Dunas, mar al fondo y sol. En mitad de un paisaje de postal, una pava real gluglutea mientras varias gallinas corretean. La costa de Chiclana, más concretamente el Novo Sancti Petri, no solo alberga hoteles de lujo y días de playa. Esconde La huerta del Novo, un aula de la naturaleza donde, un martes de agosto, los monitores Soraya Alba y Pedro Basallote recogen maíz con un séquito de pequeños que se lo están pasando en grande. Carla, Álvaro Miguel o Pablo introducen las mazorcas en un recipiente.
“Tiramos hacia abajo y la retorcemos”, explica Pedro, de Vejer, profesor de biología, bajo la atenta mirada de los niños. Entre ellos, hay ingleses a los que el monitor le habla en su idioma. “Aquí vienen alemanes, chinos, franceses, chiclaneros, de todo”, dice Inmaculada Gómez Barcelona, gaditana de 56 años.
Esta maestra de infantil que lleva toda la vida veraneando y viviendo en Chiclana está al frente de un proyecto que nació hace 18 años. En 2005 el Ayuntamiento sacó la concesión administrativa de estas instalaciones, que, por entonces, estaban “en bruto” y ella se presentó para gestionar este espacio al que le ha ido dando vida desde cero. Aunque era su primer trabajo fuera de las aulas, Inmaculada siempre ha estado en contacto con la naturaleza y se lanzó con ilusión a sacar adelante esta iniciativa.
“Siempre me han gustado mucho los animales, desde pequeña”, dice mientras el grupo de niños y niñas sigue recogiendo las mazorcas del huerto. Después de tantos años entre cochinos y pollos, está convencida de que “es mucho mejor enseñar aquí que en una clase. Los niños aprenden, sin darse cuenta, cosas que no se les olvidan como que una cabra se ponga de parto”.
La huerta del Novo cuenta con huerto ecológico y funciona como granja escuela. Durante todo el año ofrece un amplio programa de actividades que suelen disfrutar los hijos de familias que van de vacaciones a Chiclana o cuyos padres trabajan en los hoteles de la zona. Una mezcla intercultural enriquecedora en plena costa. Durante los meses de julio y agosto se desarrolla el campamento de verano y, por las noches, hay cenas con animación en el restaurante de la huerta.
“Cada día tenemos una actividad diferente. Hay olimpiadas, búsqueda del tesoro, juegos musicales, gymkanas”, explica Inmaculada, que también menciona talleres de reciclaje en los que los niños y niñas pintan telas o convierten tubos de papel higiénico en ranas. Max recoge tomates ya maduros mientras una familia se divierte fotografiando a los cerdos.
“Todas las actividades están basadas en el respeto al medio ambiente, es muy importante educar desde pequeños y, hoy en día, mucho más. Nos lo estamos cargando”, expresa la gaditana, que sigue esta filosofía en las jornadas.
Cuando acaba el verano, esta aula de la naturaleza sigue funcionando todo el año. A partir de septiembre recibe visitas de colegios, de entidades o de asociaciones sociales que van de excursión a realizar talleres y a conocer a los inquilinos del lugar.
Inmaculada cuida de los animales de granja que conviven en el terreno y con los que los pequeños interactúan con gusto. Cerdos, cobayas, pollos, cabras. Pero la reina del lugar es la vaca Lola, audaz y divertida. “Está con nosotros desde el principio, la hemos criado desde pequeñita”, dice. A su lado está la cabra Nicolás, que se acerca a las familias que han ido a verles. Las visitas son gratuitas.
Daniel, chiclanero de 10 años, le da un espagueti a Nicolás mientras su abuela, Ana, sujeta el paquete de pasta. “Ya hemos venido un par de veces. Mis nietos me piden que vengamos a verlos, les traemos pan a los patos y a las gallinas y ellos se lo pasan genial”, comenta la chiclanera que disfruta viendo a su nieto.
Junto a un árbol cargado de deseos, que se ilumina con luces solares, el huerto está lleno de hortalizas de temporada. Calabacines, pimientos, tomates, cebollas que darán paso a las verduras de otoño como las acelgas, las coliflores o la lombarda. Según cuenta Inmaculada, “vamos rotando para que vaya descansando la tierra”. El trigo y la cebada que siembran, es la comida de los animales.
Todo lo que producen, o acaba en el restaurante, o se regala a los pequeños. Todo se aprovecha para que la huerta siga adelante de forma sostenible. “Esto es la economía de subsistencia que existía antes en Chiclana. Antiguamente, todo el mundo tenía su trocito de huerto y sus animales. Y este espacio lo recrea”, sostiene.
Este proyecto lleva doce años obteniendo la Bandera azul por su oferta y, este año, ha recibido un nuevo reconocimiento del Ayuntamiento, el Premio de Excelencia Turística y la escultura Destino Chiclana.
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