Luego vinieron otras como La Panacea (f. 1987), pero la principal herboristería del centro de Jerez fue por muchos años la casa Santiveri de la calle Santa Clara, hoy desaparecida. Se situaba en el número 1, tras el convento, y estaba a nombre de Juan Morales. Ofrecía hierbas medicinales, zumos de fruta, infusiones, remedios naturales y productos de la franquicia catalana Santiveri, fundada hace 139 años.
El dependiente de la tienda, Paco Morales, hermano de la Candelaria y fotógrafo aficionado (ganó el concurso de carteles de Semana Santa), tenía un porte voluminoso fruto de alguna enfermedad, lo que no le impedía desplazarse en un pequeño vespino colorado, más tarde una vespa. A pesar de su conexión profesional y quizá terapéutica con la medicina natural, el dependiente descreía. En cambio, su padre, Juan Morales, era naturista de los antiguos. Decidió convertir un almacén generalista en herboristería para aprovechar las consultas que pasaba al principio de la calle un naturópata que venía de Sevilla. Desde entonces, se pedía cita en el almacén, situado unos metros más adelante, en la acera de enfrente.
El herbolario estaba relacionado con una eminencia de la naturopatía andaluza, Antonio Liñán del Pino (1909-1982). Nacido en Málaga, Liñán pasó cuatro años en prisión por simpatías republicanas, hasta que intercedió alguien con influencias (según su propia chanza, un soldado rasurado al que prometió curar “la alopecia”). Obtiene varios títulos de botánica, naturopatía y medicina fisiatra. Con el tiempo, irá desarrollando su propio método, que bebe del naturismo anterior a la guerra civil, pero también de los trofólogos José Castro y Nicolás Capo, que seguían activos en España, y de la iridodiagnosis o diagnóstico por el iris, que promovía entonces el doctor Vicente Lino Ferrándiz.
Autor de libretos informativos y de panfletos de la casa Santiveri (de la que era agente comercial colegiado), Liñán proponía un naturismo celular: la persona que se alimenta de carne termina alterando su “Vida Celular”, convirtiéndose sus “Células Vegetarianas” en “Células Carnívoras”, las cuales requieren un exceso de ácidos causantes con el tiempo de úlceras y cánceres. Igualmente atribuía la enteritis (inflamación del intestino delgado), en Orientaciones prácticas de Trofología vegetariana, a “las putrefacciones engendradas por los alimentos cárneos no digeridos en el estómago y que van a descomponerse en la fosa íleo-cecal”. Se orientaba por un complejo sistema de compatibilidad e incompatibilidad de alimentos, que detalló en algunas de sus publicaciones.
Al doctor Liñán se le conocía popularmente como “El vegetariano”. Apodo que marcaba su diferencia con otros terapeutas y, en general, con una sociedad que había olvidado aquel vegetarianismo floreciente de los años treinta (cuando Jerez albergaba una Sociedad de Vegetarianos). Aunque, como Liñán del Pino, solían ser sospechosos de simpatías republicanas, los naturistas de posguerra estaban claramente cortados por otra tijera. Una diferencia clave solía ser el asunto religioso. Lejos de discursos incendiarios, Liñán era devoto católico y entroncaba su naturismo en suelo bíblico: “Dios creó el reino vegetal para alimento y medicina”, “La Naturaleza sobre todo y sobre la Naturaleza, Dios”. Impetuoso como siempre, cuando se enteró de que el Papa estaba enfermo le escribió recomendándole jalea real, como prueba una respuesta formal del Vaticano.
En los años sesenta Antonio Liñán del Pino pudo pasar consultas puntuales en la calle Santa Clara, pero la ciudad no parece formar parte de su red oficial. En la década siguiente sí envía con regularidad a su hijo, Antonio Liñán López (1934-2013), que cubría Cáceres y Jerez (los jueves), pasando el resto del tiempo en Sevilla, donde fundó con su padre la herboristería La Milagrosa.
El método Liñán resultó ser muy popular en Jerez. Se realizaba el diagnóstico inspeccionando el iris del paciente: la referida iridodiagnosis, variante típica del naturismo de posguerra (aunque el profesor Castro ya la había expuesto en Jerez en los años treinta). Se recomendaba un régimen adaptado a cada enfermedad, pero siempre ovolactovegetariano, con la excepción del aceite de hígado de bacalao. Los tratamientos incluían infusiones, maceraciones, baños de asiento al estilo de Kuhne o el Dr. Vander, fricciones de agua, masajes, vapores de eucalipto, carnita (gama pionera de carne vegetal en España, de Santiveri), hierbas, raíces, cortezas, flores, dietas de un solo ingrediente, especialmente frutas, y cereales como la avena. Algunos de los productos prescritos sólo se podían obtener en el almacén de la acera de enfrente, ahora herbolario en relación simbiótica con la consulta.
Nacido en Málaga como su padre, Antonio Liñán López se formó en Algeciras y en Tánger, donde ganó fama por sus curas tras un episodio de envenenamiento masivo. Estudió Enfermería, fisioterapia y botánica, y diseñaba objetos ergonómicos, masajes y ejercicios de estiramiento en su Instituto Beatriz de Suabia, en Sevilla. Sus prescripciones eran más flexibles que las del padre, quien podía tener a un paciente meses a copos de avena y consideraba que era su entera responsabilidad respetarlas (“salga por esa puerta y regrese cuando siga la dieta”). Con el cierre del almacén de Santa Clara a principios del nuevo siglo, Antonio Liñán López cambiará su consulta al herbolario La Panacea de la calle Levante, que tomó literalmente el testigo.