El turismo es un invento del siglo XIX que no se popularizó hasta el siglo XX, cuando la renta de las familias se fue incrementando y comenzó a existir un presupuesto para el ocio. Además, la revolución del transporte ha ido generando cada vez mayores posibilidades. Para nuestros tatarabuelos, algo tan sencillo como ir desde Jerez hasta El Puerto de Santa María era una aventura que solo comenzaba cuando había una verdadera necesidad.
Cierto es que por entonces Jerez y El Puerto ya contaban con una conexión ferroviaria, pero enfocada al mundo del vino. Y cierto es que para las piernas de una persona del siglo XIX, que no conocían más alternativas que caminar, el viaje entre Jerez y El Puerto no era tan impensable como ahora a pie. De hecho, en línea recta, y con alguna parada en el camino, serían apenas 4 horas según el moderno Google Maps. Pero hacerlo ida y vuelta... Eso era ya otra historia.
Sin embargo, ya había entonces quien iba de Jerez a El Puerto a la playa en verano para darse un baño. La fuente para este reportaje no es otra que un periódico de la época, El Guadalete, en su edición del 31 de julio de 1885.
En un anuncio, el encabezado señala en letras mayúsculas 'Baños de mar en playa denominada La Puntilla, en El Puerto de Santa María". Este ejemplar, accesible desde el buscador de prensa del Ministerio de Cultura, recoge las condiciones para ir en coche de caballos desde Jerez.
"Desde el 1 de julio están a disposición del público los mencionados baños, inmejorables, según la opinión facultativa, tanto por la calidad de sus aguas que tan provechosas han sido siempre para el gran número de personas que las han utilizado en años anteriores, cuanto por la seguridad y limpieza de la playa", indica el anuncio.
Así, en el anuncio se ponen varias horas de salida de carruajes desde la oficina de calle Larga, 134, ubicado en la esquina con Porvera y alameda de Cristina. Incluso, la empresa de carruajes, la organizadora del viaje, ofrece recogida a domicilios.
El negocio de los baños incluía casetas para cada cuatro personas, una tradición, la de las casetas, que se perdió hace ya décadas. En concreto, esta caseta para una pequeña familia valía 2 pesetas con 50 céntimos.
Para evitar que el acceso se descontrolase, el anuncio avisaba que la mera entrada en las galerías "se considerará como baño, y es indispensable entregar a la persona encargada el correspondiente billete".
Asimismo, los niños menores de 7 años pagaban la mitad del billete de abono, que en precio general era de dos pesetas. Además, existía una reserva de 15 baños por 3,75 pesetas.
El billete de carruaje tenía un precio para la ida y vuelta de 50 céntimos, frente al abono de 15 viajes ida y vuelta, de 6 pesetas. Si se recogía a la persona o personas en casa, 75 céntimos de peseta por cada viaje y un abono de 15 viajes por 10 pesetas. Para esos viajes, también tenían descuento los menores de siete años, "medio billete aunque vayan en brazos". En general, precio para personas pudientes y que pudieran permitirse dedicar un día a cuidar su salud con estos baños de sal.
Hay que recordar, asimismo, que este negocio era explotado por los propietarios de las fincas, que iban mejorando las instalaciones de playa. El objetivo, de primeras, no era recreacional, pero sí de salud. Aunque hubiera, seguramente, quien aprovechara la arena para hacer castillos. Las cosas, desde hace casi 150 años, fecha del anuncio, han cambiado mucho. Pero quizás no tanto.
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