Siempre se dice que Santiago y San Miguel son los dos núcleos flamencos por antonomasia de Jerez. Así se lo contamos a los que vienen de fuera y así viene reflejado en guías turísticas y de viajes. Sin embargo, qué poco se suele decir al respecto de la barriada de La Asunción, donde viven y han vivido algunos de los más grandes artistas que ha dado esta tierra, desde La Paquera a Fernando Terremoto, pasando por Tío Borrico, Juan Morao, Luis de Pacote, Paco Laberinto, Tío Cantarote o Capullo de Jerez.

Enclavada en el distrito Este-Delicias, La Asunción es ya una barriada sexagenaria que se nutrió de muchas de las familias gitanas de Santiago y de San Miguel que prefirieron abandonar las viejas casas de vecinos por los nuevas bloques levantados por la Junta Fomento del Hogar que presidía el por entonces alcalde Álvaro Domecq. Bien se acuerda de eso Paco Soto, eterno presidente vecinal del barrio. Nacido en la santiaguera calle Cantarería, recuerda cómo los vecinos que se mudaban a La Asunción alquilaban unos carros de mano en la plaza del Arenal para transportar sus enseres, como esos modestos colchones de paja tan alejados de las comodidades viscoelásticas de ahora.

Ese es el motivo por el que La Asunción sea una de las barriadas con más arte por metro cuadrado. “Aquí el compás puede saltar en cualquier momento”, nos comenta Ángel Heredia, sentado en una mesa del bar Volapié, uno de los emblemas del barrio. Porque si San Fernando tiene su venta de Vargas, por la que pasaron y pasan innumerables artistas flamencos, toreros y otras tantas personalidades de la  vida pública, lo mismo puede decirse de este establecimiento en el que el toreo y el flamenco se dan la mano. Regentado desde hace cuatro décadas por la familia Lara –aunque en sus inicios estuvo al frente Antonio Roldán-, es ahora Manuel, hermano del polifacético Luis e hijo de Luis de Pacote, el que lleva ocho meses al frente del negocio, al que está reflotando después de un pequeño bache, según nos comenta, pero en donde se siguen cocinando de las mejores colas de toro, mollejas y menudo de Jerez.

Allí, donde encontramos al Capullo jugando a una tragaperra, quien esquiva la posibilidad de que le hagamos una foto, y bajo decenas de retratos en blanco y negro, casi todos de personajes relacionados con el mundo de la tauromaquia, Paco Soto recuerda aquella Asunción de los años 50, una barriada “muy alegre, más que ahora”, en la que la presencia del antiguo cuartel, en los terrenos del actual campus universitario, daba también mucha vida gracias al ir y venir constante de militares que paraban en sus negocios en sus ratos libres. En 1953 se instalaba también el nuevo matadero municipal, en el edificio que hoy ocupa el centro comercial, que daba trabajo a buena parte de los vecinos de la barriada, y en donde un joven Rafael de Paula solía acudir para aprender a apuntillar. Y en lo que hoy es el centro de salud se asentaba el mercado de abastos, donde Paco le hacía de mozo a Lola la pescadera y a Julio el carnicero. La primera peseta que ganó le valió para comprarse un chusco de pan que embadurnó en manteca. Eran tiempos de hambre. “Todo el Paseo de Las Delicias estaba lleno de moreras, y los niños íbamos de árbol en árbol, como los monos, para cogerlas”.

Otro de los puntos característicos de La Asunción fue, durante cuatro décadas, su prisión. En los terrenos donde algún día se terminará la obra de la jefatura del 092 y se empezará a construir la comisaría de la Policía Nacional, estuvo una de las cárceles más modernas de España allá por 1962, cuando se inauguró. Por ahí pasaron personajes de todo pelaje, desde delincuentes de poca monta a terroristas como el hoy prófugo De Juana Chaos. En 2000 cerró sus puertas y hasta 2009 estuvo abandonada para gozo de enganchados, amantes de los edificios con aire fantasmagórico y sobre todo de gamberros. Hoy el solar, parcialmente ocupado por el nuevo edificio de la jefatura y lleno de jaramagos, solo mantiene de la prisión el antiguo muro que daba -y sigue dando- al colegio de Nuestra Señora de La Paz, tantas veces criticado por padres y dirección del centro.

Y aunque jarrea cuando visitamos La Asunción, en este raro comienzo del mes de mayo, afortunadamente hace años que ya no se mira al cielo con preocupación. Muchos de los vecinos aún recuerdan aquel 13 de septiembre de 1979 cuando las llamadas casitas chicas se inundaron por completo tras una tremenda tromba de agua. Un auténtico río cruzó esa parte del barrio que hoy ocupan las pistas deportivas. Gabriel Sánchez, de 61 años, se acuerda perfectamente. “¿No me voy a acordar, si estuve 45 días durmiendo en el Ayuntamiento?”.

Hoy día el prácticamente único problema serio que sigue afectando a la barriada -si descontamos el paro, que golpea a todo Jerez- es el mal estado de algunas de sus viviendas, que siguen esperando las obras de rehabilitación de la Junta. Por lo demás, sus habitantes la denominan “la mejor barriada de Jerez”. Así lo ve Isabel Pazo, una de las primeras vecinas de la barriada desde su casa del bloque 5 de la calle Consolación y viuda de Juan Antonio, conocido barbero del barrio que también regentó una barbería en la calle Arcos. O Javier, otro vecino, que destaca "la tranquilidad, la facilidad para encontrar aparcamiento o el ambiente que se respira", sobre todo en Navidad o durante las verbenas flamencas.

Paco Soto, en su labor de presidente vecinal, es más crítico, y añade la falta de limpieza, el mal estado del asfalto en algunas calles o el mal estado del único parque de la barriada, aparte del ya mencionado apuntalamiento en algunas viviendas. Por lo demás, presumen de tener dos colegios, unas buenas pistas deportivas, un centro de salud, otro comercial, una farmacia abierta las 24 horas, una parroquia, numerosos negocios y bares, una emisora de radio (la veterana Frontera Radio) y hasta un campus universitario. Eso, sin mencionar el arte de su gente. ¿Qué más se puede pedir?

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Jorge Miró

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