Frente al pórtico del monasterio de La Cartuja se producía este viernes una imagen especial, diferente. Porque todo, estos días, es aquí diferente. Y, a la vez, tenía algo, quizás, de otros tiempos. De cuando buena parte de la vida social giraba en torno a lo religioso. Una vivencia comunitaria, saludarse, verse, o más bien volverse a ver, en relación a la cosa espiritual.
Jerezanos que bromean con curas de su parroquia, o de otras parroquias, que coinciden a menudo, que juguetean con sus hijos. Esa sociedad de Jerez existe aunque se ha reducido con el paso de las décadas. Como han caído las vocaciones. Frente a las manos recortadas de las efigies de los cartujos en la portada, las piedras devastadas por los años, se sentaron las hermanas Oriah, Serafina y Fuensanta junto al obispo, José Rico Pavés, a dirigirse a esa parte de la sociedad jerezana (unas 200 personas) que quería decirles adiós.
Y así, rompían con la intimidad de la clausura. En este acto, una conferencia casi en la naturaleza, han ido contando emocionadas cómo es su vida y cuánto se dejan en la Cartuja. Han hablado del carisma, la razón de ser de las Hermanas de Belén. De cómo se acercan al mundo. Y cómo han visitado al mundo desde las paredes de sus pequeñas habitaciones donde pasan casi todas las horas del día. Cómo sí viven el mundo exterior, y cómo, explican, desde ahí, desde esas pequeñas "ermitas", como llaman a las habitaciones que desembocan en un pequeño huerto, han intercedido por el mundo exterior.
"No tenemos teles, móviles, radios... gracias a Dios", contaban las hermanas. Pero lo que han buscado en este trocito de Jerez, La Cartuja, ha sido eso, entender lo que les rodeas, lo que se vive, sin ser ajenas a las guerras y otras miserias.
Sobre estas paredes, contaba Fuensanta, han sentido caer la esperanza, la vocación. Cuando entregas tu vida a un bien tan superior, a veces, el miedo a perder la fe las atenazaba. ¿La clave? "La Cartuja es como una madre, es una frase que le oí a uno de los últimos cartujos, cuando se marcharon".
Las Hermanas de Belén han pasado 22 años junto a estas piedras. En una vida escondida, con dos liturgias diarias, "pidiendo perdón", ese perdón del mundo, con ritos diarios en la celda, canto, estudio, oración, descanso... 22 años contando cuántos frutales veían en los alrededores, "hasta 11 tipos diferentes", decía Oriah.
Y para quien no las conoce, ha podido sorprender algo que, oficialmente, no ha quedado grabado, sino solo para los presentes: las Hermanas de Belén ríen, con mucha frecuencia. No dejaban que cámaras grabaran vídeo, solo fotos, y no a todas. Han cantado, algo que tampoco se ha registrado por cámaras.
El obispo, como un periodista, en el turno de preguntas final, les lanzó la cuestión clave. "¿Qué consejo dan ante el problema que sufre la Iglesia de falta de vocaciones?". Esa misma pregunta que se hacen hasta los últimos papas. "No tengo ningún consejo", decía Fuensanta, la priora. Sí, quizás, recordar que "Dios sigue llamando, pero no se escucha igual que antes. Hay que acercarse a ellos para saber cómo escuchan".
Han sido apenas 22 años en la Diócesis y ahora, casi de sorpresa, según anunciaron meses atrás, se marchan. Lo hacen para reorganizarse internamente. "Nos vamos llorando". Desde este sábado, y hasta el 19 de marzo, día de San José, cuando se cumplirán exactamente los 22 años de la llegada, cuando se marche la última hermana de hábito blanco y toca azul.
"Jerez es un pueblo que ama a Dios", explicaban. Y no sabrían bien decir, subrayaban, por qué sentían que la ciudad les agradecía tanto. "Es al reves, hemos estado muy mimadas por este obispo y los anteriores".
Este sábado se celebra la misa que pone fin a una serie de actos y conferencias sobre las monjas. "Pero nos resistimos, no la llamamos 'misa de despedida", decía Ríco Pavés. "Porque esperamos que volváis, y será pronto".