“Esta mañana he ido al gimnasio”. Lo dice una mujer que ha cumplido 107 años y rebosa vitalidad en su mirada. Algunos días va a hacer ejercicios con las manos. Con más, mucho más, de un siglo de vida, Paquita Rodríguez Román permanece sentada en una silla de ruedas en la Residencia de Mayores San Juan Grande de Jerez, donde su bisnieta Patricia pasa a saludarla a diario. Es la trabajadora social del centro por cuyos ventanales entran rayos de sol en una tregua del temporal. “Mira el nazareno, qué hermoso está”, dice, señalando un azulejo con la imagen del cristo.
Desde la biblioteca sonríe al recordar la sorpresa que su familia le preparó por su cumpleaños. El 17 de febrero sumó otro año más, un número de tres cifras que no todo el mundo tiene la suerte de alcanzar, y más con lo bien se encuentra. “Me hicieron muchas fotos y muchas preguntas. Estuvo muy bien, muy bien”, dice, con una lucidez envidiable, rememorando el homenaje en el que colaboró el Ayuntamiento y en el que estuvo arropada por sus seres queridos.
Paquita es la mayor de ocho hermanos. De ellos mantiene el contacto con “mi Mari y mi Conchi que están en Marbella”, y cuando vienen sus hijos a visitarla las llama con el móvil. Coge carrerilla y empieza a contar cosas sobre sus hijos, su sobrina de Écija “que es muy guapa y me quiere mucho”, u otros datos que le vienen a la cabeza.

Nació en 1917 en Las Cabezas de San Juan, municipio de Sevilla, pero circunstancias de la vida la han llevado a Jerez, donde reside desde hace unos meses. “Llegué aquí porque me caí dos veces, vivía sola en El Puerto, y mi Guillermo, el más chico de mis hijos, que es hermano de la orden, me trajo”, explica con desparpajo.
A Paquita no le cuesta trabajo remontarse a su infancia y juventud. A esos años que vivió en su pueblo, entre los años 20 y 30, antes de que estallara la guerra civil. “Fue un tiempo malo. Los mayores de la casa tenían que ayudar a los padres”, dice Paquita, hija de un guardia civil. Por este motivo llegó a vivir en varios municipios de la provincia como Los Palacios o Utrera.
Cuenta que no fue al colegio y que, desde muy pequeña, ya trabajaba para ayudar a la familia. “Eran cuatro pesetas diarias, lo que ganaba, pero algo era”, comenta la sevillana que, pronto, aprendió a coser y empezó a dedicarse al mundo de la costura.

Estuvo en una casa de modistas en la que era aprendiz de una “solterona ya mayor” que cortaba la tela y la repartía a las presentes. “A una le daba una manga, a otra la parte de abajo.. Yo me fijaba mucho en cómo estaban cortadas y se me quedaba”, comenta hilvanando su historia personal.
A su memoria le viene aquel tablero para coser que su padre le hizo con una tabla de madera. “Tenía el borde redondo, para ponerlo en el vientre. Hay que ver los inventos de la necesidad”, dice Paquita, que siempre tenía tela en casa porque en los mercadillos era muy barata.
Con 26 años se casó. “Ya mayorcita”, ríe. Y pronto, empezó a dar a luz. Con sus cinco hijos en el mundo compaginaba su trabajo de modista con la crianza. Empezó confeccionando trajes para su madre y sus hermanos y acabó haciendo prendas para sus vecinas y “para la calle”.

Mientras su marido se dedicaba a elaborar la masa en una panadería, ella lavaba en pilas que estaban alejadas de su casa y realizaba otras labores domésticas. “Yo dije que no enseñaba a mis hijas a coser. Porque la mayor quería coser. Y digo, no, no. No enseño a ninguna porque no quiero que pasen ustedes lo que yo he pasado”, expresa Paquita, que ya no cose porque “se me ha olvidado cómo hacerlo”.
Hace muchos años que su marido falleció, según cuenta, “murió del tabaco porque le salió un bicho de esos en la garganta”. Desde entonces, disfruta de la gran familia que tiene. Tan amplia que ha perdido la cuenta de cuántos nietos y bisnietos tiene en total. “Tengo muchos todavía, gracias a Dios”, dice entre anécdotas.

Paquita podría estar todo el día hablando. Desde luego, tiene mucho que contar después de todos estos años, y los que les quedan en este mundo. “Yo me encuentro bien, lo único que no sé si ando porque desde que vine me sentaron en esta silla y no me he levantado”, comenta. Es toda una hazaña esa entrañable longevidad que cada día comparte con los suyos. Su cariño, respeto y admiración le acompañan cada día.
Un cumpleaños sorpresa
La delegada de Inclusión Social, Yessika Quintero, visitó el pasado 6 de marzo a Paquita para felicitarla en nombre de la corporación municipal. "Gracias al trabajo de mujeres como tú tenemos el país que tenemos", destacó Quintero, en un emotivo acto donde esta bisabuela recibió una calurosa ovación de sus compañeros de residencia y un ramo de flores de manos de la delegada.
En pleno estado de salud y con una lucidez admirable, Paquita fue elogiada por los profesionales de la residencia San Juan de Dios, que la consideran un "faro" y un "ejemplo a seguir". "Nunca nos cansaremos de apreciar su impresionante vitalidad", expresaron. Además de las flores, la centenaria recibió una enorme tarjeta de felicitación con el número 107, decorada con dedicatorias de sus compañeros.