alguna sudadera y multitud de pijamas… es lo que se ve, porque la tienda, adentro, lo enseña casi todo.

¿Cómo sobrevive un comercio de este corte tradicional y de los que quedan muy pocos?: “Aguantando, buscándome las maneras y cuando falla una cosa, buscar otra salida porque no hay otra”. Cuenta con la ventaja de que lo que vende “es muy difícil de encontrar”. El valor de la atención al cliente y el conocimiento del producto son los pluses que le conceden una clientela fiel: “Que vayas a una tienda y que te pidan determinados productos y de los 6 o 7 que solicitan encuentren 5, no es fácil”.
"Al que le gusta bien y al que no, no puedo hacer otra cosa. Cada negocio está enfocado a sus necesidades y a lo que vende"
Mientras conversamos, varios clientes han comprado artículos relacionados con los bebés, leotardos y pijamas. Le preguntan por una talla, pero Manuel pide a la clienta una pequeña descripción del pequeño. Al final le recomienda otra “que seguro que le estará bien y si no, lo trae y lo cambiamos”. “Sabemos nuestros productos, sabemos qué es lo que se demanda y sabemos qué es lo que tenemos que ofrecer”. Ha sacado una línea de calcetines diseñados por él con estampados de motivos jerezanos como el perro bodeguero, la venencia, el catavino, caballos, flamenco, el vino: “Hay que echarle mucho coco”.
Lo que sí ha dejado atrás son las guayaberas, las tebas, los pantalones de mil rayas que “aquí se han vendido una barbaridad”. Le quedan pocos años para jubilarse. Casi 40 en el mostrador. Obviamente, el futuro es mantenerse y seguir haciendo bueno un negocio con un sello forjado con los años: “Al que le guste, bien, y al que no, no puedo hacer otra cosa. Cada negocio está enfocado a sus necesidades y a lo que vende”.