"¡QUIÉREME, PICARITA!", DICE UNA VOZ DEL SETECIENTOS
"¡Quiéreme, Picarita!". Teatro Villamarta Jerez de la Frontera, 21 de marzo de 2025. Ruth Rosique (soprano), Belén Roig (soprano). Harmonía del Parnàs: Marian Rosa Montagut (dirección musical al clave), Hiro Kurosaki (violín concertino), Manuel Muñoz (violín), Guillermo Martínez (violonchelo).
Bajo el genérico título de “¡Quiéreme, picarita!”, en referencia al texto que inicia una de las arias de Amor aumenta el valor (1728), de José de Nebra, el Teatro Villamarta ofreció un concierto dedicado a la rica y abundante producción de zarzuela y ópera del siglo XVIII en España, de la mano de compositores imprescindibles como José de Nebra, Antonio de Literes, José Castel y Vicent Martín i Soler.
La que podríamos denominar “zarzuela barroca”, diferente a la zarzuela que se practicaría desde mediados del siglo XIX, que entroncaría más bien con la tonadilla escénica del siglo XVIII, es un género lírico que se desarrolló en los reinos hispánicos y sus colonias de forma muy profusa. Se calcula que se estrenaron unas veinte mil obras de más de quinientos compositores diferentes, lo que da una idea de la expansión y éxito alcanzado. Su nacimiento se remonta al Siglo de Oro, concebida como espectáculo destinado a la corte madrileña en espacios como, por ejemplo, el palacio de la Zarzuela, del que se dice toma su nombre (aunque esto pueda ser discutible). En sus inicios contó con excelentes libretistas como Calderón de la Barca o Lope de Vega, que adaptaron temas de la mitología griega o romana; y con compositores también brillantes como Juan Hidalgo. Más adelante se incorporaron a la creación musical de este género Sebastián Durón, Antonio Rodríguez de Hita y algunos de los autores incluidos en el programa de este concierto; también libretistas como Ramón de la Cruz. En el tránsito del siglo XVIII al XIX, la zarzuela barroca comenzó a dar muestras de agotamiento coincidiendo con el inicio de la extensión de la revolución burguesa en época napoleónica. La renovación de este teatro que alterna partes cantadas y habladas llegará, como se apuntaba antes, de la mano de compositores como Barbieri, Gaztambide o Arrieta ya en pleno reinado de Isabel II y con unos presupuestos artísticos distintos debidos a la influencia de la ópera italiana de Rossini, Bellini y Donizetti y la mencionada tonadilla escénica del siglo XVIII.
El grupo valenciano Harmonía del Parnàs está en un momento brillante de su trayectoria, hasta el punto de haberse convertido en una de las formaciones más destacadas en repertorio antiguo español a nivel internacional. Su valor aumenta por el hecho de combinar la investigación musicológica con su labor interpretativa, lo que asegura el empleo de criterios que tienen una base histórica adecuada a cada estilo y compositor, además del empleo de instrumentos originales con cuerdas de tripa de animal. El programa aquí ofrecido se ha interpretado en variados lugares desde hace unos seis años, siguiendo el propósito de difundir el rico patrimonio musical elegido. Piezas tan atractivas como la anónima Suite de contradanzas o las Canzonette italiane de Martín i Soler, en adaptación exclusivamente instrumental, justifican sobradamente la atención que se les presta, proponiendo revisiones interpretativas que son alternativas válidas a las ofrecidas en este mismo repertorio por Christophe Rousset y, más atrás en el tiempo, Victoria de los Ángeles.
