Un estudio de pintura, una librería y una tienda de magia aguantan en el espacio de la plaza Peones, que espera que se aprueben unas nuevas bases para poder recibir nuevos negocios.
Decir que el Zoco de Artesanía de la plaza Peones está en horas bajas no es ninguna novedad. Entrar por su puerta y acceder a la planta baja del edificio, hoy en día, casi deprime. De los ocho locales, sólo uno está ocupado. Al escuchar ruido levanta la vista del ordenador José María Bernabé, de Andamagia, que pasa la mañana en las instalaciones. “Resistimos mal”, confiesa. Aunque se salva por la venta online. Hace dos años que está en el Zoco –“cuando llegué estaba lleno”, dice– y aguanta porque la cuota que paga, la misma que la del resto de artesanos, es asequible. 75 euros al mes cuesta tener un local. Ahora, dice Bernabé, “aquí hay más personas de la administración que comerciantes”. Una frase, realista, que da qué pensar.
En marzo de este año acabó el proyecto Ma’arifa, por el que nació el Zoco, financiado por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (Feder), que pretendía mejorar la capacidad de desarrollo de la provincia de Cádiz y de la región marroquí de Tánger. “Ahora empieza otra nueva etapa”, señala Fernando Rodríguez, responsable del espacio, que asegura que se han elaborado unas bases para seleccionar a los nuevos artesanos que ocuparán los locales vacíos del edificio de la plaza Peones. Pero es el Ayuntamiento quien tiene que dar el visto bueno al documento, que contempla la posibilidad de ampliar el abanico y no acoger sólo a artesanos, sino negocios relacionados con el mundo cultural, artístico y comercial.
Para el patio se plantea que se habilite como zona gastronómica. Ahora mismo hay dos negocios hosteleros, Alboronía y Kandela, que recibirían la propuesta con los brazos abiertos. Pero “todo está en el aire”, se empeña en puntualizar Rodríguez, que señala que hay 18 negocios interesados en instalarse en el Zoco, que puede hasta cambiar de nombre si se confirma su apertura hacia negocios de otra índole.
La idea del gobierno local de convertir la fallida Ciudad del Flamenco en una plaza pública es vista con buenos ojos por el responsable del Zoco, que cree que puede ayudar a darle vida al espacio, que tiene acceso directo a una de las zonas del futuro parque. Aunque Fernando señala también que la escasa actividad que tienen las instalaciones se debe a “cómo está el casco histórico”. También falla la señalética. “Es demasiado pequeña”, dice.
Un cartel avisa: "Más tiendas en la segunda planta". Allí impera el silencio. Las galerías están vacías. Tan sólo José y Francisco se hacen compañía. El primero, pintor, el segundo regenta una librería especializada en flamenco y también pinta. José Gil lleva cinco años en el Zoco, aunque esta etapa llega a su final. Plantea trasladarse a un loft de la calle Lechugas donde, además de su vivienda, tendrá su estudio para atender a clientes. La mayoría, de fuera de Jerez. “Ahora se trabaja por internet, no hace falta tener un escaparate real”, dice, aunque valora la oportunidad que le ha supuesto estar instalado en el Zoco para darse a conocer.
Flamencos de Tombuctú se llama la librería de José, que dice que se lleva todo el año buscando libros para venderlos durante el Festival de Jerez, la mejor época para su negocio. Aunque, señala, vive de los retratos. Ahora está con uno de Luis de la Pica que aún no ha terminado, pero ya se lo quieren comprar. Respecto a la situación del Zoco es crítico: “Tener esto así da vergüenza ajena”. José apunta que “no hay tejido comercial alrededor”, por lo que abunda: “¿De qué sirve tener un envoltorio de bombón muy bonito si dentro no hay nada?”
La desidia del Ayuntamiento, dice, también ha influido en el aspecto actual del Zoco. “No hay plan coherente y efectivo”, señala. “Hay que ser gente muy cabezona, y me incluyo, para lidiar con una situación como ésta”, remata. Cuando su ciclo en el edificio de la plaza Peones está a punto de culminar, hace balance y apunta: “Económicamente me ha dado para sobrevivir pero no hay superávit”.
“Somos los últimos de Filipinas”, dice Francisco José Retamero, que tiene su estudio junto a la librería de José. También apunta a la “mala gestión” municipal como la causa de la espantada de artesanos y, a su vez, a la errónea elección de proyectos que ha albergado el Zoco. “Algunos lo usaban como almacén”, censura. Él no depende de las visitas para vender, por lo que no tiene prisa en irse. Y da una idea: “Para traer gente primero hay que arreglar el barrio”. ¿Qué es el Zoco para Retamero? “Una perla en medio de un lodazal”. José Gil apunta otra metáfora: “Es un manjar decostruido en medio de un estercolero”. Se elija una definición u otra, lo cierto es que el panorama es desolador.
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