Esta historia me la envió hace unos años por email (con permiso para su reproducción digital) el sr. Dr. Aurelio Francos Lauredo (Investigador, Junta Directiva, www.fundacionfernandoortiz.org), a quien agradezco el gesto por cuanto la historia de la jerezana en Cuba Dª Margarita Doblado Jarquín, nacida en Jerez en 1904, es digna de conocerse por sus paisanos y paisanas de Jerez. Me he permitido, para llamar más la atención del lector, subrayar algunas cosas en negrita de esta historia de una vida de alguien que no olvidó nunca su patria chica.
CARTA AUTOBIOGRÁFICA DE MARGARITA DOBLADO JARQUÍN.
¿Mi nombre completo? Margarita Doblado Jarquín y otras hierbas que ni los burros comen. Por fecha de nacimiento en Jerez de la Frontera tengo diciembre de 1904, mis padres me decían que el día 13, y en la fe de bautismo se lee el 18, como es tan poca diferencia puede usted tomar la que más le guste.
Nuestra familia era pobre pero trabajadora. A lo largo de la vida he comprobado algo que mi madre nos enseñó desde pequeños: existen muchas clases de personas, pero lo principal no es la cantidad de dinero o riqueza que uno tenga, sino la honradez que se ponga en el trabajo para tratar de mejorar cada cual con su propio esfuerzo, con su propia voluntad.
Ese era nuestro caso. Los tres hermanos siempre vimos que en casa no entraba nada pedido a nadie, ni siquiera en préstamo. Mi hermana y yo ayudábamos a mamá, mientras mi padre hacía funciones de un maestroescuela, es decir, se ocupaba de enseñar en un aula de pueblo, donde tenían en plantilla a un maestro que cobraba, firmaba y todo, sin aparecerse nunca por allí.
Papá no tenía título ni salario, pero sí un gran amor por enseñar, una especie de vocación innata por formar lo mejor posible a aquellos muchachos, tal como hizo durante años.
Eran tiempos bien malos, él se ganaba la vida trabajando en el giro de colchonería y toldos, aunque luego todo fue a peor para nosotros, cuando se enfermó, usted sabe que entonces no existía seguridad social ni nada de eso que hay ahora.
En cuanto tuve edad, me busqué un trabajo, nada más y nada menos que en la librería de la Estación de Ferrocarriles de Jerez. En aquella época no era común que una señorita trabajara fuera de casa, peor en un lugar como aquel. Yo le puse mucho empeño y no hice caso a ningún comentario, de eso nada, incluyendo a las beatas que le ponían los oídos asííí de grande a los padres. Allí vendía libros, revistas y cigarrillos, aunque la ganancia era muy poca cosa.
Pero antes que pasara mucho tiempo se me presentó la posibilidad de acarrear algún dinero, siendo acompañante de la Duquesa de Abrantes y sus hijos en un viaje a Canarias. No lo pensé dos veces, con los deseos que yo tenía de ver mundo, y la verdad es que me fue muy bien con ellos.
Figúrate que eso me valió luego para irme de acompañante de viajes de un matrimonio muy rico. Se llamaban Álvaro González Gordon -hijo de un marqués de Jerez de la Frontera-, y María Teresa Velasco Sarrá, conocida por Nena, nieta del dueño de las mayores farmacias de Cuba por entonces: Doguerías Sarrá. Con ellos llegué a La Habana en el año 1935, viviendo desde el primer día en su casa, casi un palacio, donde hace mucho tiempo está la Embajada de España. Aunque los señores se marcharon de Cuba a principios de los años sesenta, yo seguí viviendo allí casi hasta que murió mi esposo en 1990. Donde mismo fue portero, chofer, mayordomo, por eso siempre digo que él era un todo, y a la vez podía parecer que era un nada, quizás como yo también.
Ellos viajaban muchísimo y yo les acompañaba lo mismo a Francia, a Inglaterra, que a Estados Unidos. Eso fue hasta que nació mi hijo, José Manuel, a tres años de haberme casado con un buen gallego llamado Serafín Sánchez Quintera. En la propia capilla de aquella residencia Nena y su esposo nos bautizaron al niño, en 1940.
A España yo volví una sola vez, en medio de la guerra, acompañando al matrimonio cuando fueron a ver al marqués en Jerez, pero nunca más, pues desde que parí dejé de viajar con ellos, como habitualmente hacía antes. Cosas de la vida, ahora es mi hijo quien ha ido a vivir a España, con idea de llevar a su esposa, Rita Caridad, y su hija Ileana. Su hijo varón, que también se llama José Manuel, es con quien vivo en este apartamento, casi en el mismo lugar donde llevo más de medio siglo, al doblar la esquina de la Embajada de España.
