Un jerezano en la vanguardia del mundo del arte
Nacido en Jerez en 1963, Manuel Fontán del Junco es doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra y la de Münster (Alemania). Su trayectoria profesional combina la investigación académica, la traducción especializada y la dirección de instituciones culturales de primer nivel. Desde 2006, ejerce como director de Exposiciones de la Fundación Juan March, cargo desde el que también dirige el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca y el Museu Fundación Juan March de Palma.
Fontán del Junco ha desarrollado una amplia labor como teórico del arte y filósofo de la cultura, con numerosas publicaciones sobre estética, arte moderno y contemporáneo. Además, su faceta como traductor lo ha llevado a volcar al español obras fundamentales de pensadores y artistas como Martin Heidegger, Franz Marc, Paul Klee, Peter Sloterdijk o Boris Groys, contribuyendo así a la difusión del pensamiento europeo en el ámbito hispanohablante.
Su vinculación con la gestión cultural comenzó en 1993, cuando inició una etapa de más de una década al frente de tres sedes europeas del Instituto Cervantes: Bremen (1995-1999), Lisboa (1999-2002) y Nápoles (2002-2005). Esta experiencia internacional le permitió consolidar un perfil único, a caballo entre la teoría y la práctica institucional.
En enero de 2006 dio un giro a su carrera al asumir la dirección de Museos y Exposiciones de la Fundación Juan March, institución desde la que ha comisariado más de un centenar de muestras. Bajo su liderazgo, el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca y el Museu de Palma se han convertido en referentes del arte moderno y contemporáneo, con una programación que combina rigor académico y difusión accesible.
Actualmente, Fontán del Junco sigue al frente de la Fundación Juan March, donde continúa impulsando proyectos que vinculan investigación y divulgación. Su trabajo refleja una constante: la convicción de que el arte y el pensamiento son herramientas esenciales para comprender la complejidad del mundo contemporáneo.
Con más de tres décadas de trayectoria, encarna la figura del intelectual renacentista en el siglo XXI: un puente entre la reflexión filosófica, la acción cultural y el compromiso con la difusión del conocimiento. Su legado sigue creciendo, tanto en las salas de museos como en las páginas de la teoría artística.
Pregunta. ¿Qué supone para usted regresar a Jerez cada vez que lo hace?
Respuesta. Sonará muy cursi, pero cada vez que vengo me acuerdo del título de un poema de Francisco Bejarano (“el sur es una orilla con historia”). También para mí es historia: cuando vengo se me hacen muy presentes mi niñez y mi juventud y me supone, claro, encontrarme con quienes quiero desde entonces: padres, hermanos, familia, amigos. Y aunque quizá suene otra vez cursi (y pelota), supone volver a oír la voz del sur. Mi mundo acústico habitual tiene acentos mucho menos dulces.
P. Es director de Museos y Exposiciones de la Fundación Juan March y ha sido director de tres sedes europeas del Instituto Cervantes: Bremen, Lisboa y Nápoles. ¿Considera que en Jerez se valora su trayectoria profesional?
R. Bueno, sí por quienes me conocen y me quieren. Por lo demás, no soy, afortunadamente, un personaje público, así que tampoco espero que me valore toda una ciudad, aunque sea la mía.
P. Tuvo una formación inicial en el mundo de la filosofía. ¿Qué pasó para acabar siendo un experto en arte?
R. Sí, estudié y me doctoré en Filosofía, con una tesis sobre estética que, de alguna manera, me predeterminó. Más que experto en arte, ocurre que al principio mi trabajo consistía en ocuparme del arte desde la teoría, y ahora consiste también en cuidarlo e idear sus puestas en escena, lo que le suma la práctica. Pero ambas, arte y filosofía, siguen compartiendo mi admiración total.

P. ¿Podría explicar la labor que realiza en la Fundación Juan March?
R. Tengo la responsabilidad de dirigir un equipo de personas muy brillantes y capaces en Madrid y en nuestros dos museos de Cuenca y Palma. Básicamente, entre todos concebimos y organizamos exposiciones internacionales con base en la investigación, publicamos buenos libros, extendemos lo obtenido a la web, y cuidamos y presentamos en los museos la colección de la Fundación, más de dos mil obras de arte español contemporáneo.
P. ¿A qué se refiere cuando ha dicho en alguna ocasión que hay que curar las obras de arte?
R. Intento explicar con esa expresión cuál es el sentido profundo de la palabra “curador”, que se aplica, en muchas lenguas y en el español de Latinoamérica, al trabajo de quienes hacen exposiciones. La idea es que, si hay curadores, será porque las obras de arte están enfermas. Si no lo estuvieran, ¿qué habría que curar? Esto de decir que las obras de arte están enfermas les suena escandaloso a algunos. Pero lo están, y de la misma enfermedad que nos aqueja a todos: la del tiempo, de la que vamos a morirnos.
P. ¿Lo más duro de su trabajo es tener que estar lejos de su familia con frecuencia?
R. Sin duda.

