A primera hora de la mañana, la calle Porvera es un animado concierto de transeúntes que caminan hacia la Escuela de Arte, desayunan en alguna cafetería, corren hacia el trabajo o hacen cola en las fruterías para llevarse los productos más frescos. Los comerciantes madrugan para adornar los escaparates y sacar a las aceras pequeñas pizarras con las ofertas y los descuentos de la semana. Entre ellos se saludan, se conocen y se ayudan. También comentan la complicada situación que atraviesan y las dificultades que enfrentan, cada mañana, para abrir con una sonrisa la tienda que regentan desde hace tanto tiempo.
La floristería Olmedo lleva alegrando más de 30 años la calle Porvera con el color de sus flores y con los aromas que éstas desprenden. Al pasar junto a su escaparate, los viandantes ralentizan la marcha para disfrutar del espectáculo que es contemplar a sus propietarias elaborando las famosas flores de Pascua. “Mucha gente viene de distintos puntos de la ciudad e incluso de otros pueblos para llevarse nuestras plantas de Pascua, porque las adornamos de un modo tan especial y cuidado que es difícil encontrarlas en cualquier otro lugar”, explica María, hija de los dueños del local.
Sin dejar de preparar pedidos, relata a lavozdelsur.es las dificultades que vivieron durante los primeros meses de la pandemia. “Fue en mayo, justo después del gran confinamiento, cuando todo empezó a despegar de nuevo. Por probar suerte, se me ocurrió poner un anunció en Facebook, para el Día de la Madre, diciendo que hacíamos reparto de ramos de regalo a domicilio. Fue un auténtico éxito. No dábamos abasto a preparar pedidos. Así que aplicamos esa misma fórmula de cara a otros días señalados y, por suerte, conseguimos ir remontando. Luego, fueron volviendo las bodas poquito a poco, que son también una de nuestras principales de ingresos”, relata esta floristera con una sonrisa.
Floristería Olmedo: "Nosotros sobrevivimos gracias a que nos conoce mucha gente, clientes de toda la vida que confían en nuestro trabajo"
María ha crecido entre la floristería de la calle Porvera y los viveros que también regentan sus padres. Reconoce que el sector de las flores no es uno de los más afectados por la pandemia, porque “por desgracia, entierros siempre hay”. Sin embargo, en los últimos años, ha visto echar el cierre a distintos comercios de la zona, dedicados a “la venta de ropa, alimentos frescos o joyas”, porque no han podido resistir la competencia de grandes superficies comerciales. “Nosotros sobrevivimos gracias a que nos conoce mucha gente, clientes de toda la vida que confían en nuestro trabajo y nos eligen aunque no seamos los más baratos, ni los que mejor página web tengamos”, concluye María.
Justo al lado de la floristería resiste Lencería Eva, un negocio que lleva abierto 51 años, 41 de ellos en el mismo local de la calle Porvera. Su dueño, Paco Valenzuela, asegura que “en estos 41 años, nunca ha visto las cosas tan difíciles como ahora”. En su tienda, donde llevan medio siglo vendiendo, sobre todo, lencería de mujer, se respira la esencia propia de un establecimiento de toda la vida: género seleccionado, compras pausadas y clientes totalmente fidelizados.
Lencería Eva: "Nuestros principales problemas son la falta de aparcamientos y de alumbrado"
“Uno de nuestros problemas en esta calle es la falta de aparcamientos. Aquí solo viene a comprar gente del barrio, porque, si tienen que venir en coche, ¿dónde aparcan? Prefieren ir a Área Sur”, explica este veterano dependiente. “Otro punto que juega en nuestra contra es la falta de alumbrado”, señala. “Hemos llamado dos veces al Ayuntamiento para que, por lo menos, arreglen las farolas que hay en nuestra cera, pero no nos hacen ni caso”, denuncia su hija, heredera de la tienda.
Ambos coinciden en que el futuro del pequeño comercio en el centro de Jerez es cada vez más complejo. A la falta de aparcamientos y al cierre progresivo de las tiendas que había en él, se suma, aseguran, “la dejadez del Ayuntamiento”, la subida de los costes y el auge de los grandes centros comerciales. “Está todo carísimo y los beneficios son mínimos, así ¿quién puede resistir?”, se pregunta Paco.
En la misma acera, unos pasitos más allá. se ubica la joyería Vilo. Su propietario, José, lleva más de 30 años observando el devenir de la calle desde el mostrador de su tienda: primero, como hijo de los dueños, a los que ayudaba siempre que podía; después, como dependiente. Su negocio ha conseguido sobrevivir a la crisis de 2008 y a la pandemia de 2020 gracias al flamante negocio de la compra y venta de oro.
Joyería Vilo: "Mucha gente, durante la crisis económica, empeñó sus alianzas y luego, cuando se recuperaron, volvieron a hacérselas"
“Mucha gente, durante la crisis económica, empeñó sus alianzas y luego, cuando se recuperaron, volvieron a hacérselas”, explica. “A nosotros nos ha ido bien gracias a eso, pero la calle, en general, marcha mal”, asegura. Al explicar los principales problemas que enfrentan los pequeños comerciantes del centro, coincide con Paco, su vecino.
“El problema es que el Ayuntamiento ha descuidado mucho la zona: el tráfico es caótico; el alumbrado, pésimo: aquí a las seis ya no se ve; y no se nos permite tener nada en las aceras, porque nos cobran. ¿Esa es la forma que tienen de fomentar el pequeño comercio?”, se pregunta José. Estos inconvenientes provocan, según este joyero, la desaparición paulatina de las tiendas del centro de la ciudad.
