Le restan tres años para llegar a los 90 de existencia. Estamos ante uno de los comercios tradicionales de Jerez más longevos y cuya licencia de apertura fue otorgada un 25 de junio de 1936, por lo que lo convierte en un establecimiento que nació con la Segunda República.
Sigue abierto con sus características tijeras a modo de tiradores de su puerta principal de acceso. La Tijera, en singular y no en plural, es una cuchillería que sigue conservando la función con la que nació, el afilado, algo a lo que no pueden renunciar como una seña de identidad de la casa.
José Manuel Morales González lleva cuatro años como gerente de la tienda y se enorgullece de la historia que arrastra desde que José Fernández González, de familia gallega, comienza con una moto con una piedra de afilar adaptada; en pocas palabras, un afilador de toda la vida, de los que aún quedan algunos, que iba de bar en bar y de casa en casa, haciendo sonar la armónica con ese inolvidable soniquete tan particular. El reclamo de que el afilador había llegado.
De la moto se pasa un local solo de afilado donde se empezó a llenar el escaparate de cuchillos y navajas. "El primero fue el abuelo de mi mujer. Después lo ha llevado mi suegro y ahora estamos la tercera generación”. La evolución a lo que es hoy en día salta a la vista porque el material de ferretería manda en toda la extensión del local, aunque en un rincón queda una amplia muestra de navajas: "Antiguamente muchas personas las utilizaban. Llevar una navaja en el bolsillo era muy típico sobre todo los que se dedicaban a la bodega, al campo…".
Evidentemente, en estos tiempos llevar una navaja de ciertas dimensiones encima puede acarrearle problemas al que lo haga. Otra cosa son los coleccionistas: “Cuando pongo una navaja nueva en el escaparate, a la media hora tengo cuatro coleccionistas que me dicen que les interesa”, señala el gerente que, en lo del coleccionismo, explica que lo que buscan es “la navaja hecha a mano que venga de Albacete con certificado de autenticidad en cada navaja, además firmada por el maestro artesano que la ha hecho. Eso le da mucho valor para el coleccionista”.
Las navajas, cuchillería y, ante todo, las tijeras que, como comenta José Manuel Morales, "es uno de nuestros artículos clave", excepcionalmente por la historia misma del negocio y por la variedad de ellas que han pasado por los expositores: “Hemos tenido tijeras para esquilar caballos, para pelar ovejas, tijeras muy específicas para determinados oficios".
Rebuscando en el sótano aparecen a modo de ‘incunables’ tijeras para vendimiar, de costura muy gastadas de tanto afilado, antiguas perchas para ropa que conservan la marca de la tienda y el teléfono que tenía —de cuatro dígitos—, balanzas para pesar tornillos y cajas registradoras que puestas una al lado de la otra, de más antigua a más moderna, define el avance de la tecnología con el paso del tiempo, “imagínese la de cajas registradoras que han pasado por nuestras manos”.
Y para que no se diga que nada de lo antiguo no sirve, aún siguen vendiendo los añejos braseros de picón y las planchas de hierro que pesaban un quintal y que se calentaban en esos braseros de los que “todavía tenemos uno de los antiguos. Es una pieza que curiosamente se sigue la siguen demandando incluso para usarlas en Zambombas”.
Un aspecto que satisface al propietario es que la marca de La Tijera no se olvida, “tenemos una clientela muy fiel y ahora están volviendo nuevas generaciones que recuerdan cuando venían aquí con sus abuelos”, evoca Morales que llama la atención sobre algo que le confiesan lo clientes, “siguen viniendo porque les gusta ver que la tienda ha cambiado poco; intentamos tenerla para que el que llegue siempre sienta el recuerdo de la tijera de toda la vida”.
“Al cliente le doy las gracias porque nos sigue manteniendo aquí; son fieles, son amigos que nos quieren, que nos respetan y que se sienten como en su casa”, manifiesta el gerente, un negocio que es mucho más que eso en el corazón de la calle Doña Blanca, una vía peatonal en la que curiosamente le rodean bazares chinos, “nos llevamos muy bien con ellos, no hay problema ninguno. Hay una buena relación”.
Sobre el futuro de La Tijera, José Manuel Morales no lo fía a un largo plazo de tiempo: “Cada vez es más complicado sobrevivir, Jerez se ha abierto mucho y el centro complicado; mis hijos están estudiando cosas muy distintas”, y añade que “no me atrevo a hablar más allá de un año o dos; incluso un año me parece un plazo muy largo”.
Este es el día a día de un negocio casi nonagenario que se mueve entre la incertidumbre sobre el futuro y un presente al que no le faltan clientes de toda la vida, e incluso con una actividad comercial intensa por las mañanas.
Mientras Morales hace un alto en la conversación para atender tras el mostrador, un señor de edad nos susurra, “era un chaval y todavía estaba esto…". Lo dice con orgullo porque algo de su niñez aún perdura con todo lo que eso significa cuando se echa la mirada atrás y apenas les queda nada en el centro comercial abierto que les evoque aquel Jerez en blanco y negro.
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