Su directora, la investigadora, docente y clavecinista valenciana Marian Rosa Montagut, ha tenido precedentes ilustres en la interpretación de este repertorio, como Eduardo López Banzo y Emilio Moreno. Siguiendo esta estela, ha logrado que el conjunto de músicos de Harmonía del Parnàs haya ofrecido una interpretación idiomática, en la que se han subrayado las genialidades armónicas, rítmicas y melódicas de las composiciones que han conformado el programa. A destacar el trabajo de Montagut realizado los arreglos instrumentales de las canciones de Vicent Martín i Soler, que cobran así una nueva e interesante dimensión. Asimismo, la acertada elección de los tempi, que ayudó a que los fraseos fuesen precisos y muy adecuados desde el punto de vista estilístico, además del equilibro de volumen entre voces e instrumentos. El concertino Hiro Kurosaki tuvo momentos excelentes y de mucho lucimiento en algunas de las páginas del programa, en las que compartió protagonismo con las voces solistas. Junto a los otros instrumentistas, Manuel Muñoz y Guillermo Martínez, también magníficos, ofreció una brillante y muy virtuosista Obertura de La fontana del placer (1776), de José Castel. Fieles a su rigor musicológico, los dos violinistas cambiaron de instrumentos históricos cuando pasaron del repertorio barroco del primer bloque del programa al clásico del segundo.
Con referentes interpretativos fundamentales en este repertorio como las sopranos María Bayo y Marta Almajano, Rosique y Roig han mostrado variadas cualidades musicales e interpretativas. A pesar de su ya larga carrera, la soprano sanluqueña Ruth Rosique mantiene una buena forma vocal, con homogeneidad en los registros, dominio del legato y la coloratura, proyección adecuada y emisión estable. Su fraseo nítido y expresivo ha sido fundamental en su óptima prestación. Destacó especialmente en “Confiado jilguerillo” de Acis y Galatea (1708), de Antonio de Líteres, por el control de las agilidades; y en la emotiva “Adiós, prenda de mi amor”, de Amor aumenta el valor (1728), de José de Nebra, por la cuidada línea de canto y el amplio fiato.
Por su parte, la docente, violinista y soprano valenciana Belén Roig muestra un instrumento bien timbrado, de timbre grato, flexible y delicado, aunque con ciertas inseguridades en la zona de paso y ocasionalmente un fraseo poco claro. Hay que valorar el que asumiera el riesgo de cantar en avanzado estado de gestación (ocho meses y medio, según afirmó Rosique en un momento de comunicación con el público). En este estado se producen cambios en el dorso y la pelvis que pueden modificar el apoyo de la voz, además de las alteraciones abdominales que dificultan el soporte vocal. Nada de esto se percibió de forma llamativa, ya que estuvo afortunada en la totalidad del concierto. Particularmente fue espléndida su interpretación de “Muda copia”, de Acis y Galatea.
Por otra parte, cuando Roig y Rosique cantaron a dúo, en ocasiones con partes habladas bien expresadas, sus voces y forma de actuar combinaron de modo muy atractivo, con la gracia y elegancia que es esperable en este tipo de repertorio. Las páginas conjuntas fueron culminadas por una brillante lectura de “¡Quiéreme, picarita!”, de Amor aumenta el valor, que fue repetida parcialmente en la segunda de las propinas. Para este fragmento, Belén Roig cambió su atuendo para ponerse un traje con pantalón que subrayara el carácter masculino de su rol.
Marian Rosa Montagut se dirigió al público en tres ocasiones, en la primera de ellas para preguntar divertida al público femenino y a las solistas “¿Qué han de ser los maridos”, en referencia al aria de Iphigenia en Tracia (1747), de José de Nebra, que iba a interpretarse a continuación. En la segunda para explicar el contexto argumental del aria “Adiós, prenda de mi amor”, en la que el protagonista, Horacio, se despide de su amada tras negarse a entregarla durante la guerra entre Roma y Alba Longa a cambio de su salvación. En la tercera para hablar del proyecto de su grupo Harmonía del Parnàs.
En conjunto, un concierto muy valioso por sus múltiples vertientes musicológicas, patrimoniales y pedagógicas y un acierto de programación por parte del Teatro Villamarta.