El barro acumulado de las últimas lluvias da la bienvenida a esta visita a tres negocios familiares donde la tradición, el esfuerzo y la dedicación explican por qué Juana Irene, Fidel y Virginia siguen al frente de lo que un día sus abuelos y abuelas levantaron en Conil. Ellos son los productores de esa materia prima que hacen que el municipio conileño sea muy apreciado, no sólo por sus playas y el encanto de sus calles, sino por su materia prima y quienes la trabajan.
Ellos han tomado el testigo de sus ancestros y Leches CRA sigue produciendo leche más de 40 años después; Apícola Patiño continúa vendiendo miel, jalea real y polen como hace 60 años o la huerta de Juana Irene, perteneciente a la Cooperativa de Las Virtudes, sigue produciendo berenjenas, pimientos, coliflores, fresones y tomates de Conil tan demandados en los mejores restaurantes.

Fidel Romero, ingeniero técnico agrícola, es la tercera generación que continúa con la ganadería SAT La Zorrera que un día puso en marcha su abuelo, Carlos Romero Abreu, y que, con sus iniciales dio nombre, a la leche CRA, que se vende hoy en municipios de la provincia como Conil, Vejer, Chiclana, San Fernando, Puerto Real, Cádiz, El Puerto de Santa María, Jerez, Rota o Chipiona. Una leche que, desde la ganadería, se transforma siguiendo un proceso de pasteurización para que sea apta para el consumo humano y que, como hace 40 años, es una leche fresca, natural, sin aditivos y con una fecha de consumo de una semana.
Y, por supuesto, conservando el embalaje en bolsa tan característico y tan peculiar hoy en día. “Somos muy cómodos y nos hemos acostumbrado al tetra brick, cosa que en otros países de Europa no pasa. En Europa quieren la leche fresca”, lamenta Fidel. Su principal cliente es la hostelería, pero también venden para el comercio local. La otra parte de la producción está destinada a la industria, en concreto, a Covap, el gigante andaluz que, a tenor de sus palabras, paga un precio justo a las pequeñas ganaderías, agrupadas a su vez en la cooperativa Alba Ganaderos.

La suya tiene 300 cabezas de ganado de raza frisona y la reposición de los animales la hacen desde la granja, es decir, “compramos animales hace 40 años y hacemos la recría nosotros mismos. Aquí no entra un animal de fuera, por lo que no vienen enfermedades. De hecho, somos una explotación oficialmente indemne de IBR (rinotraqueítis infecciosa bovina) sin vacunación o, como se conoce, IBR 4. Hacemos inseminación artificial y el becerro que nace macho, sale de la granja”. Ahora mismo hay ocho personas trabajando en el negocio y de un coche de reparto, han pasado a tres. “Yo cogí esto -la empresa- justo una semana antes de que empezara la pandemia porque mi tío se jubilaba y la iba a cerrar, pero cómo íbamos a perder esto”.
Y se nota que le gusta, que le apasiona y entonces Fidel explica con detalle cómo es un día en la granja que comienza a las cinco de la mañana ordeñando a las vacas. A la entrada de la explotación, está el corral de las vacas secas que son a las que les falta un par de meses para parir y les ponen un tratamiento para que dejen de producir leche, se recuperen y cojan fuerzas para el siguiente parto. Allí también están las novillas, que son inseminadas y pasan su proceso hasta que puedan parir a los dos años.

Paloma es una de las trabajadoras que cada día conduce el tractor para dejar el alimento a las bovinas nada más ser ordeñadas y que, cuando vuelvan al corral, coman y descansen. La alimentación de las vacas secas y de las productoras es diferente. Estas últimas necesitan de más nutrientes, hasta 15, y que tengan un aporte de energía y proteínas para producir litros de leche. “Hay vacas que dan 50 o 60 litros al día. En total, estamos produciendo 4.500 litros diarios, 1,5 millones al año”.

