La picaresca caracteriza un romance de Arcos de la Frontera que lleva siglos empapando al imaginario colectivo de este pueblo de la sierra gaditana. El corregidor y la Molinera son personajes literarios que incluso fueron a Fitur hace un año y se cuelan en los rincones de la localidad, como en el Palacio del Mayorazgo. A esta figura femenina también se le rinde homenaje desde la urbanización El Santiscal, un complejo turístico histórico, con más de medio siglo, resiste a orillas del lago.
En el Hotel Mesón de La Molinera una familia almuerza con vistas al municipio y al embalse. Una estampa que Estefan y Daniel Verhoeven, de 40 y 50 años, llevan disfrutando toda su vida. Estos hermanos –el menor como jefe de recepción y el mayor como gerente– llevan 12 años al frente de este alojamiento que se construyó a finales de los años 60 en la parcela donde antaño se ubicaba un antiguo molino.
Por entonces, Eduardo León de Manjón, conde de Lebrija, dueño de las parcelas de la zona, comenzó a desarrollar esta urbanización de lujo. “Él hizo el plano, era un hombre con cabeza, las calles son anchas, sabía lo que hacía”, comenta Estefan, remontándose a los orígenes del lugar donde ha crecido.
Junto a las viviendas, mandó construir este complejo para el turismo en una época en la que tan solo existía el Parador de Arcos, en el casco histórico del pueblo. En los terrenos se distinguían varios bungalows, con habitación, baño y porche, que siguen en activo recibiendo a visitantes. Pronto, construyó una gran piscina que cada verano se llenaba de familias.
Con el tiempo, el complejo formado por bungalows, restaurante y piscina fue pasando por las manos de distintas personas hasta que en 1984 tomaron las riendas Ana María Fernández, asturiana, y Rudy Verhoeven, alemán, los padres de Estefan y Daniel.
“Ellos solían venir aquí a pasar algunos veranos y decidieron venirse de Alemania a Arcos porque les gustaba mucho la zona. Tenían claro que querían estar en el sur y empezaron a trabajar en algún que otro negocio hasta que tuvieron la oportunidad de entrar aquí”, explica Estefan a lavozdelsur.es mientras se adentra en las instalaciones.
Tras dejar la recepción, pisa la hierba de la zona, atraviesa la piscina, en mantenimiento por temporada baja, y pasea junto a los históricos bungalows con vistas al lago. El sol acaricia las dos piedras del molino originarias que el recinto conserva a la entrada, como huella de su pasado. “Aquí se han hecho películas, la verdad es que es un marco incomparable”, dice admirando el entorno que le rodea y en el que ha jugado numerosas veces.
Sus padres siguieron dándole vida al complejo y, en 1992, decidieron construir el hotel de tres estrellas con las habitaciones, en una zona donde había cuadras. A partir de entonces, a los bungalows, la piscina y el restaurante se incorporó un servicio más que mantiene su estilo clásico.
“Buscamos ser un hotel familiar y que a partir de la temporada de mayo hasta noviembre vengan familias con niños, las habitaciones están reformadas, pero siempre intentamos mantener el ambiente tradicional”, comenta Estefan.
A su espalda se encuentra el restaurante de La Molinera, mesón de comida tradicional andaluza donde una pareja de alemanes repone fuerzas frente al lago. No corre viento, el agua no se inmuta y los comensales degustan un medallón de solomillo al queso gouda y una ensaladilla de pulpo. Este rincón serrano tiene su encanto y muchos vecinos y visitantes eligen este lugar para la celebración de sus bodas, comuniones o bautizos.
En verano, en el lago se practican deportes náuticos como hidropedales o kayak. Allí hace más de 20 años se podía disfrutar de un paseo en el Mississippi de Arcos, un icono turístico al que llamaban el Vaporcito de la Sierra que surcó el embalse entre los años 60 y los 90 del siglo XX.
Actualmente, se encuentra varado en la orilla del hotel, donde ha permanecido más de dos décadas deteriorado y oxidado. Estefan observa el barco por el que muchos huéspedes preguntan. Pronto, si todo sale bien, se transformará en un restaurante.
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