Maribel Cano llegó a Jerez un 8 de septiembre de 1971. Desde entonces, mucho ha llovido y cambiado en la ciudad. Al llegar a tierras jerezanas, mientras encontraba vivienda, se instaló durante un mes en el hostal El Coloso, situado en la calle Pedro Alonso y recién estrenado por esa fecha.
Esta ciudadana, jerezana de adopción, ha compartido en sus redes un bello alegato sobre los encantos de Jerez. "Recuerdo que me impresionaron la Estación de Ferrocarril, la plaza del Arenal (aquello sí era una plaza bella) y una bonita feria, aunque todavía con escasas y diseminadas casetas con cortinas de rayas azules, verdes y blancas y muchos puestos de chucherías, de pollos asados con sus mesas de tijera rematadas con manteles de hule y/o de tela a cuadros blancos verdes, azules o rojos, y muchas botellas de vino, de jerez, naturalmente, y papeles de estraza de los pollos y de los churros por los suelos con los coches aparcados entre las casetas".
Maribel cuenta que le encantó también "la música flamenca y de sevillanas y la alegría de la gente y conocí el sabor del vino fino. Cuando más tarde descubrí el oloroso y el cream, me sentí más jerezana y para mí era y es todo un lujo tenerlo en mi casa para ofrecerlo a mis amistades y a mis vecinos, y no digamos cuando descubrí a fondo la Feria de Mayo más tarde y, desde entonces, Feria del Caballo".
Esta ciudadana reconoce que aquel día que llegó se enamoró "de los habitantes de una ciudad que con el tiempo he llegado a querer como si fuera mi ciudad de cuna (ahí nacieron y se criaron mis cuatro hijos), hermosa por demás al haber alcanzado gran renombre internacional y donde puedo sentirme orgullosa de contar con muchas y muy buenas amistades, a muchas de las cuales nunca olvidaré y siempre les estaré agradecida, por el cariño y las atenciones que me han dispensado durante los 48 años que he vivido allí, sobre los que me quedan muchas añoranzas".
"También recuerdo el olor de sus calles, aquel aroma especial, el agradable, intenso y penetrante perfume del sagrado vino de Jerez, de la calle Porvenir, y de muchas otras que con el tiempo, al llevarse las bodegas a las afueras de la ciudad, por desgracia, han desaparecido. Me enamoró también el Mercado de Abastos, repleto de todo lo deseable y el carácter tan abierto de los pescaderos, y del día que, sentada en la puerta del bar La Moderna, me prendé de su hermosísima Semana Santa jerezana".
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