El río viejo no es sólo una marca de vino. El origen del poblamiento de Jerez no se puede entender sin el estero proveniente del Guadalete que bordeaba Jerez por el sur y por el oeste. Se trata del Guadaxabaque o Guadajabaque, la madre vieja.
El estero, proveniente del Guadalete, se introducía por la zona sur a la altura de la actual Depuradora de Aguas, atravesando el actual polígono industrial de El Portal, en un canal natural entre Gibalcón y la elevación de Geraldino. Otros creen que el río en realidad partía desde Cartuja, bordeando la elevación de Giraldino por la carretera actual desde La Corta a El Portal e introduciéndose en la ciudad por la zona de la Depuradora de aguas.
El río atravesaba las playas de San Telmo bifurcándose. Un ramal, más al suroeste, conectaba con la laguna de Torrox; otro ramal, más cercano a la ciudad, recogía las aguas pluviales de las hoyancas y del arroyo de Curtidores, conectando a través de este arroyo hacia el interior de la ciudad hasta la plaza del Arroyo.
Hubo que hacerse varios puentes para atravesarlo. Uno, junto a la Ermita de Guía (nombre muy marinero, como la que existe en El Puerto), donde coincidía con la arroyada de Curtidores. Otro de mayor envergadura en la zona de la Palmosa, lugar llamado así por la existencia de una gran palmera y en donde coincidían el arrecife o camino a El Puerto que atravesaba las playas de San Telmo y la cañada de la Plata, que saliendo desde la calle de la Plata, bajaba la cuesta de San Telmo, hacia El Portal y las Quinientas, conectando con la cañada de la Isla que lleva a Cádiz por El Tesorillo, quizá un ramal de la vía Augusta.
El Guadajabaque conectaba a través del arroyo de la Loba con el noroeste de la ciudad bordeando por las zonas bajas las elevaciones de Tempul, Los Villares, Raboatún y Montealto y recorriendo un tramo que algunos lo hace llegar hasta la altura de las antiguas bodegas Croft y otros aún más lejos. No existe un estudio serio de hasta donde llegaba la madre vieja.
Si bien el origen de la ciudad de Jerez es medieval, hubo un poblamiento estable anterior relacionado con el Guadajabaque. Se han encontrado restos tartésicos, púnicos y romanos en las elevaciones de la zona noroccidental de Jerez, en las zonas de Los Villares, Montealto y Rabatún (excavaciones realizadas por López Rosendo). Se trata de aldeas, después villae romanas, asentadas junto al Guadajabaque con la finalidad de utilizar dicha corriente de agua para transportar los productos agrícolas de la zona –trigo, aceite, vino- hacia el Guadalete y los puertos de la Bahía. En época romana conectarían con el Portus Gaditanus y Gades para exportarse a los puertos italianos de Roma. Destacan los alfares para elaborar los envases cerámicos y los numerosos enterramientos encontrados. Las villae de explotación agrícola se extendieron hacia la zona de La Espléndida, El Almendral y San Joaquín.
Es probable que prácticamente toda la elevación de Jerez que daba al Guadajabaque tuviese una amplia población rural asentada. Así, también apareció otra villae romana en el parque de Tempul y el Salobral, también de explotación agrícola. En el Alcázar, han aparecido también restos tartésicos, púnicos y romanos que se relacionan con un poblamiento rural continuado (excavaciones varias de Menéndez Robles, Reyes Téllez, Aguilar Moya, Pérez Pérez y otros). Un horno cerámico anfórico romano apareció en la calle Manuel María González, 4, junto al alcázar, probablemente relacionado con el arroyo de Curtidores, por donde saldrían los productos agrícolas hacia el Guadajabaque. Hay referencias de la aparición de otro horno romano en Torresoto, que daría continuidad a los asentamientos junto a la ribera del Guadajabaque hacia el sur.
