Un hombre hace que una aguja ‘baile’. Con su mano, realiza el mismo movimiento con rapidez mientras cierra la pleita. En una enorme mesa de madera se extiende la próxima cortina de esparto que colgará en el restaurante El Cuartel del Mar, en La Barrosa. Antonio López Rodríguez es el artífice de un trabajo 100% artesano que muy pocos tienen la habilidad de desempeñar. Natural de Chiclana, este espartero de 61 años fabrica obras de arte hechas con fibra. Lo hace con la compañía de Espartero, un burro creado con el mismo material que da la bienvenida a todo el que atraviesa su curioso taller.
Antonio mantiene vivo un legado apenas visible en la provincia de Cádiz. Cerca de La Barrosa continúa con un oficio que vio por primera vez en casa de su abuelo. “Era arriero, en aquella época se cargaba la uva con las bestias y él mismo preparaba los serones, los capachos y las espuertas. Todo eso era de esparto. Había que ser autosuficiente. Entonces, todas las casas aprendían a fabricarse sus aperos al completo”, explica el chiclanero sin soltar la aguja.
A su mente le vienen recuerdos de aquel tiempo en el que miraba con atención las labores de su abuelo. Con 10 años ya sintió curiosidad por esa fabricación manual a la que hoy se dedica. A Antonio no le faltan anécdotas de aquella casa que recrea a la perfección. “Allí estaba el cuarto de baño, el excusado, como decía mi abuela, y por al lado de la cocina pasaba el ganado y el esparto se ponía en el suelo para no romper las lozas”, comenta.

Cuando creció, empezó a aprender con otros profesionales hasta que empezó a hacer encargos. "Fabricaba mis cosas, me hacía mis persianas y algunos amigachos me pedían cosas", dice concentrado. La espartería era esa afición con la que disfrutaba por las tardes. Por entonces, su sustento económico procedía del sector de la construcción. Trabajaba en una obra como carpintero encofrador. "Yo lo que hacía era clavar puntillas, pero siempre conservé mi tallercito en la cochera", comenta.
Le encantaba crear figuras y objetos con este material que siempre le ha acompañado. Sin embargo, llegó un momento en que compaginarlo, todo le resultó complicado. De la obra iba al taller y viceversa. “Eso ya no era vida”, dice. Cuando llegó la crisis de la construcción, en 2005, decidió dedicarse de pleno al esparto. “Ya mis manos no tienen huellas de clavar puntillas”, dice enseñándolas.
Primero probó con una tienda física en Chiclana. Pero optó por cerrarla y quedarse solo con este taller desde donde demuestra ser un apasionado de lo que hace. No hay nada más que verle trabajar para captar el amor que Antonio siente hacia el esparto. “Me quedo bien. No soy yo mejor que nadie, ni nada. Me quedo bien cuando lo hago”, dice mientras continúa mostrando su mundo.
El chiclanero obtiene la materia prima del Valle del Genal, en la provincia de Málaga. Él mismo se desplaza hasta esta zona cada cierto tiempo para tener pleitas suficientes. “El esparto de aquí no vale, es muy fino. Tiene que ser del Mediterráneo siempre, desde el Valle del Genal hasta Almería, Jaén y Barcelona”, comenta Antonio, que añade que las últimas lluvias han dañado muchos cultivos de gramíneas, de donde procede el esparto.
Antonio sigue con la aguja en una mano y la otra en la pleita. Las yemas de sus dedos reconocen este material que lleva acariciando más de 20 años. Áspero y resistente, en más de una ocasión le ha dejado marcas. “Me lo clavo a diario”, ríe el chiclanero, que, con desparpajo, cuenta otra de sus vivencias.
Se acuerda de una anciana, Isabel, que un día le vio cómo tenía las manos y le dio un consejo. "Tengo un esparto demasiado bravío, con las puntas arriba, y me tiene acribillado", le dijo él. "Lávate las manos con agua oxigenada, te va a salir la puya, pero te va a quitar el dolor", le contestó ella.

“Y tenía razón”, dice el espartero, que interrumpe su faena para adentrarse en las profundidades del taller. A su alrededor hay cactus, alfombras, espejos o lámparas. Artículos de decoración que vende in situ pero, sobre todo, por internet.
El impulso de las redes sociales
“Normalmente, yo me río mucho, pero si no es por las redes sociales, esto aquí no marcharía”, reconoce mientras saca un trípode. Desde hace unos cinco años, el chiclanero lo utiliza para grabar vídeos de su día a día. Luego, sin florituras, lo sube a Instagram y TikTok. “Lo hago de forma muy natural. Yo lo pongo ahí a funcionar y ni miro”, dice este artesano que ya acumula más de 16.000 seguidores en total.
Su simpatía y su maestría con el esparto engancha tanto que el 90% de sus pedidos vienen de las redes sociales. El resto salen del taller, repleto de objetos. “Aquí hay para distraerse”, dice dando una vuelta.

Pero la estrella del lugar, la que realmente mantiene el negocio en pie, es la cortina. Antonio muestra el mecanismo de una de ellas mientras revela que acaba de empezar la temporada alta de este artículo que en invierno no se vende. “Sirven para climatizar el espacio. Si hay levante o te da el sol en la cara, esto es ideal y te ambienta horrores”, dice el chiclanero, que también explica que funcionan como un ambientador.
Antonio deja los rollos preparados antes de empezar la jornada y se busca sus mañas para poder atender varios pedidos al mismo tiempo. "Así, en vez de hacer una cortina en el día, hago cuatro", expresa.
En Chiclana, son muchos los restaurantes y hoteles que adornan su interior con las cortinas de este artesano, como la Venta López. Además, cuelgan en chiringuitos de playa y en casas particulares. Asegura que sus cortinas llegan a toda España e incluso traspasa fronteras. Recientemente, ha terminado un pedido para un apartamento turístico en Portugal. "También hago colaboraciones, mandé unas para Estados Unidos para la marca Lois", dice. Desde su taller, pone en valor el esparto, lo da a conocer a través de internet y lucha para "que esto no se pierda".