El Parque Natural de la Bahía es un éxito en sí mismo, un querer ser a pesar de todas las circunstancias, un proyecto al que le pusieron todas las trabas, una locura de los ecologistas, una rara avis frente a los demás parques naturales. De hecho, es el único en Andalucía creado por iniciativa ciudadana.
No existía ninguno así en España. “Los parques naturales son siempre en cabecera, son montañas que tienen pueblos alrededor pero en la Bahía de Cádiz estamos en la parte final de una cuenca y con grupos urbanos enormes”, explica Juan Clavero, de Ecologistas en Acción de El Puerto de Santa María que, con motivo de la efeméride, ha ofrecido una charla explicativa sobre el proceso de declaración del Parque Natural de 1985 que iniciaron tres asociaciones ecologistas de la época: Bahía de Cádiz -Guadalete de El Puerto, Araucaria de Cádiz y Ortiga de San Fernando.
No. En la Bahía de Cádiz no había pueblos o municipios pequeños. Al contrario, se trataba de delimitar, crear y concienciar a esas localidades -Cádiz, San Fernando, Chiclana, Puerto Real y El Puerto de Santa María- y a sus habitantes -más de 400.000- de que había un entorno que recuperar, restaurar y poner en valor, porque, aunque no hubiera montañas que ver, sí había un ecosistema que hace de este paraje un sitio único con un valor natural y etnográfico propio.

No fue fácil. La borrachera urbanística de los años 80 que siguió hasta la burbuja inmobiliaria de 2008 sólo contemplaba construir y donde fuera. La actividad salinera se había acabado y la idea era que si no servían para nada, pues a rellenar y hacer crecer las ciudades.
Es cierto que la salina es una construcción humana pero como aclaró Clavero, no tiene nada que ver lo que hicieron los fenicios y los romanos con el crecimiento desmesurado que en el siglo XVIII ocurrió a raíz del traslado de la Casa de la Contratación con las Américas de Sevilla a Cádiz. “Necesitaban mucha sal para mantener los alimentos”. De ahí la superexplotación y ya, a finales del siglo XX, el abandono. “Llegó a haber 150 salinas aproximadamente. Actualmente quedan cinco artesanales y tres industriales”.
¿Qué situación había entonces en la década de los 80? Pues “ante el abandono y el inmenso territorio que quedó, los ayuntamientos de los cinco municipios vieron que de ahí podían sacar el suelo que necesitaban para expandirse”. Como recuerda Clavero, hay además “una percepción muy negativa de estos espacios y se contemplan nuevos usos como residenciales, industriales, portuarios, agropecuarios y, sobre todo, vertederos”.
Así, se procedió a rellenar zonas de marismas para la instalación, por ejemplo, de la antigua General Motors o de los propios astilleros; en los años 70 se desecó el Río San Pedro para el uso agropecuario pero “jamás se cultivó nada”. También se contempló una actuación urgente para el Río San Pedro y El Puerto que dibujaba la construcción de viviendas para 70.000 habitantes, casi otro municipio.
Otros ayuntamientos como el de San Fernando, plantearon proyectos demenciales como hacer Bahía Sur en el Río Arillo. “Esa zona es una joya del Parque Natural y montamos una pelotera bastante gorda. Hasta hicimos una ocupación en el Ayuntamiento de San Fernando porque no podíamos permitirlo”. Consiguieron pararlo y terminó construyéndose en la marisma de Caño Herrera, “la opción menos mala de las que había”, reconoce Clavero.
Pero la situación seguía pintando a peor. La Bahía de Cádiz era tal cual un vertedero: ilegal y hasta legal. “En San Fernando, el Ayuntamiento compró la salina de La Leocadia, la desecó e instaló allí el vertedero oficial, o sea, los camiones del Ayuntamiento iban a verter allí.
Finalmente se pudo recuperar y ahora se ubica el Centro de Recepción de Visitantes”. También el caño Sancti Petri, en San Fernando, era el lugar donde se vertían las aguas residuales. “En San Fernando toda la mierda iba al Caño y por eso hicimos algunas rutas en barco por allí para que gente de la Administración viera que aquello era una alcantarilla y que había una peste que no se podían ni imaginar”, además de multitud de basuras en el caño de Gallineras.

Los Toruños era el vertedero de Valdelagrana, a lo que se sumaba que, al ser la Bahía una zona de tráfico portuario también hubo un vertido de fuel en la playa de Fuentebravía. Y el Guadalete, “era la principal cloaca de la provincia de Cádiz. En esta época no había ni una sola depuradora en la cuenca del Guadalete. Absolutamente todos los municipios y, sobre todo, Arcos, Jerez y El Puerto vertían al río. Y además, las azucareras, las almazaras y la alcoholera que teníamos aquí. En verano, aquello era imposible, era un olor pestilente”.
Frente a este desastre natural al que nadie ponía freno, activistas de las tres organizaciones ecologistas se pusieron manos a la obra. Consiguieron que la Junta construyera depuradoras porque “los ayuntamientos dijeron que no iban a poner ni una peseta, que eso era cosas de ricos y que había cosas mucho más importantes. Esa era la mentalidad”. Hicieron también una campaña muy fuerte para la recuperación del Río Guadalete, con una marcha en bicicleta, entre otras iniciativas y “conseguimos que se pusiera en marcha el primer plan de recuperación de un río en España”.
Así, “mientras otros inauguran carreteras, obras y otras infraestructuras, nosotros inauguramos el río Guadalete”, recuerda Clavero. “Cuando ya en el año 1996 teníamos los análisis del río con los niveles de oxígeno que permitían la vida de la fauna marina, organizamos una fiesta a la que acudieron hasta mil personas”.