Esa primera leche de la mañana, ya se almacena en un tanque frío a unos 3 o 4 grados y cada dos días, viene la industria a llevársela. La que sí se queda y se transforma allí, pasa de ese tanque frío a una caldera donde le suben la temperatura hasta los 80 grados y después la bajan a 4 grados en 20 segundos. “Es el antiguo hervío que se hacía en las casas”, recuerda Fidel para explicar este pasteurizado que termina en un homogeneizador y de ahí, a la máquina del envasado de la que se encarga Juan Antonio. “Cuando tú vas al supermercado ves leche con calcio, leche con omega 3, leche con… Todo eso lo has añadido. La leche mía, lo lleva todo”.
Fidel quiere ampliar la producción y pasar de 135 vacas de producción a 170 pero vienen las dificultades y ese desencuentro latente con Bruselas y las directivas de la Unión Europea. “No hay ningún ganadero que no quiera un bienestar para sus animales. Si tú les proporcionas bienestar, las vacas están produciendo al máximo. Si tú las alimentas bien y las cuidas, ellas te lo agradecen dándote leche”. Cuenta que, otra de las tareas que tiene que hacer uno de los vaqueros es “cambiarles la cama” a las vacas, es decir, “tenemos camas frías, camas calientes, dependiendo de la situación de la vaca. El vaquero remueve los 10 centímetros de la cama -paja, compost, estiércol reciclado- para que se oxigene y no haya bacterias. Todo eso es cuidar el bienestar animal”, insiste.

La finca, de 53 hectáreas, tiene tierras de sembrado para el ganado. "Somos la única ganadería que tenemos agricultura, producción y transformación", pero eso sí, el relevo generacional es difícil de conseguir. "Esto es muy sacrificado y tenemos que aguantar que muchas veces nos han querido pagar por debajo de los costes de producción, como nos pasó con Puleva que, en mayo de 2023, nos puso unos precios encima de la mesa insostenibles y nos pusimos a tirar leche. 4.500 litros de leche diarios producidos por amor al arte, mi trabajo tirado a la alcantarilla". A pesar de los obstáculos, Fidel no pierde el brío al imaginar la ampliación de su ganadería y las mejoras de las infraestructuras que tiene en su cabeza. Sí reflexiona en voz alta y aprovecha para mandar un mensaje: “Si la gente supiera lo que cuesta producir un litro de leche se lo pensaría. Si este trabajo no lo quiere hacer nadie, perderemos nuestra soberanía alimentaria y ya vimos en la pandemia quién estuvo ahí”.

Desde 1960 son productores y tienen colmenas repartidas por toda la provincia de Cádiz
En Apícola Patiño no quieren ampliar el negocio. "No tenemos necesidad de expandirnos porque ya sería más producción, tendríamos que tener más estocaje y ya se complica la cosa. Preferimos tener lo que tenemos, servir al cliente que tenemos y que no nos falte nuestra miel”, explica Virginia. Ella, junto con sus hermanos, Javier y José María Marín son la tercera generación de esta empresa familiar que empezó el abuelo, levantaron a pulso, sus padres José y María del Carmen y que lleva como apellido el mote por el que se conocía al bisabuelo y a toda la familia, allí en el Colorado: los Patiño.
Desde 1960 son productores y tienen colmenas repartidas por toda la provincia de Cádiz, como en la Breña, en Medina, en el Parque Natural de los Alcornocales o en el propio Roche donde un camino, angosto otra vez por el barro, conduce a las colmenas de Patiño resguardadas por la propia naturaleza y un vallado natural que mantiene a las abejas aisladas de propios y extraños. Producen todo tipo de mieles: azahar, encina, lavanda, castaño, de flores, eucalipto. También jalea real y propóleo, medicina natural muy apreciada en la actualidad. En su tienda de la carretera de Barrio Nuevo, perteneciente a Conil, además de todo tipo de mieles, se pueden encontrar productos como cosmética o chucherías para los más pequeños. Al fondo, la zona de envasado, donde Susana recoge en coquetos tarros la miel que sale de los contenedores, cada una de un color, sabor y textura.

