Tatiana y Amparo esperan a las puertas de Stradivarius. Primera vez que salen a comprar, cuentan. Se hace raro. Hay cola. Líneas en el suelo. Es como si todas las tiendas tuvieran un poco de Ikea con esto del coronavirus, con sus flechas en el suelo bien visibles, con esa sensación de que no hay casi por dónde escapar. Lo mejor que tiene es que al menos no te llevas un empujón mientras miras alguna camiseta, ya en vistas del verano, porque la primavera se la ha comido el bicho.
"Da respeto". "Pero hay que arriesgarse un poco, porque si no, no tenemos vida, y si ya de por sí hemos estado este tiempo sin hacer nada, ¿no?", dice Tatiana. "Con cuidado, manteniendo las medidas de seguridad". Cuentan que han pasado algo de miedo. Vienen a tiro hecho. A descambiar y a por unas zapatillas de deporte. "El menor tiempo posible".
Esther está sentada en uno banco frente a Zara, con bolsas llenas apiladas a su lado y mascarilla mientras mira el móvil. Está esperando a una amiga, a que termine de pagar dentro. Luego diremos que si le habría gustado salir en la foto, pero bueno, que hubiera tenido prisa en pagar, bromeamos. Aclara: a primera hora de la tarde apenas había gente hasta que han llegado las colas a las ocho de la tarde de este jueves, primer día de uso obligatorio de la mascarilla. "Es la primera vez que vengo al centro" desde que comenzó la pandemia.
En Zara hay dos colas para entrar, otra para probadores, una sola planta abierta, y a medias. "No he tenido miedo, pero es un rollo. Hay que poner lo que te llevas en un sitio, lo que dejas, en una percha... Es mucho lío, no es como antes". Ella ha venido a buscar, y se ha animado. 150 euros, explica, en tres tiendas. "Lo que he ahorrado estos tres meses". Poco para lucir en verano. Sobre todo, para tener ropa cómoda, de diario, "de vestir, nada, estando todo de eventos cancelado...". "Veníamos de paseo. Yo tenía ganas de venir, y está bien organizado, pero es extraña la situación". Además, "no han sacado todo, no está al 100%".
Pero no sólo de ropa vive el centro. Hay tiendas que tienen un sello especial, de esas que llaman la atención. Entres o no. El Torreón Escondido está al inicio de la calle Larga, junto al bar La Moderna, el clasicón de los clasicones que todavía no ha abierto sus puertas. Miguel Ristori es propietario y "autónomo sufrido". Y dice que "no estoy descontento del todo. Abrí el 11. La gente está un poco sensibilizada con apoyar al pequeño comercio". Se le responde: "Claro, que ha preferido no comprar en Amazon, ¿no?". Y se le cambia el gesto debajo de la mascarilla. Porque "además esa frase me la han dicho varias veces. Hombre, se agradece".
Como a todos, esta crisis le ha venido mal. "Llevábamos una tendencia muy buena antes del dichoso coronavirus". Cambiaron el concepto de la tienda del juguete infantil a lo friki, porque el friki "no tiene edad". Su tienda es, al completo, cosas muy adquiribles por internet, como los famosos muñecos cabezones de series y películas, o cualquier otro elemento del fandom, pero que "friki no es despectivo. Marvel, Dragon Ball. Series. Tiene bastante público y está respondiendo bien". Por las noches acciona un equipo de desinfección de ozono. Es una tienda pequeña. A la puerta, gel hidroalcohólico. Estos meses se ha acogido a la prestación por cese. "Que no nos han regalado nada, la llevamos pagando mes por mes" para disfrutarla ahora. La segunda cuota de la alarma no la pagó. "Eso te echa un cable". Y espera que "los gobernantes hayan aprendido, que no se tomen a la ligera los avisos, ya sabemos que esto va en serio. Si hay un rebrote, que dicen que hay un alto porcentaje de que lo haya, por lo menos que lo cojamos mucho antes".
Y de postre, para el reportaje, un helado. Antonio Zambudio, de Heladerría Ferretti, donde calle Larga pierde su nombre y se llama Lancería, aunque para todo el mundo sea calle Larga. Vende helados, cuenta, pero le está fallando el trabajo en equipo, digamos. "Está todo cerrado. Por el tema de los ERTE. Abrirán algunos a medidados de junio. No les interesa abrir con todo el mundo". No lo van a generar. Es pesimista, porque vana faltar extranjeros, que son "el 80%". Este año, dice, abrir es para pagar. Para comer "y poco más, ojalá me equivoque", tanto él como su mujer, que también trabaja en la tienda. Son muchos gastos de electricidad. "Esto dentro de un rato se muere. No hay bares para tomarte una cerveza. No van a dar vueltas por aquí. La gente venía después del postre. Entonces tengo que cerrar también".
Abre menos horas, de seis a nueve y media o diez. "La gente se desanima. Viene un día o dos, pero es que es en todo Jerez, y en Valdelagrana. El otro día, de todos los bares, uno abierto de 50.000. Hay que vender. Antes no teníamos permiso, pero ahora sí. Hay que abrir". Si hay un giro, quizás, contrate a alguien. La gente en el centro cuenta que tiene ganas de centro. Es la nueva normalidad. "O esto se menea, o cómo voy a tener una persona contratada". Y los helados por la calle, porque tampoco vienen por Amazon. "Me conformo con pagar y comer".