Sevillanas de fondo, abanicos en la mano y decenas de caballos trotando por la Feria del Caballo de Jerez. Una pequeña ataviada con el traje de flamenca acaricia a uno de esos caballos con una sonrisa de oreja a oreja. Su madre le hace una tierna foto de recuerdo con Apolo. “Cuando me preguntan si hace algo, siempre digo que se mueve, está vivo” comenta Juan Fernández Reyes, el dueño de este potro protagonista de este enganche en limonera.
Juan, jerezano de 65 años, lleva toda su vida cuidando a equinos. Desde los 14 años se montó en un coche de caballos y, desde entonces, no se ha bajado de estos. Cuando conduce un vehículo a motor dice que se queda pensando porque siente que se ha vuelto a subir al carruaje. Probablemente, es una sensación que comparta con su familia. Cuatro generaciones de cocheros que mantienen vivos los paseos por el albero y los desplazamientos sin carburantes.
El padre de Juan era Benito Fernández Ibáñez, al que todos conocían como Tío Benito, pionero en trasladar a turistas en su coche y creador de la ruta que se sigue realizando. “Antes empezó mi abuelo en los años 30, él estaba de punto, como los taxis. Antiguamente, había cuatro taxis y lo demás eran coches de caballos”, explica su hijo a lavozdelsur.es desde el Real.
Tío Benito fue una institución en su tierra, que le regaló una placa conmemorativa en la parada de la Alameda Cristina, donde solía estar. Falleció en junio de 2021, dejando un legado que sus hijos ya habían recogido desde una edad temprana. “Antiguamente, en la estación de trenes era donde estaba la parada principal de coches de caballos. Yo tengo fotos de mi padre, muy delgadito, muy pequeñito, con los pantalones anchos y la gorra, todo lo que se veía era traje”, recuerda Juan, que tomó el relevo y ha estado trabajando en Barcelona, en Tenerife o en clubes hípicos por todo el país. Siempre domando, enganchando o montando.
“Esto es mi vida. Yo sé de caballos porque me he criado con ellos. Para conocerlos la clave es estar siempre con ellos”, dice el jerezano junto al coche al que un turista acaba de hacer una fotografía. A unos metros de él, Benito Fernández, su hijo, de 34 años, está atento a su tronco, con dos animales. “Yo llevo desde chiquitito con él. La semana de Feria es la única que faltaba al colegio”, comenta la cuarta generación. Él trabaja durante el año en un restaurante, pero, cuando llega la feria, disfruta siguiente la tradición familiar.
“Es complicado, las nuevas generaciones no quieren esto, son muchas horas y no tiene sueldo fijo”, dice Juan, mientras por su mente pasan todos esos largos traslados a las ferias de toda España. Antaño, cuenta que iban en los coches de caballos hasta Málaga o Sevilla y después del servicio, volvían. “Teníamos que parar a media noche... los caballos se ponían malos, eso era una paliza, afortunadamente ya no es así. Era una odisea”, añade.
Durante estos días, arrancan el servicio desde por la mañana y se dedican a llevar a las personas allá donde deseen, ya sea desde el centro al Real, alguna ubicación dentro del recinto o fuera de él. “Esto es como un taxi”, dice. Sobre todo, funcionan por reservas telefónicas de visitantes que quieren vivir la experiencia de darse un paseo.
“Nosotros estamos muy pendientes de los caballos. Los míos aguantan mucho el pipí, hay algunos que lo hacen en cualquier sitio y otros que no, como las personas. Estoy atento porque los cólicos son malos”, asegura Juan, que traslada que vela por el bienestar de los animales.
Esta familia no solo vive de las ferias. El resto de año, además de gestionar su cuadra, ofrecen el servicio de movilidad por las calles de la ciudad. Padre e hijo llevan a sus espaldas cientos de idas y venidas por el albero y numerosas anécdotas de esas que solo pasan en el Real. Con talante risueño, Juan y Benito animan a las personas que pasan por delante. “La expresión mucha mierda significa buena suerte porque cuando llegaban los actores al teatro, si no había mierda de caballo en la puerta, era que estaba vacío”, cuenta. Quedan paseos por delante para esta familia que continúa llevando por bandera este oficio tan arraigado a la ciudad.
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