Con él coincide Javier, el dependiente de la única ferretería que resiste en la zona: “El centro va a quedar únicamente para los bares y los restaurantes”. Este autónomo explica que se trata de una especie de efecto dominó: la desaparición de unos negocios repercute en los otros. “La gente aquí ya no viene a comprar, porque cada vez cierran más tiendas y los clientes no ven esta calle como un lugar a donde ir de compras, sino como un sitio donde tomar una cerveza o un café”, asegura.
“Nosotros sobrevivimos de milagro, endeudándonos un poquito cada día cada mes para ver cómo hacemos frente a todos los pagos que debemos”, confiesa Javier, que no sabe si podrá resistir mucho tiempo más. “Los beneficios son muy escasos y la subida de precios nos está matando”, concluye.
Enfrente, La despensa de Consuelo, una pequeña tienda de alimentación con fruta y verdura fresca, resiste con dificultad, como Javier, las últimas subidas de precio en el sector. “Nos va mal”, afirma, rotundo, Alberto, su propietario. “Los precios en Mercajerez —el proveedor al por mayor al que el compra— se han puesto imposibles. Antes, un manojo de hierbabuena costaba 70 céntimos. Ahora, de 1,40 no baja. Las cosas que antes costaban un euro, ahora cuestan dos. Ni yo ni mis clientes pueden hacer frente a esos precios”, asegura.
La despensa de Consuelo: "Yo me mato a trabajar, pero no llego a final de mes. Todo está cada día más caro, pero mis ingresos son los mismos"
A la pequeña “despensa” acude, sobre todo, gente de las calles aledañas que lleva toda la vida comprando en el pequeño comercio. Alberto conoce el nombre de sus clientas y las atiende con una amabilidad envidiable. Si se le acaban los plátanos, ofrece chirimoyas. Si no le quedan pimientos, regala un ramito de hierbabuena. “Está todo carísimo, pero los sueldos no suben”, denuncia una clienta. “Yo me mato a trabajar, pero no llego a final de mes. La fruta, la verdura, la carne, el pescado… Todo está cada día más caro, pero mis ingresos son los mismos”, cuenta compungida. “Y si yo no puedo permitirme comprar, ¿cómo va a mantener este señor su tienda abierta?”, se pregunta.
Las demás clientas asienten convencidas: todas comparten la misma opinión. Muchas de ellas aseguran haber adelantado las compras de Navidad, no solo por miedo al desabastecimiento, sino también por temor a la subida de precios. “Yo salgo a comprar una vez por semana y cada vez me encuentro las cosas más caras. Es increíble”, comenta una de ellas. Alberto se encoge de hombros y niega con la cabeza: “Es por todo esto que veo complicado resistir. Llevo diez años en este negocio y creo que nunca he visto las cosas tan imposibles como en los últimos meses. La pandemia la pudimos resistir reinventándonos, haciendo pedidos a domicilio, pero esta subida de los precios y de los costes de la electricidad nos va a terminar de arruinar”, subraya.
Apenas a unos pasos, la icónica tienda de máquinas de escribir Arroyo anuncia su liquidación por cierre. Su propietario habló hace unas semanas con este medio sobre la situación de la zona. También lo hizo el sastre Mera, que aseguró ser el único sastre manual que resistía a la competencia de las grandes superficies en Jerez. Hasta su tienda llegan clientes de todas partes del sur de España que alientan el espíritu de una calle histórica que trata de levantarse cada mañana contra viento y marea.
Por eso, pese a las dificultades, es tan mágica y tan atractiva la calle Porvera que algunos comercios se han atrevido a abrir sus puertas en ella en los últimos tiempos. Es el caso de Baobab, una librería infantil y juvenil donde también es posible encontrar juguetes educativos. Situada junto al colegio San José-La Salle, a la salida de las clases, los esmerados escaparates del negocio son un hervidero de niños pegados a los cristales, soñando ya con los regalos que recibirán esta Navidad. Las dependientas atienden y aconsejan a los padres y madres que se acercan a la tienda en busca de algo diferente que regalar a sus hijos.
“Muchos nos dicen que prefieren venir aquí a comprar que ir a grandes almacenes o hacer un pedido por internet”
“Tenemos clientes de todo Jerez y de muchos pueblecitos de la Sierra”, reconoce Rosa, una de sus dependientas. “Muchos nos dicen que prefieren venir aquí a comprar que ir a grandes almacenes o hacer un pedido por Internet”, comenta orgullosa. “Nuestro objetivo es ese: ofrecer un trato personalizado para lograr fidelizar al cliente. Es nuestra única forma de competir con las grandes superficies y, de momento, parece que está funcionando”, explica, alegre, Sandra, su compañera, que también cuenta que, a pesar de llevar tan solo un año en la tienda, ya conoce el “nombre y los apellidos” de muchos de sus clientes, así como los gustos de sus hijos.
Comercios como Baobab son una puerta a la esperanza en una calle que, como su continuación, la también emblemática Calle Larga, ha visto echar el cierre a muchos de los pequeños negocios que, podría decirse, formaban parte del patrimonio histórico de la ciudad. Para su supervivencia, además de la promoción de medidas que favorezcan el regreso de los clientes al pequeño comercio —tales como mejoras en la canalización del tráfico o en el mantenimiento del alumbrado—, es imprescindible encontrar de nuevo un equilibrio entre costes y beneficios.
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