Es cierto que en esos locos años 80, la Diputación sí hizo algo. Encargó a un catedrático de Sevilla un estudio sobre el futuro de la Bahía que abogaba por proteger todas las zonas urbanas y acabar con los rellenos e, incluso, fue firmado por los cinco ayuntamientos. “A nosotros nos sirvió de mucho porque era un estudio muy detallado de la Bahía de Cádiz y empezamos a conocer el valor de la zona”.
Así las cosas y ante este panorama, “en el año 1985 hicimos la propuesta de que había que hacer un Parque Natural, una cosa insólita porque muchos decían que qué tenía de natural esta zona”. Un año después, en el 86, se aprobó el Plan Especial de Protección del Medio Físico de la provincia de Cádiz, que “ya sí protegía diferentes territorios, pero no como espacios protegidos sino por la ley del suelo”.
En todo caso, “existía el Plan, estaba el catálogo hecho, se había publicado en el Boja y nos servía mucho para cuando había una obra, una licencia en contra del del Plan Especial, pues teníamos la posibilidad de recurrirlo e impedir que se hicieran actividades en contra del catálogo”.
Con la Ley de Costas de 1988, ya todo cambió. “Aquello fue importantísimo porque determinó que todas las marismas y salinas eran de dominio público marítimo terrestre y eso daba un poder enorme para la protección de estos espacios”. Había ahora que convencer a los alcaldes de los cinco municipios de la necesidad de crear el Parque Natural de la Bahía de Cádiz.
"En 1985 hicimos la propuesta de que había que hacer un Parque Natural; muchos decían que no tenía nada de natural"
“José Antonio Barroso (alcalde de Puerto Real) fue el primero, puesto que quería parar la zona de urgente actuación en el Río San Pedro”; en El Puerto, “el PSOE no se pronunciaba, ni sí, ni no”; en Cádiz, Carlos Díaz, “no puso pegas hasta el istmo que conecta con San Fernando porque en aquella época querían hacer lo que se conocía como el Cádiz III” y, en San Fernando, Antonio Moreno fue el que más objeciones puso desde el principio. A José de Mier, alcalde entonces de Chiclana, se lo llevaron a la Bretaña francesa donde conoció una asociación de salineros que habían recuperado la actividad y los pantalanes flotantes que “se trajo para Sancti Petri”.
En definitiva, “nosotros vimos que la figura del parque natural era más oportuna que la de parque nacional, más restrictiva, y permitía el uso y la actividad económica siempre y cuando no perjudicasen y deteriorasen los valores que tenía el parque”.
Todo esto fue acompañado de campañas, edición de folletos, de estudios de la avifauna paseos en barco para descubrir ese entorno natural tan desconocido para la población y salidas en prensa “siempre que nos dejaban, porque había directores de periódicos que no querían publicar nada de los ecologistas”.
Reuniones con alcaldes, con parlamentarios en Sevilla, con representantes de la Agencia de Medio Ambiente hasta que la propuesta es refrendada por el Parlamento de Andalucía y se declara Parque Natural en el año 1989 con dos parajes naturales -la isla del Trocadero y la isla de Sancti Petri- y con un diseño muy similar al que los ecologistas habían delimitado en 1985.

No obstante, las vicisitudes siguieron y “el problema vino porque era un parque natural en el papel. No había ninguna estructura. Estábamos en cinco municipios enormes con casi medio millón de habitantes, con un montón de actividades económicas, polígonos industriales, infraestructuras, autopistas y muchas otras previstas, como el Segundo Puente. Entonces, es cierto que, en los primeros años, no se hizo nada”.
El Parque, con una extensión de 10.522 hectáreas, se enfrenta hoy en día a muchos retos. La expansión y el crecimiento urbanístico sigue siendo uno de los peligros clave. La prueba es Chiclana donde la población alcanza ya casi los 90.000 habitantes y el mapa de construcciones sigue. Por eso, para Ecologistas en Acción, el objetivo es la ampliación del parque en 14 islas.
“La Bahía no puede tener los límites hasta donde llega la marea, porque resulta que donde llega, siguen existiendo zonas marítimas que siguen teniendo ecosistemas importantes. El fondo de la Bahía también hay que protegerlo y a todas especies que están fuera del parque”.
Saben que todo se gana batalla tras batalla y valoran la concienciación ciudadana que, después de mucho, se ha conseguido y cómo se ha mejorado ostensiblemente la Bahía de Cádiz en comparación con aquel vertedero común. De hecho, “hoy en día, el Parque de los Toruños es el equipamiento público más visitado en toda la Bahía de Cádiz, mucho más que la Catedral o el Museo de Cádiz”, pero, “a veces no nos damos cuenta cuánto de beneficioso es para la salud la cantidad de gente que pasea todos los días por Los Toruños, Cuántas medicinas se ahorra la Seguridad Social”.
No sólo se trata -insiste Clavero- del turismo ornitológico que genera sino de los beneficios que aporta el Parque al conjunto de la población. “Nosotros seguiremos insistiendo en la divulgación de los valores del Parque Natural. Quizás cuando la gente vea una imagen como la de la Isla Mínima, se convenza de que hay proteger este espacio único”.