Ocho años le llevó a Antonio Segura rehabilitar una ruinosa casa en la calle Juana de Dios Lacoste que ha convertido en su domicilio y su negocio.
Estaba cansado de trabajar para otros y además quería regresar al centro. El siglo XXI echaba a andar cuando Antonio Segura se fijaba en una ruinosa casa en el número 18 de la calle Juana de Dios Lacoste, justo al lado del hoy en desuso Cine Astoria. Era el lugar ideal para montar su lugar de residencia y un negocio familiar que, además, “no me agotara”. Ocho años de una profunda reforma daban paso a una coqueta casa de estilo andaluz, luminosa y llena de plantas. Un oasis en plena zona cero de intramuros.
La Taberna del Segura, un pequeño bar de comidas caseras, iba a ser en principio un hotel de ocho habitaciones. Antonio confirma que esa era su idea original, pero que se cayó en el momento en el que le exigían la instalación de un ascensor. “Suponía cambiar la estructura de la casa”. De la opción A se pasó a la B. “Desde luego, la idea del negocio siempre la tuve en mente, algo que permitiera ir pagando la casa”. Porque, como razona el propietario del establecimiento, “una rehabilitación así siempre se lleva más de lo que tienes, es un pozo sin fondo. Conforme le vas echando dinero le quieres echar más para dejarla más bonita”.
Al final, se hizo una obra de envergadura con un motivo fundamental por encima de todo: “la casa tenía que ser cómoda. Por eso en el centro las casas están como están, porque las rehabilitaciones son muy costosas”. Ahora, Segura admite que “los que ahora están comprando en el centro son todos extranjeros. Que alguien de aquí haya hecho una rehabilitación como esta se cuentan con los dedos de una mano: Fernando de la Cuadra, Manolo Flores y yo”.
“Cocina típica de Jerez y la provincia en un entorno clásico”. Así define Antonio Segura su negocio, en funcionamiento desde hace cuatro años. Ex administrativo en el Casino Bahía de Cádiz, exfuncionario y tras un paso de cinco años por un bar de la calle Pedro Alonso, tenía claro que ya en su madurez quería trabajar para vivir, y no al contrario y, además, sin que le mandara nadie. “Esto es un negocio familiar, no un bar al uso. Tenemos nuestra clientela hecha, pero esto no es la calle Larga. Por aquí pasa la gente que pasa… Si el barrio cogiera vida, pues mira, pero tampoco buscaba algo que me agotara. Esto da para ir tirando y para ir pagando, aunque algunos meses tengamos que ponerlo de nuestro bolsillo".
De la cocina se encarga Mari, su mujer, de la que destaca su pollo de campo y los guisos de venado y jabalí, aunque el que suscribe se queda con la carne con tomate y los flamenquines. “Aquí la cocina es como la de tu casa”, sentencia Antonio. Damos fe.