También venden a comercios locales de la zona que apuestan por un producto de calidad. "Nuestra miel es 100% natural, nosotros no la manipulamos, entonces la persona que sabe comer bien y le gusta, no tiene dudas, porque sabe que está comiendo miel natural. Nosotros llevamos 60 años en el mismo sitio y la gente nos conoce y aprecia nuestro producto”. Y es que, para Virginia, todo lo que rodea a la apicultura es positivo.
"Es todo tan complejo y tan bonito, el mantenimiento de las colmenas, castrar, sacar la miel… mi padre era un enamorado y nosotros hemos seguido el negocio". La continuidad es difícil de asegurar porque, en su caso, sus hijos están estudiando.
Una agricultora de Conil
La que, a pesar de su juventud, no ha tenido dudas en seguir en el campo ha sido Juana Irene Ramírez, una de las agricultoras de Conil perteneciente a la Cooperativa de Las Virtudes y vocal en su consejo rector. Tiene 30 años, un bebé de seis meses y pasión por su trabajo. “El campo te tiene que gustar, si no, esto es muy duro".
En su pequeña explotación de aproximadamente, una hectárea, Juana tiene plantados tomates, pimientos, berenjenas, coliflores, repollos, todo tipo de hortalizas y fresones. Si mira hacia atrás para pensar desde cuándo se dedican a la agricultura, no acaba. “Mi familia es agricultora, mis abuelos, mis padres, mis tíos, mi hermana”. El hecho de que sea mujer ni le ha impedido seguir con la tradición ni tampoco ha sentido discriminación a la hora de trabajar o a la hora de estar en la lonja y vender sus productos.


Prácticamente acaba de ser mamá y, por eso, ahora va un poco un menos, pero aquí “trabajamos de lunes a lunes y cuando manda el sol”, es decir, “comenzamos en los tajos a las 6.30 horas y paras a comer y vuelves a trabajar por la tarde”. Advierte que los veranos son muy duros, “las temperaturas dentro del invernadero son tremendas” y que además hay que coger mucho peso. “Las fresas van en cajas pequeñas de unos dos kilos, pero los tomates se cogen en cajas grandes de, al menos, 18 kilos”. Señala la amplitud del invernadero para explicar que entra un tractor y hace los lomos (donde se siembra), pero “si es más pequeño, tú tienes que hacerlos a mano y poner los plásticos y es muy duro”.
Por eso, “te tiene que gustar porque si no, esto no es rentable”. Sí para vivir, aclara, pero vivir pensado en el campo, pendiente del tiempo y adaptándote a horarios que nada tienen que ver con la mayoría de las profesiones. “A mí me renta porque trabajo en mi casa, en algo que era de mi padre, de mis abuelos, entonces, sí le veo rentabilidad, sobre todo, emocional”. Desde que comenzó con poco más de 22 años, disfruta de su trabajo. “Yo trabajaba en un semillero y ya me vine para acá. A mí me gusta todo, sembrar, recoger, ir a la lonja. Lo que más me gusta trabajar es la fresa, aunque es de lo más sacrificado porque es siempre sobre el suelo, tienes que estar agachada todo el tiempo”.

Agradece la lluvia porque “lo hemos pasado mal con la sequía” pero “ahora la lluvia nos impide trabajar al aire libre porque todo esto es barro”, señala la tierra donde tiene plantadas sus coliflores. Un mal menor después de años mirando al cielo.
Precisamente, la huerta de Conil es la protagonista de la XIV Muestra Gastronómica Ruta de la Huerta que da comienzo este mes y que es una oportunidad única de reconectar con sabores de siempre y que siguen produciéndose gracias a las manos de conileños y conileñas que continúan la tradición familiar con una mirada al futuro.