Cabría preguntarse si en la zona del Alcázar no hubo un Castellum o Turris, un lugar defensivo de época romana, que ejerciera el control y la vigilancia sobre este importante estero comercial que representó el Guadajabaque, sobre el que se asentaron tantas villae rurales. También vigilaría las distintas vías o caminos que unirían las villae dispensas por el actual Jerez. Es lógico que lo hubiera. Curiosamente, la elevación del Alcázar fue después elegida como el lugar de mayor defensa por los musulmanes que fundaron Sharish.
En torno a esta Turris de vigilancia se desparramaba una población agrícola ruralizada. Así, en la Capilla de las Aguas de San Dionisio, Manuel Esteve encontró a mitad del siglo XX varias ánforas romanas. En la cercana calle Basantes nº 4, D. Francisco Giles encontró enterrado en su patio otra ánfora romana. El padre Enrique Florez hace referencias a la parición de monedas romanas en la plaza de Mercaderes, hoy Plaza Plateros. Grandallana y Zapata observó restos de muros romanos en la cercana callejuela del Muro, probablemente la actual calle Álvar López. Tampoco podemos obviar la aparición de varias lápidas romanas imbuidas en la muralla islámica en la zona de la Puerta Real, que se creen traídas todas de Asta Regia. Parece que existe un poblamiento romano rural en torno al Alcázar que cae hacia el Arroyo y hacia San Dionisio.
También debió de haber otra villae romana en torno al actual Colegio de El Salvador, antiguo palacio de los Ponce de León, donde en un solar anexo aparecieron también ánforas romanas, relacionadas con la contención de salazones (excavaciones de Cobos Rodríguez, Mata Almonte y Ramírez León). La existencia en Jerez de numerosas villae romanas próximas entre sí quizá pudieron cristalizar en una vicus.
Jerez no tuvo una entidad plenamente urbana hasta la llegada de los musulmanes, siendo su apogeo urbanístico en la época almohade. Pero eso no quita que en Jerez hubiese anteriormente una población rural numerosa. Esta población surge por la importancia del transporte fluvial que representó el Guadajabaque y se asentó en su ribera. Rayón considera que Jerez ya existía como ciudad en el siglo V con el nombre de Auccis, fundada por los vándalos.
Cuando los musulmanes se instalan en Jerez – en los restos de estas antiguas villae convertidas en alquerías- lo hacen huyendo de la costa, tras las incursiones de saqueo llevadas a cabo por los normandos en el siglo IX en el valle de Sidueña y en la desembocadura del Guadalquivir. Entonces, numerosos habitantes de la antigua Sidueña en las faldas de San Cristóbal se instalarían en Jerez (tesis de Borrego Soto) incorporándose personas de la antigua Asta Regia (ya en decadencia y quizá por el mismo motivo), uniéndose a la población ruralizada que viviría aquí. De otra forma, resulta imposible que una ciudad naciera de la nada con más de 12.000 habitantes.
El Guadajabaque aún era visible serpenteando por las playas de San Telmo en 1790, según lo describen en un plano Martín de Mora y Juan de Mata Benítez que se conserva en el Archivo Municipal (AMJF, legajo 153, expediente 4.631). Con la canalización integral de la ciudad que se culmina en el siglo XIX, las aguas pluviales eran desviadas a través de las madronas hasta la Canaleja con salida hacia el Salado o Badalejo, por lo que el Guadajabaque redujo las aguas que recibía de la ciudad a través de las hoyancas y zonas más altas. Fue también el motivo de la bajada del nivel del arroyo de Curtidores que fue canalizado en el siglo XIX, no sin dificultades y sin las protestas de los alfareros de la Alcubilla que se nutrían de su agua, creándose un paseo arbolado desde la Puerta Nueva del Arroyo hasta la Ermita de Guía. La acumulación de aluviones en el estuario del Guadalete hizo el resto, reduciéndose aún más sus aguas. Hoy día el escaso caudal del Guadajabaque está canalizado.
Recientemente, tras las copiosas lluvias del pasado marzo, se ha podido ver cómo se insinuaba el cauce del antiguo Guadajabaque por Área Sur, recuerdos del río viejo de Jerez.