Un mundo globalizado significa un mundo interdependiente. Es decir, lo que pasa aquí, se nota allí, y viceversa. En esta ocasión, lo que pase, por ejemplo, en el estado de Maine, un pequeño rincón estadounidense que colinda con Canadá, decidirá lo que pase los próximos cuatro años con el vino de Jerez. Si Trump ganó en 2016 por apenas 77.000 votos que fueron clave para conseguir una mayoría del llamado colegio electoral, en esta ocasión cualquier territorio puede decidir la balanza. Y muchas personas del sector bodeguero de Jerez estarán muy atentos a lo que pase.
Es diferente a lo que ocurre en realidad con el resto del campo andaluz. La batalla del cino de Jerez no es la de los aranceles, sino la de la protección de la marca, de la denominación sherry. Una sentencia en los tribunales británicos permitió que solo los vinos de Jerez usaran la palabra a secas, aunque permitió que los productores de la zona siguieran produciendo otros sherrys adjetivados, como british sherry, que no tenía cargas tributarias como las importaciones procedentes de Jerez.
Hoy son los americanos los que han hecho la misma pirueta, pasando a denominar en su propio mercado a los vinos como sherrys. Los hacen en California, Nueva York u Oregon. Y dentro de las políticas proteccionistas históricas de los presidentes americanos, no tienen intención de regalar al vino de Jerez ese derecho exclusivo al nombre. Aunque las cosas cambiarían, o al menos eso esperan en el sector, con un Joe Biden como presidente más dispuesto a sentarse a negociar tratados comerciales bilaterales como Europa.
El recién elegido presidente del Consejo Regulador, César Saldaña, explica que "evidentemente la presidencia de Trump ha sido una etapa de paso atrás en grandes en términos de negociaciones que manteníamos para recuperar la exclusividad del nombre Sherry. No está protegido", lamenta. "En 2006, Estados Unidos y la Unión Europea firmaron un acuerdo sobre vinos que incluía el respeto a las denominaciones de origen, pero los americanos incluyeron una excepción, los que llaman semigenéricos. En ese listado están las principales europeas, champagne, oporto, y está también sherry. Con lo cual, aquel acuerdo de 2006 nos dejó bastante insatisfechos. Con las administraciones últimas habíamos ido dando pasos hacia una solución, singularmente con Obama".
Sin embargo, como es sabido, el conservadurismo americano implica, por un lado, libertad económica y bajada de impuestos para los suyos, un liberalismo ortodoxo de, por ejemplo, no tener unos servicios públicos como la sanidad europea. Pero, por otro, el intervencionismo y las barreras comerciales estadounidenses son de modelos nacionalistas e intervencionistas que nada tienen que ver con lo que promulgaron los grandes pensadores del liberalismo económico. Ahí se encaja la actitud de Trump, pero también, aunque con matices, la de los demócratas. De Biden se esperan acuerdos comerciales con Europa. La Unión tiene posibilidad de contraatacar con más aranceles, pero la otra manera de mantener un equilibrio es abrir las puertas.
"Trump ha tenido una visión del comercio mundial muy restrictiva. Ha pretendido hacer un muro comercial, para proteger las producciones locales. Es más, con motivo del conflicto aeronáutico hubo una modificación de aranceles, que no nos pilló, pero ha hecho daño a vinos españoles de menos de 14 grados, y de toda Europa. Pero nos podría haber pillado. Si Trump siguiera en dinámica de conflicto, nadie está a salvo de la posibilidad de nuevos aranceles, como le ha pasado a la aceituna". Saldaña es claro: "Ojalá haya un cambio de administración, sería una mala noticia para el vino que siguiera cuatro años Trump, seguiría en esa visión restrictiva del comercio, de dificultades para el acceso".
Y el mercado americano no es cualquier cosa para Jerez. No solo por una cuestión cuantitativa, sino también cualitativa. "En el caso del vino, es el quinto mercado por importancia. Tenemos un mercado muy importante, del 40%, que es España. Luego el Reino Unido, y dos mercados europeos tradicionales, Holanda y Alemania. Pero el siguiente en volumen es Estados Unidos, con la pecularidad de que tiene un alto valor añadido, de precios relativamente altos comparados con Alemania y Holanda, y donde se venden más gamas premium y un potencial de crecimiento enorme".
A eso se suma que "en general el consumo de vinos está creciendo. Para nosotros es importante de cara el futuro. No tanto `por el volumen". Porque ·en Estados Unidos, solo una de cada seis botellas que lleva el nombre es auténtico sherry. Ahora, los americanos son productos de una calidad muy baja, y aun precio muy bajo. El tema es no solo de cantidad. Muy probablemente, el día que prohibieran el jerez de alli, poco de ese volumen lo vamos a recuperar. Se usa para cocinar y se vende en formatos casi de garrafa, en glaones, pero se etiqueta como sherry, es un problema fundamental de imagen, porque para quien no lo conoce, se asocia a la ínfima calidad. Nos hace mucho daño de reputación. Primero tenemos que explicarles lo que no es el sherry, y luego lo que sí es. Es la consecuencia derivada de que hayan usado ese nombre".
Asimismo, hay otras dos grandes ramas en el sector que también tienen mucho en juego en esa guerra comercial. Para el vinagre, Estados Unidos "es importante, no obstante España y Francia, pero es el tercer mayor mercado, y también es un mercado de gran valor añadido y en crecimiento. Para el vinagre es fundamental, no solo un asunto de futuro, sino de casi presente. Es un mercado de productos vendidos a muy buen precio". Luego está el licor de la casa. "Para el brandy también es interesante, sobre todo por los solera gran reserva. No es de nuestros mayores mercados ahora mismo, pero está en la parte alta de la tabla, y con esos márgenes de precio".
Con todo ello, también hay que entender que en algunos estados -lo que serían las autonomías españolas, pero con muchas más competencias, muchas más- sí hay leyes que restringen el uso de la palabra sherry, como en el propio Oregon. De hecho, los estados americanos son en algunos aspectos prácticamente sujetos de derecho internacional, porque ante los litigios, por ejemplo, no es lo mismo juzgar un asunto en un estado o en otro.
Y todo cambiaría si es un tratado internacional firmado por Estados Unidos el que lo recoge, la manera en que unos países pueden obligarse mutuamente junto a otros. Ese documento de máximo rango legal podría firmarse con la UE. Si no, valdría respetarse en acuerdos mutuos de colaboración. Y todo podría cambiar -nótese el tiempo verbal, podría- si es Biden el presidente. "En el caso de que gane, no será algo a corto plazo. Pero al menos estaremos en un contexto de negociación, más aperturista, y no creo que tengamos los problemas de aranceles que están planteados ahora. Iremos a un desarme arancelario y a tratados de colaboración, para que se incluya la exclusividad. No hay nada garantizado pero sería infinitamente menos difícil con una administración aperturista". Copa en mano y dedos cruzados para la noche electoral.