P. Usted que ha viajado tanto: ¿el concepto de arte es el mismo en todos los países?
R. ¡Buena pregunta! Hoy, con el mundo globalizado, la idea del arte contemporáneo es globalmente la misma. Da igual que seas un artista en Jerez, en Wuhan o en Dakar. Pero, por supuesto, nunca antes de, digamos, el siglo XIX, fue así: mientras en Europa se hablaba de un objeto como “obra de arte”, ese mismo objeto era un objeto de culto o un artefacto ritual en el continente vecino y se lo tenía por tal. Algunas culturas ni siquiera tenían el equivalente a nuestra palabra “arte”.
P. Como experto también en arte abstracto, ¿va evolucionando ese concepto o lo que era abstracto hace décadas ya no lo es tanto?
R. El concepto de arte es también artístico: su sentido va cambiando. A veces se amplía y a veces se contrae. Hoy llamamos “arte” a muchas más realidades que hace cincuenta años. En realidad, el arte es la realidad in progress, y por eso siempre hay partes de él que no entendemos al principio. Y, desde luego, hoy Piet Mondrian, que es un abstracto, nos resulta más concreto que cuando empezó a pintar retículas con colores primarios en los años treinta. Hoy es tan concreto que está muy presente en la moda, el interiorismo, el mobiliario…
P. En una sociedad donde se implanta peligrosamente la IA, ¿cómo puede afectarle al mundo del arte?
R. Ya hay lo que se llama “comisariado generativo”: comisariar una exposición con ayuda de la IA. Yo creo que la IA y, en general, las nuevas tecnologías serán, en el campo de los museos y las exposiciones, de mucha ayuda práctica. Y también nos ayudará a redefinir nuestro trabajo y, sobre todo, a replantearnos nuestra distinción, excesivamente radical en mi opinión, entre original y copia. Paradójicamente, el mundo digital acentuará la importancia de la topografía física, material, del arte.

P. Le pregunto por otro concepto complicado de englobar: la cultura. En Jerez se relaciona con flamenco, vino o caballos. ¿Abarcaría mucho más?
R. Hay muchos sentidos de “cultura”. En uno de ellos, el de la cultura como aquello que es específico de lo humano, lo abarca casi todo: vino, caballos, gastronomía… Pero hay otro sentido, el referido a la cultura como el resultado de la creación artística en todas sus formas (el arte, la literatura, la música, la ciencia, el cine…) por parte de algunos individuos. Este es un sentido menos frecuente y, afortunadamente, no se explica por ni se reduce a lugares geográficos concretos.
P. ¿Qué proyectos tiene entre manos y qué objetivos se marca en su carrera?
R. Muchos, afortunadamente. Pero quizá el más importante sea el de hacer sostenible en el tiempo un cierto modelo de trabajo en la gestión cultural, el que intentamos en la Fundación, que intenta aunar el cultivo de las ideas con las exigencias de la práctica. Y dejarle aseada la realidad a los que vengan a sustituirnos.
P. ¿Qué le parece la candidatura de Jerez a ser Capital Europea de la Cultura en 2031?
R. A nadie puede no gustarle la idea. Ojalá gane y ojalá los responsables de la programación piensen, sobre todo, en lo que le quedará a la ciudad cuando el evento pase. Tenemos tendencia al espectáculo y nos cuesta la continuidad, como a todos los pueblos imaginativos e inconstantes (Unamuno decía que a los españoles nos cuesta la “bendita continuidad”). Me estoy acordando ahora de algo que vi en la última cabalgata de Reyes en Jerez: a un vendedor de globos de helio se le escapó el manojo entero, que se elevó y se lo llevó el viento. Yo creo que el proyecto de la Capitalidad debería plantearse como una inmensa plantación de buenos árboles de sombra y fruto, más que como una suelta de globos de colores, que tardarán poco en perderse y dejará la cultura de la ciudad más deprimida que antes de los fastos, porque encima habrá tenido la experiencia del derroche. El derroche es bueno. Pero con cabeza.