Con él, su esposa Rafaela y la hija de ella, Rakelita, converso muchas cosas de España, donde sólo me queda un cuñado desde que mi hermana murió en Cádiz… mi otro hermano vive en Estados Unidos. Por cierto que a Rakelita le he enseñado a tocar las castañuelas como si fuera una españolita, pone muy bien las manos, con tanto ánimo que convenció a la madre para entrar en la escuela de bailes del Centro Andaluz de La Habana, donde matriculó con cinco años!
Me cuentan que Andalucía ha cambiado y mejorado mucho en todo este tiempo, yo tendría que verlo con mis propios ojos. Mientras, me conformo con algo tan alegre y tan triste como es recordar. No se crea, yo he aprendido a viajar con el pensamiento, sí, el pensamiento también viaja, y lo hace muy bien.
Quién sabe cuántas veces me siento en medio de aquel ambiente de Jerez de la Frontera, con sus cantaores y bailes, guitarras y flamencos, que hacían las celebraciones tan coloridas, donde lo mejor de todo es nuestra comida típica: desde el ajo caliente a ese gazpacho fresquecito, terminando con una copita de vino o brandy de Jerez… ¿lo ha probado usted? Ya me dirá, que ahora llevo mucho tiempo sin tomarlo, ni olerlo, pero hay cosas que son para toda la vida, y aún más, como nuestro espíritu gaditano, andalusí!
También de Andalucía recuerdo mucho nuestra casa, que era en bajos, con otra vivienda en los altos, pero cada cosa muy bien dispuesta por mi madre para que pareciera lo mejor del mundo, sin exagerar. El primer patio ella lo convirtió en un jardín lleno de macetas y flores, donde disfrutábamos la sombra al mediodía, afuera hacíamos nuestras fiestas y papá se ponía a tocar el acordeón.
Como ve, aquí vivo frente a la entrada de la bahía habanera y el faro del Morro, de ahí el nombre de esta calle, donde usted tiene su casa.
Pero no todo es pasado, hace cinco años que asisto al círculo de abuelos Nueva Vida, también muy cerca de aquí, donde estoy buena parte del día en compañía de personas queridas. Lo mismo vamos de excursión, que cosemos, conversamos. El otro día fuimos hasta la playa de Boca Ciega, que está cerca y tiene buena arena.
Nosotros somos socios de las dos casas de Andalucía en Cuba: la Beneficencia y el Centro Andaluz, donde mañana mismo tenemos junta de asociados. Desde hace tiempo me dicen que soy la andaluza con más edad en La Habana, no sé, ni me interesa tanto el dato.
Ya ha oído buena parte de mi historia, y eso que a mí no me gusta la historia humana en general, cada vez que la leo y la conozco más, compruebo que está llena de guerras y miserias entre los propios hombres, con sólo algunos momentos de paz y felicidad verdaderas. ¿No cree usted?
Así sucede con la vida de la mayoría de las personas: mucho esfuerzo y dolor, frente a pocas satisfacciones. Dicen que la vida es un tango, será porque es una música tristona, aunque se baile con entrega. Quizás por eso los andaluces somos tan jaraneros, para alegrar las penas, al menos por fuera, que por dentro somos bien serios.
Por aquí tengo un escrito que nos regaló el señor Antonio Fernández, un malagueño que conocimos junto a su hija, Blanquita, en el Centro Andaluz de La Habana, del que él fue fundador además de haber sido presidente de la Beneficencia. Un buen hombre y muy buena familia. Pues en esas páginas se habla del padre de la patria andaluza, sí señor, Blas Infante, y cómo da a conocer al mundo su ideal andaluz.
Esas dos casas representan bien alto en este país nuestros atributos, que yo respeto mucho, se lo digo de corazón: la bandera, el himno y el escudo de Andalucía.
Bueno, ahora voy a almorzar unas verduras, que me gustan mucho y hoy tengo acelga, mi preferida. Déjeme ver si con tanta conversación no se me habrá quemado la parte que puse a hervir. Los sábados cocino yo misma pues no voy al Círculo de Abuelos, y mi nieto sale con Rafaela y Rakelita.
De eso nada, no tengo ningún secreto para vivir casi un siglo con buenas facultades -como todo el mundo, un día tendré que irme “al patio de los calladitos”-, salvo poner en todo mucha voluntad, eso sí.
Cuando el resto falle, ponga usted su mejor voluntad, entonces a ver quién puede más.
La Habana Vieja, agosto 2000
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