El empresario jerezano, que ha fallecido a los 72 años, llegó a figurar en el 'top' de Forbes de los más ricos del mundo gracias a la montaña rusa de los negocios en la que se subió, pero no ha podido ver instalado en su ciudad natal el museo que llevaba ideando desde hace una década.
Joaquín Rivero Valcarce ha muerto en Jerez, su ciudad natal, a los 72 años, víctima de una galopante enfermedad degenerativa neuronal. El empresario, que llegó a figurar fugazmente en la lista Forbes de los más ricos del mundo con una fortuna cifrada en más de 1.700 millones de dólares, vivió en una auténtica montaña rusa durante una vida dedicada al negocio de la promoción inmobiliaria. Negocio en el que vivió un enorme auge a base de esfuerzo, constancia y posicionamiento, hasta convertirse en señor del ladrillo en España, pero también la caída propia de quienes son incapaces de medir los límites ni las ambiciones. Prototipo del hombre hecho a sí mismo, empezó a los 20 años ayudando a su padre en la pequeña empresa de construcción que poseía. Pronto, a los 23, dio el salto con su propia sociedad dedicada a la fabricación de materiales de construcción y se expandió desde la Costa del Sol a Estados Unidos y Latinoamérica con constructoras como Riobra y un grupo societario llamado Patrón Inmobiliario.
En casi medio siglo ha promovido más de 25.000 viviendas desde promotoras como Bami, a la que arribó en 1997. Con esta pasó de las pérdidas a lanzar una OPA hostil por 290 millones de euros sobre Zabálburu, cuatro veces mayor que la modesta empresa promotora del jerezano. En 2002 compra el paquete accionarial del BBVA en Metrovacesa y se convierte en su presidente, logrando aupar a la promotora como primera inmobiliaria de la zona euro y séptima en el mundo. Es la edad dorada del pelotazo y Rivero es el promotor top del país, el guía de otros aprendices como Luis Portillo o Domingo Díaz de Mera. La guerra por el control de Metrovacesa con la familia catalana de los Sanahuja es casi permanente, pero el magnate, fiel a su estilo, no se inquieta. Cumple un objetivo y persigue el siguiente: nueva OPA, y toma el control de Gecina, la mayor inmobiliaria patrimonialista francesa, al tiempo que refunda Bami. Esta, no obstante, se declaró en concurso de acreedores en 2013. Ya entonces había estallado con virulencia la burbuja inmobiliaria.
El 9 de octubre recibirá el Premio Ciudad de Jerez a la Excelencia a título póstumo
Con el crack, se suceden los quebraderos de cabeza para un hombre habituado a las crisis en el negocio del ladrillo —tres soportó— y las OPA hostiles. En noviembre de 2011, Anticorrupción presenta una querella contra Rivero al entender que manejó información privilegiada al comprar acciones de Metrovacesa en 2005, una maniobra que le reportó un beneficio ilícito de 2,8 millones, según la Fiscalía. El magnate siempre lo negó. La puntilla llegó a comienzos del pasado año, cuando fue condenado en Francia a cuatro años de cárcel, tres de prisión firme, al ser considerado culpable, principalmente de malversación y blanqueo, al frente de Gecina. Una condena a la que recurrió pero que prácticamente ponía fin al imperio inmobiliario que construyó a pulmón."Soy hija de un empresario al que siempre vi trabajar de la mañana a la noche", ha declarado en alguna ocasión su hija Helena Rivero, a la que puso al frente de Bodegas Tradición, el proyecto que inició hace una década para enfilar la retirada en su tierra. El sueño de Rivero estaba en casa. Una ciudad en la que apenas pudo operar como promotor inmobiliario durante el boom porque ya el negocio estaba muy copado por operadores locales como Rochdale, los Monreal y Basilio Iglesias. Al margen de embarcarse también en 2009 en el reflote de Puerto Sherry, diferenció a su proyecto bodeguero, basado en la producción de vinos de Jerez muy viejos, gracias a una pata enoturística y cultural de máxima relevancia. Una exposición de pintura española permanente que apenas representaba una muestra del plan que Rivero tenía para la ciudad que le vio nacer. Su colección de arte nació en los 80 —como bien difícilmente liquidable— y está cifrada en cientos y cientos de obras. Tal fue su afición que no solo medía la inversión en nuevas adquisiciones sino que llegó a acabar sus días restaurando lienzos.
Rivero fue condenado en 2015 por su gestión al frente de la inmobiliaria francesa Gecina
Desde hace una década, el empresario apostó por ubicar en Jerez un gran museo de orden internacional. Primero, en 2005, negoció para ubicar en el Palacio Riquelme, de titularidad municipal y que quiso comprar o adquirir bajo concesión durante medio siglo, una colección de unos 400 cuadros de pintura española desde el siglo XV —con Goya, Velázquez, El Greco...—. Años más tarde, ya con el PP con mayoría absoluta en el Ayuntamiento, intentó trasladar a los recién rehabilitados Claustros de Santo Domingo parte de esta colección e incorporar una muestra de arte sacro. Ni una cosa, ni otra. No pudo ver completado ese sueño de fundir vino, turismo y cultura en su ciudad. El próximo 9 de octubre, Día de San Dionisio, estaba previsto que recibiera el Premio Ciudad de Jerez a la Excelencia. Tendrá que ser a título póstumo.
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