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Un recorrido en 1824 con la escritora.

Desde la época medieval, uno de los caminos más transitados de cuantos cruzaban el término de Jerez era el que se dirigía a la Sierra de Cádiz. Durante siglos este rincón de la campiña fue escenario de las luchas fronterizas que sólo cesarían al ganarse la plaza de Zahara. La participación de los jerezanos en el cerco y toma de Antequera y en las campañas granadinas hizo también que estas vías de comunicación tuvieran un gran valor estratégico.

Partiendo de la ciudad, y tras cruzar el arroyo Salado el Camino de la Sierra atravesaba los Llanos de Caulina y llegaba a la Torre de Melgarejo, fortificación que ejercía un importante papel defensivo y de control de estas rutas. En las proximidades de este lugar se bifurcaba la vía; uno de los ramales conducía a Arcos a través de La Peñuela, Vicos y Jédula, otro a Bornos cruzando por las Mesas de Santiago y por las cercanías de la Sierra de Gibalbín.

Hasta bien entrado el siglo XIX, y hasta la construcción de la carretera de Arcos, estos eran también los itinerarios que se seguían para viajar desde Jerez a los pueblos de la Sierra de Cádiz. En nuestro recorrido de hoy, vamos a acompañar a una viajera ilustre en su travesía por estos parajes. ¿Vienen con nosotros?

Por el Camino de Bornos con Frasquita Larrea

Cuando doña Francisca Ruiz de Larrea y Aherán cruza los Llanos de Caulina un 29 de abril de 1824 y toma el camino de Bornos, tiene cuarenta y ocho años de edad y va buscando el descanso y la salud que reclama su enfermedad nerviosa. La escritora, considerada como la “primera romántica” española, animadora de una famosa tertulia literaria en el Cádiz de las Cortes, cuenta ya con una merecida fama de persona amante de las letras y promotora de la cultura (1).

El Bornos de la primera mitad del XIX es un pueblo conocido por sus molinos, sus huertas y sus fuentes y manantiales, algunos de ellos muy afamados por sus propiedades medicinales. No es de extrañar por ello que las familias acomodadas de Cádiz, El Puerto de Santa María y Jerez, busquen en esta población serrana la tranquilidad, el reposo y el beneficio de sus aguas.

Frasquita Larrea, nombre con el que popularmente era conocida nuestra escritora, atraviesa por un mal momento personal y emprende este viaje a Bornos con el ánimo de restaurar su ánimo y su salud. 

Es una travesía pesada y larga de la que va a dejar testimonio escrito en su Diario (2). Para recorrer los más de cincuenta kilómetros que separan El Puerto de Santa María del pueblo serrano tardará doce horas. Dejemos que nos lo cuente la protagonista:

“Día 29 de abril de 1824. A las cinco y cuarto de la mañana salimos del Puerto de Santa María y a las cinco y cuarto de la tarde llegamos a Bornos. En el camino de Jerez nuestras mulas delanteras, por dos veces rompieron los tiros y retrocedieron con grande susto mío, en razón del mal agüero para el resto del viaje. El mayoral tenía cara de pocos amigos, y por lo tanto, no quise meterme con él para que compusiese estas faltas en Jerez. Me abandoné de un todo en manos de la Providencia, como tantas veces me ha sucedido, y me ha ido siempre bien.”

Desde El Puerto a Jerez, los carruajes debían salvar el puerto de Buenavista, para descender luego por Matajaca y La Trocha cruzando en el camino las alcantarillas de los arroyos Mata Rocines y Guadajabaque antes de entrar en nuestra ciudad.

Tras dejar atrás Jerez, el carruaje toma el camino de Bornos atravesando los Llanos de Caulina que, a juzgar por la descripción de Frasquita, aparecen incultos contrastando vivamente con las fincas agrícolas que siguen en dirección a las Mesas de Santiago, lo que sirve a nuestra “guía” para cuestionar algunos extendidos mitos sobre la indolencia de nuestros paisanos, a la par que realiza una fiel descripción del paisaje de la campiña.

“A la salida de los campos áridos de Caulina, el país toma otro aspecto de cultivo y fertilidad que contradice paladinamente la reputación de perezosos que poseen los andaluces. El terreno, compuesto de llanuras, repechos y colinas, cubiertas de trigo, cebada, etc., presenta puntos de vista que recuerdan al océano alborotado, cuyas ondas se suceden con distintos matices según cogen el reflejo del sol.. A un lado y otro del cortijo se ven manadas, sobre todo yeguadas que con aire de curiosidad se paraban a vernos pasar, y luego, como por impulso mutuo, huían a todo escape”.

La escritora se recrea en el paisaje agrario y nos aporta, con su visión “romántica”, interesantes datos sobre el aspecto de estos parajes dos siglos atrás. En su relato hace referencia “campos áridos de Caulina”, donde apenas crecen juncos y palmares que se presentan incultos, por tratarse de tierras encharcadizas que no serían puestas en cultivo hasta mediados del siglo XX, cuando se realizaron las primeras obras de drenaje.

Desde la Torre de Melgarejo, el camino se adentra por un territorio de suaves colinas, sembradas de cereal, surcadas por pequeños arroyos (de Canillas, del Chivo, de Monte Corto, Arroyo Dulce…) dejando a sus lados las tierras de los cortijos de El Rizo, Arroyodulce, El Trobal, La Basurta, Jara y Jarilla… 

Donde Frasquita Larrea vio sembrados de cereal y yeguadas pastando, hoy vemos las lomas cubiertas de olivares, cultivo que desde hace un par de décadas está cambiando el paisaje agrario de este rincón de la campiña y que, como en el relato de la escritora, presentan un magnífico y cuidado aspecto.

Frasquita Larrea prosigue su relato, dejando constancia también de algunos de los inconvenientes de este viaje: “El camino hasta el cortijo de las Mesas (donde descansamos un par de horas) es muy bueno y sigue así en medio de campos perfectamente cultivados, con sus casas, cortijos, etc., hasta llegar a un arroyo que fue menester ahondar con hachas (que para el efecto había traído el mayoral) para que pudiesen pasar los carruajes. Ya el país empezaba a cubrirse de aguas y árboles, y por consiguiente, a la par de escabroso, se hacía más pintoresco”.

En este pasaje, en el que se describen las dificultades del camino a partir de Las Mesas de Santiago por el obstáculo que se supone el cruce de un arroyo, creemos que puede referirse al cruce del Arroyo de los Charcos, que recoge las aguas que bajan desde la Sierra de Gibalbín y las tierras de Cuartillo de Plata y Granadilla, o bien, con mayor probabilidad, a las del Arroyo Salado de Espera, curso fluvial que cruza el Camino de Bornos en las proximidades del cortijo El Jaulón

Aún en nuestros días –en los que se atraviesan ambos con sendos puentes- resulta dificultoso transitar por estos lugares en épocas de grandes lluvias, porque sus aguas rebosan sus cauces inundando el camino. 

Dos años después, en 1826, Frasquita Larrea realizará un viaje a Arcos. Volveremos con ella (y con su hija, la conocida escritora Fernán Caballero) para recorrer de nuevo estos caminos, las riberas del Guadalete, los huertos y nacimientos de Bornos y el entorno de Ubrique.
 

Para saber más:
(1) Orozco Acuaviva, A.: La gaditana Frasquita Larrea, primera romántica española. Jerez de la Frontera. 1977
(2) Francisca Larrea. Diario. Graficas el Exportador. Jerez. 1985. Edición especial realizada por la asociación de Amigos de Bornos.

Sobre el autor:

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Jorge Miró

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