Rafael se ha presentado temprano a los pies del esqueleto que un día iba a albergar el Palacio de Congresos y Exposiciones de Jerez. Un proyecto del grupo sevillano Baremo 80 —hoy en liquidación— que se tragó el crack del ladrillo hace algo más de una década. Rafael es jerezano y busca trabajo —como tantos miles de paisanos— como guarda de las obras de demolición de la malograda iniciativa. Ya estuvo durante un tiempo vigilando que no se colara gente de la calle en las diferentes plantas a medio construir, nueve pisos en total hasta alcanzar 33 metros de altura en una superficie construida a de 17.235 metros cuadrados.
Antes de que Urbanismo cercara el peligroso solar abandonado, tras años de demandas vecinales y que dio mucho trabajo a policías y bomberos, Rafael vio pasar de todo por la fantasmagórica estructura. “Daba mis vueltas por aquí, pero era un desmadre, la gente se metía por todos lados. Hubo gente durmiendo en los subterráneos, se colaron personas para suicidarse, e incluso chavales que cada dos por tres subían hasta arriba del todo para hacerse selfies de esos”, cuenta a lavozdelsur.es.
"Había chavales que incluso se subían hasta arriba del todo para hacerse selfies"
Casi a la par que Rafael llega otro señor para hablar con el encargado de los trabajos de demolición. En este caso, se ofrece para recoger las bolas de gavillas que resulten del desmonte de la estructura. “Te ofrezco 0,15 por kilo de hierro, tenemos pulpo y camiones, pero que puede ir con mazacotes de hormigón”, propone al responsable de la obra. Con una pinza que irá cortando de arriba a abajo pilares y forjados, una máquina de demolición de cien toneladas llegada desde Barcelona en dos partes, la empresa navarra Erri-Berri, radicada en Olite, un pueblo medieval precioso, cuyo nombre oficial en vasco es Erriberri, y que sabe bien lo que es conservar su pasado, procurará que todo quede expedito. No habrá ni rastro de esa mole de hormigón que dibujaba, junto al Hospital y la antigua circunvalación, un horizonte de lo que pudo ser y no fue. Un vestigio de la ruina que llegó tras explotar la burbuja de la construcción a finales de la primera década del presente siglo.
Sevillano de Gines, con 56 años, Manuel Costales es el aparejador encargado de los trabajos de demolición. “Por fin trabajo cerquita de casa”, expresa a este medio, casi recién llegado de otra faena en Ciudad Real y deseando de meter mano a un proyecto nada complejo para una empresa especialista en derribos controlados desde hace casi 40 años. De hecho, asegura que vienen de desmontar un emblema en la capital de España, el estadio Vicente Calderón, y ahora meten sus máquinas en el Sur, en Jerez, para acabar con los restos de un proyecto que anunció una inversión de 50 millones que jamás pudo completarse.
Prometían auditorio, hotel, cientos de congresos al año, unas instalaciones únicas… Diez años después de paralizarse las obras, no ha habido dinamita en la demolición porque la nueva adjudicataria de esta parcela —la unidad de ejecución 10.17 Cooperativa, según el PGOU de Jerez— aprovechará para comercializar las dos plantas subterráneas para un aparcamiento privado para unas 200 plazas, justo a escasos metros de barriadas saturadas por la falta de estacionamientos y por la cercanía del Hospital de Jerez, el principal centro de trabajo del municipio.
El futuro del solar a medio plazo, en manos del hombre que sembró Jerez de mercadonas: un supermercado, un parking, un hotel y una gasolinera
Curiosamente, la persona detrás de la inversión, tras adquirir los suelos a Solvia, filial del Sabadell para sus activos tóxicos del ladrillo, es José Luis López Fernández, el empresario ubriqueño que hizo grandes negocios en el municipio al calor de la edad dorada del pelotazo inmobiliario. Purgados los excesos de una época que, como coinciden todos los expertos del sector, no volverá, López regresa a su ciudad fetiche, la misma que ayudó a sembrar de mercadonas cuando Juan Roig empezaba a expandir su actual imperio. “A la ciudad de Jerez lo que le interesan son inversores y gente que quiera invertir con inversiones reales en Jerez. Necesitamos que traigan proyectos reales y se abrirá las puertas a todo el mundo que quiera invertir, generar actividad económica y empleo en la ciudad. Por tanto, bienvenido sea que haya conseguido desbloquear esta mole que generaba una imagen desoladora de la ciudad”, ha sostenido, a pie de ruina, el teniente de alcalde delegado de Urbanismo, José Antonio Díaz.
En la parcela que dejará la enorme estructura, de la que saldrá un volumen de 7.207 metros cúbicos de residuos y cuyo entorno será reurbanizado por cuenta del Ayuntamiento de Jerez, se levantarán, además del mencionado parking subterráneo, un supermercado de la multinacional alemana Lidl (el tercero del municipio), una gasolinera y un hotel de tres estrellas. “La ciudad necesita de buenas noticias y nos sentimos orgullosos de este desbloqueo a un proyecto fallido y orgullosos por las cuatro actividades económicas consolidadas que vendrán aquí”, ha insistido Díaz en declaraciones a este medio.
En ese mismo momento, la enorme maquinaria ya ha empezado a pellizcar con fuerza los forjados de una de las plantas del edificio a medio construir. La escena se ha empezado a inundar de polvo. Dos vecinas de Eduardo Delage se han animado a cruzar desde la barriada para tomar unos vídeos. Un anciano, desde la ladera que colinda con el complejo hospitalario, divisaba el comienzo de los trabajos como nueva distracción matutina. “Esto es un cambio de imagen para la ciudad. Hemos desbloqueado otro problema más siendo capaces de facilitar que lleguen inversiones, ha dicho orgulloso el responsable municipal socialista, que asegura que nunca la Junta de Andalucía preguntó por esta parcela para ampliar el Hospital de Jerez. “No me consta esa intermediación con el fondo de inversión. No estaba entre sus objetivos y no puedo entrar a valorar eso”.
Erri-Berri acabará los trabajos antes de los dos meses previstos en la licencia de Urbanismo casi con total seguridad. Por la cuenta que le trae. “Cada día de trabajo hay una enorme inversión aquí. Solo esa máquina gasta unos cientos de litros de gasoil diarios”. Faena continua para una empresa cuyo nombre, traducido al castellano y casualidades de la vida, se llama Tierra nueva.