Una luna llena rotunda ha coronado el encendido de una nueva Feria del Caballo. No se bebieron 62 millones de pintas como en Reino Unido en la coronación del rey Carlos III, pero sí cayeron las primeras miles de medias botellas en un intenso sábado, de mediodía a madrugada, de arranque oficial. Ambiente a todas horas. Los precios, por las nubes, en un cielo totalmente despejado.
Ya todos olvidaron el covid y las mascarillas y abren paso a la preocupación más abajo, en la zona de las carteras. La fiesta, con una tabla de precios per se cada edición, reta a los bolsillos más que nunca en la coyuntura inflacionista que vivimos.
Por eso quizás, o por la final de Copa, se notó algún hueco en el Real del Gonzalez Hontoria a la hora de los fuegos artificiales, justo antes de ese clásico anual en el que revienta el recinto de luz y color, y todo el mundo en masa entra en una especie de éxtasis similar al del paso de la Nochevieja al Año Nuevo. Ovación cerrada.
Por cierto, si hubo algo alusivo en los fuegos artificiales sobre el Año de Lola, yo me lo perdí y pude constatar que muchos tampoco vieron nada de lo anunciado. Un misterio.
De sobra sabes que era la primera noche de las que están por llegar, aunque haya quien claramente prefiera esa Feria de día donde calles aledañas al González Hontoria, como González Gordon, todavía no se han convertido en el meadero de las reinas (y los reyes, claro), o más de un desconocido te saluda con un afecto familiar con extra de cariño.
La Feria, que no podrá inspeccionarse al completo hasta ver si mejora el nivel de su otrora gran paseo de caballistas, tiene playas de albero en algunos puntos (la parte de la portada de la Avenida tiene su puntito de tributo a Valdelagrana), en otras brilla por su escasez, y las infraestructuras municipales que soportan el alumbrado empiezan a dar síntomas de agotamiento, con unos parches con fotos colocados como remiendo que no embellecen, y que creo que se refieren a que el evento, de Interés Turístico Internacional, está dedicado a la moda flamenca. Pues vale.
Por lo demás, la Feria, con la luna en lo más alto, sigue siendo una bella vecchia signora, capaz de atraparte sin darte mucha cuenta, o aunque te resistas, y poniendo a prueba la cuenta corriente. Las jarras de rebujito oscilan de los 10 a los 17 euros, y las medias de fino parten desde los 7 euros.
Lo rematadamente malo son esas familias de entre 4-5 miembros que suman los cacharritos de los niños pequeños (3,5 euros el más barato), el dinerillo para la adolescente, y la cena en la caseta que se tercie (15 euros la ración de chocos, 5,5 el serranito). La broma no puede durar muchos días a riesgo de dejar de pagar lo esencial. Y eso ya parece que se va a notar en las largas jornadas festivas que vienen: contención y templanza.
Aun así, una ruina bien administrada puede durarte toda la vida, así que habrá que ponerse el traje nuevo del emperador, aunque se vaya desnudo, y esperar que vengan semanas de potajes y lechuga. Si llamas a cualquier caseta para este domingo o para el lunes festivo en Jerez comprobarás que el 99% de mesas ya están reservadas —ojo, tampoco se ha hecho el experimento con las casi 200 que configuran el Real—.
En muchas, eso sí, aseguran que las reservas de almuerzo son ya para toda la Feria. Si dicen que cada uno cuenta la Feria cómo le va, en esta ocasión parece que al menos al sector de los caseteros va a irle de sobresaliente. Paradojas de una época donde hay récord de empleo y comodidades a este lado del mundo, pero todo nos parece más caro y apocalíptico que nunca.
Y en lo más alto, otra vez, la luna ejerciendo su poderoso influjo. Definitivamente, estalló el Real.
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