40 metros cuadrados, más de medio siglo de existencia, un pequeño comercio de barrio de los de toda la vida que ahora llaman de cercanía; aquellas tiendas siempre abiertas -de lunes a lunes- para los desavíos. Un establecimiento que se convirtió en un lugar de encuentro para los vecinos. Nació con la misma barriada del Polígono, allá por la década de los 60, y siempre en el mismo lugar, en la avenida Ángel Mayo.
Si hoy se accede a la Papelería Ani solo se ven estanterías casi vacías, algunos restos de lo que poco a poco está saliendo hacia los otros negocios que llevan el mismo nombre en otras zonas de la ciudad, regentadas por los hijos del pionero, Tomás Biedma Gandolfo. Permanece la máquina de las apuestas y lotería, motivo por el que sigue abriendo las puertas cada mañana.
Aquel fue el fundador, el que inventó la marca con el nombre de su esposa, arrancó un negocio con una filosofía casi en extinción: el trato amable y cercano con el cliente, que con el paso del tiempo llega a lo familiar; negocios con personalidad y mucho cariño. La puesta en marcha de la tienda, que empezó vendiendo verduras y como recova, evolucionó para ser un espacio donde encontrar casi de todo. Tomás fue alguien importante en ese nuevo barrio: "muy implicado y muy popular; muy identificado con con todas y cada una de las familias del barrio", recuerda su hijo Eduardo al que ahora, tras 35 años tras el mostrador -entró con 14 años-, le toca cerrar la historia de la Papelería Ani.
Toda una vida dedicada a un trabajo ceñido al pequeño mostrador, atendiendo a una clientela fiel de toda la vida. El carácter de aquel negocio lo supo mantener Eduardo Biedma, implicándose en el día a día del Polígono y su gente, tanto ha sido así que la papelería vio nacer una hermandad, la de La Clemencia. Allí se reunían, tenían la secretaría y germinó en lo que hoy en día es una cofradía de referencia en la ciudad. Una muestra más de un gran orgullo de pertenencia a una zona donde no hay nada que se cuente por siglos.
En estos días donde apenas queda género en la papelería, permanece lo intangible los muchos recuerdos que serán muy difíciles de despegar de las cuatro paredes que tanto y tanto han vivido. "Aquí el cliente nunca ha sido un número porque conocemos mucho de la vida de nuestros vecinos. Ha sido una relación muy afectiva, casi familiar", confiesa con cierta emoción.
Eduardo, a día que pasa, ve llegar su ‘jubilación’, que es lo que le ha llevado a clausurar la papelería: "Necesitaba descansar, tener tiene tiempo libre para mis cosas para la parroquia para la cofradía para mis costaleros… después de casi 40 años a pie de mostrador no solo te deja cansancio, también mermas físicas".
Su padre sigue siendo su referente vital, una persona buena y trabajadora que merece, "su buena parcela ‘arriba’ porque hizo una labor encomiable con los más necesitados del barrio y trabajando en una parcela tan bonita como es la la caridad desde su gran convicción religiosa".
Recuerda cuando su padre, al que tilda como el mejor comercial, le pidió que le ayudara al terminar los estudios básicos. De su mano evolucionó para conseguir que la tienda tuviera un poco de todo, "desde una puntilla, un juego de brocas, prensa, papelería, librería, artículos de perfumería, de limpieza y hasta capirotes. También miel para las torrijas y pestiños…", en definitiva lo que el cliente pedía lo tenía y si no, se le buscaba: "Ese era nuestro fuerte, dar confianza a las personas que te piden algo e intentas servirle".
¿Sigue siendo rentable este tipo de negocios de barrio? A esta cuestión Eduardo tiene claro que el trato cercano es lo que marcha la diferencia y sobre todo atender la demanda, esa a la que no llegan los supermercados: "Es muy, muy complicado ante las grandes superficies y la venta online, pero nos queda la base fundamental del trato personal con el cliente".
La puerta abierta es una invitación también "a echar el rato y verte, para pasar un poquito de tiempo contigo". El secreto está en renovarse constantemente, no para pelear con los grandes pero sí para ocupar un espacio de cercanía. Tener lo que le hace falta a sus vecinos y, como señala, "lo que no tenga se le busca". Entre esas novedades que introdujo fue el de recepcionar paquetería de venta online. "Tener artículos, organización y limpieza", tres conceptos que llevó a rajatabla, como el enseñó su padre.
"Voy a cesar mi actividad, porque intento buscar un poco de tiempo, más calidad de vida y un poco de ‘chapa y pintura’ por temas salud, mermas que te van dejando tantos años tras el mostrador de pie", señala para concluir, mirando hacia un interior: "Aquí se queda toda una vida, se quedan los sentimientos, se queda mucho". Lo que no se perderá será azulejo que instalado en la parte superior del exterior del bloque, es el que se dedicó a José Luis ‘Selu’, cofrade primigenio de la hermandad, fallecido demasiado pronto y vecino de Eduardo. La papelería también tiene sus leyendas.
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