Tengo un amigo sevillano. Más en concreto de Sevilla Este, ese lugar que muchos sitúan allá por Córdoba. Es profesor de filosofía en un instituto muy flamenco de Jerez y está aprendiendo a querer esta ciudad que lo acoge temporalmente. En su día a día, se acerca a nuestro pueblo con cariño, cámara de fotos, boli en mano y maletín de 'maestro', pero también con un poquito de guasa y cinismo. La justa para resultar divertido a la par que elegante. Con esa misma guasa trata a Sevilla, esa ciudad que quiere y lleva por dentro, pero a la que también observa con juicio y de la que a veces se aleja.
Pisa el Real de la feria jerezana por primera vez en 2022. No es feriante pero sí curioso y sabe pasarlo bien, un buen punto de partida para mirar la feria sin aspavientos. Lo primero que dice al encontrarnos: "¡Qué tranquilidad! Entro en una caseta, miro a la izquierda, a la derecha: nadie me dice nada. Y así, con todas, una tras otra". Al principio dudo. ¿Hay alguien que tenga que mirarle por algo? ¿Llevará en la mano un libro en vez de un catavino? ¿Habrá empezado a hablar de Marx en vez de entregarse sin fisuras al amor expansivo que recorre la feria? Pero claro, se refiere a que es su primera vez en una feria de casetas públicas. Al principio, mi amigo sevillano se siente desconcertado ante tanto buen recibimiento. Pero como él dice, tras mirar a ambos lados, nadie le retiene el paso: Nothing to declare.
En Jerez disfrutamos de un gran patrimonio, el patrimonio de lo público, de la apertura, del arrejunte, del calorcito compartido por cuantos más mejor. Unos chocos por allí, unas acedías por allá. La misma media botella de fino recorre varias casetas. Los catavinos vuelan. En Sevilla hay quienes están muy orgullosos del modelo privado; pero si algo une a los jerezanos (¿es la única cosa en la que todos estamos de acuerdo?) es que amamos que nuestra casa sea la de todas. La semana del año en la que cada casa se engalana y se abre al prójimo, y quien no tiene casa la encuentra, y quien la tiene la disfruta de manera compartida. ¿Se podría llevar esta filosofía a otros aspectos de la vida? Mi amigo, recordemos que además de sevillano es profesor de esta materia, cuenta que sus alumnos le preguntan: "Profesor, ¿qué feria es mejor? ¿la de Sevilla o la de Jerez?". Él responde "la de Jerez" y todos aplauden como si esto fuera "un partido de fútbol". El orgullo de Feria está ya presente en la adolescencia.
El sevillano recuerda enfadado un momento incómodo de su pasada feria, cuando el dueño y señor de una caseta detectó su cara nueva y lo invitó a marcharse. Tuvo que pelear por llevarse la tortilla que había pedido, en ese mezclum de patatas y huevo estaba depositada toda su dignidad. "Para los que nos hemos criado en un barrio y en nuestra vida hemos tenido la posibilidad de pagar por una caseta, esto nos hace sentir incómodos. Pero es que Sevilla también es esto, con su punto clasista". Ojo, Jerez no se libra de este mal, pero al menos en esto tenemos algo ganado. Por molestar, nos molestan hasta los reservados. Él, si tiene que elegir una caseta se queda con la del Carrefour. Le parece muy de barrio y además comenta que tiene "una iluminación muy teatral".
En la capital hispalense hubo un eslogan feriante de la famosa casa cervecera que decía "los amigos de mis amigos son mis amigos". Allí le parece un tanto hipócrita este mensaje, pero aquí en Jerez le entra más. "La consumición amistosa posibilita esto de los amigos". Aún así, no todo es jauja en mitad de este torbellino de amistad sin clasismo. El día iba bien hasta que un jinete a lomos de su caballo casi lo atropella. La mirada desafiante del jinete lo coloca en su sitio y le vuelve a recordar que hay alguna gente que parece estar por encima de otra. "En esto las dos ferias son iguales, si tienen que atropellar, atropellan".
Pero sigamos con la ruta, que no todas las apreciaciones se quedan en lo político. Esta feria le maravilla porque le parece el lejano oeste. Mi amigo, además de sevillano y profesor de filosofía, resulta que es muy cinéfilo. Enseguida se ha imaginado en un western y recuerda con admiración el culo de John Wayne en Centauros del desierto. Las calles de tierra, sin asfaltado, le han parecido exóticas. Pero hay más: se ha fijado en los arbolitos que recorren las calles. Resulta que tenemos todos los ingredientes para ser un pueblo indio americano. ¿De esto se había dado cuenta alguien? Es cierto, aquí todo es albero. Por unas horas nos olvidamos de la ciudad, con sus tiempos, sus ritmos acelerados y sus semáforos indicadores de cuando está en verde y cuándo en rojo. En la feria siempre está el semáforo en verde para pasar, o mejor dicho, el popurrí de todos los colores agitando fuerte los corazones. La tierra nos devuelve lo mejor de nosotros.
A su paso por el Real también se siente un poco como Wong Kar Wai, el director de cine chino-hongkonés que sale siempre con gafas de sol. Él, metido en su película, se siente mejor si imita esta pose para el retrato.
Por supuesto, me pregunta la diferencia entre la manzanilla y el fino (ya sabe que la cosa tiene que ver con el mar), y hacemos un repaso por las bodegas jerezanas. Le explico que el rebujito… bueno, pero que mejor el fino solo. Así me enseñó mi abuelo. No seré yo la que contradiga la sabiduría de aquella generación de bebedores, bodegueros y trabajadores de las bodegas del intramuros jerezano.
Y al fin llega la noche. El turquesa del último suspiro del cielo se mezcla con la explosión de luces. A mi amigo le fascinan "los arquitos de luces que se forman".. Según su ojo de feriante y fotógrafo, genera una "perspectiva increíble". Pues sí, los farolillos tienen su punto elegante, pero Jerez en esto ha salido muy barroca y ha conseguido que algo tan espectacular se convierta en un distintivo clásico.
El sexto día sucedió como aquel poema de Josefa Parra en Elogio a la mala yerba titulado, precisamente, Jueves de Feria, y que dice así: "Hay noches que merecen un nombre más hermoso, menos cierto. El paisaje se construye de nuevo con colores y luces efímeros y amables. El albero se puebla de seres exquisitos, de inocentes obsesos, de ambiguos animales. Debajo de las lonas el cielo continúa, porque nadie distingue infierno y paraíso. Esas noches, incluso se confunden los ángeles. Y se peca de amor, y se ama en pecado. Cambian las geografías del mundo y de los cuerpos. Nacen países sonoros con nombres de deseo y surgen hombros, montes, muslos, lenguas, océanos, que mañana serán, con suerte, un buen recuerdo. Hay noches cuyo nombre se diluye en alcoholes, noches de horas fantásticas, borrosas, inconstantes que se olvidan quizás tras un plácido sueño. Y alguna vez te marca un estigma en la carne".
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