grafitero_paez_morilla09
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Abraham Castro, alias 'Caos', empezó en el mundo del spray cuando apenas era un chaval que se escondía de la Policía para que no lo pillara pintando muros. Hoy, junto a un socio catorce años más joven, tiene su propia empresa de grafiti.

Empezó como muchos adolescentes aficionados al grafiti, pintando muros y trenes a escondidas al amparo de la oscuridad de la noche. Varias multas y años después, Abraham Castro, 38 años, ha convertido su hobby y su pasión en una profesión. Junto a su compañero Adrián Santos, catorce años más joven que él, fundaron en 2013 la empresa de diseño gráfico Whole Grafix, dedicada especialmente al grafiti artístico.

En los últimos años han realizado trabajos para bares, restaurantes, hoteles, comunidades de vecinos y particulares, si bien su último y más espectacular trabajo concluyó hace apenas un mes en las bodegas Páez Morilla.

Nada más cruzar las puertas de las instalaciones de la carretera de Cartuja, y tras un cuidado jardín, se divisa fácilmente un inmenso mural, pintado sobre una no menos impresionante nave de aproximadamente 6.000 metros cuadrados donde se guardan botas envinadas con oloroso. Sobre una superficie de 1.200 metros cuadrados, un inmenso parque de estilo inglés, que se mimetiza con el entorno, se alza ante nosotros en lo que es el mural más grande pintado hasta el momento en España.

“Al entrar en la bodega lo que se veía era un muro muy grande y feo donde parecía que íbamos a poner un cine de verano”, bromea Esperanza Páez, hija de Antonio Páez Lobato, el ‘rey del vinagre’. La idea se le ocurrió a ella, y fue entonces cuando recordó que su hermano, meses atrás, había conocido a un grafitero, que firmaba sus obras como ‘Caos’ y que ya había hecho otros trabajos de envergadura.

“Me llamaron, nos plantamos aquí y nos preguntaron si nos veíamos capaces de pintar esto. Pues claro que sí”, explica Abraham, que no obstante reconoce que al principio “teníamos un poco de miedo a no encajar bien el dibujo y también por la logística de la grúa”.

No era para menos. La pared tiene ochenta metros de ancho y 15 metros en su punto más alto, por lo que la complicación estribaba en no tener una perspectiva mientras pintaban subidos a la grúa. Así que, con los planos y las medidas de un lado, una foto del parque en cuestión –el londinense de Saint James- y la ayuda de Photoshop, diseñaron una malla para trazar unas coordenadas que a la postre fue lo que les ayudó a pintar el mural.

Una vez superada esa complicación, el trabajo fue fluido, tanto, que en apenas 22 días Abraham y su compañero Adrián concluyeron el trabajo. En total, calcula que han gastado entre 15 y 20 cubos de 15 litros de pintura plástica, si bien también hay toques de spray e incluso de aerógrafo.Y entre los árboles de ese parque trazado a base de pistola y compresor, sentado en un banco a la sombra de un árbol y saludando catavino en mano, el retrato del patriarca de la familia bodeguera, Antonio Páez Lobato, a quien tenemos la suerte de encontrar en uno de sus paseos por las instalaciones y que no duda en posar delante de la obra junto a Abraham.

“El detalle de poner a mi padre se le ocurrió a mi hermano Antonio –explica Esperanza-. Estaba todo terminado y preguntó por qué no poner una foto de mi padre sentado en el banco. Ahí estará para la posteridad”.

El estado del grafiti en Jerez

Ahora, Abraham y su socio Adrián tienen por delante un nuevo trabajo en El Puerto, si bien tienen también proyectado pintar los muros de contención del Circuito para hacer un mural que sirva de homenaje a los pilotos. "Nuestros trabajos y el boca a boca es lo que nos está ayudando a darnos a conocer", afirma Abraham, quien se define como escritor de grafitis "de los antiguos" tras más de un cuarto de siglo en el mundillo, mientras que a Adrián lo define como un joven "con un potencial enorme". 

El poco tiempo que puede robarle a su trabajo lo dedica Abraham "a pintar para mí". "Lo de firmar y hacer cosas ilegales pasó a un segundo plano", explica. Ahora pide permisos a propietarios que no les importa lucir en sus muros un grafiti, ya que de otra manera sería prácticamente imposible hacerlo.  

"Ahora mismo no tenemos sitio", señala englobando a todos los aficionados al spray de Jerez. "En su día había siete u ocho muros legales, pero el grafiti es algo libre y se pintaron un par que eran críticos con el Ayuntamiento, por lo que a raíz de eso ya había que presentar el boceto de lo que ibas a hacer. Cuando llegó el anterior gobierno empezaron a recortar los permisos por el miedo a no controlar lo que el escritor de grafiti iba a hacer, y así hemos seguido hasta ahora, aunque ahora hemos montado una asociación y estamos encontrando un punto con el Ayuntamiento para que Jerez vuelva a tener grafitis legales".

De hecho, Abraham y Adrián ya han planteado un proyecto al Ayuntamiento que prefieren no hacerlo aún público, pero que de llevarse a cabo sería algo totalmente novedoso y atractivo. Como siempre en estos casos, solo faltará un poco de voluntad política.

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Jorge Miró

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