La Bahía baña un rincón con encanto que derrocha autenticidad y cautiva a todo el que se detiene en él. La seña de identidad de la Casería de Ossio es su playa, aquel recoveco isleño donde los atardeceres tienen magia y se respira un ambiente marinero muy peculiar. En este sitio admirado por poetas, escritores y artistas se crea una atmósfera única, pero más allá del turismo atraído por su esencia, en este lugar confluyen la pesca tradicional con la hostelería, de la que viven unas ochenta personas.
La Casería es un escenario donde se realizan videoclips y películas, los niños se hacen sus reportajes de primera comunión y las parejas posan para el recuerdo de su boda. Dicen por ahí que es el paraíso. Ahora está en peligro.
La Demarcación de Costas en Andalucía - Atlántico dependiente del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico ha incoado un total de 59 expedientes de desalojo que afecta a a las 61 casetas hechas de latón y pintadas de colores, y a los dos bares, La Corchuela y la Cantina El Titi-Bartolo. Quiere recuperar los terrenos que antiguamente eran de dominio público y para ello recurre al derribo.
“Me parece una locura porque esto es un sitio único en Andalucía y que lo quieran destruir es una barbaridad, esto es lo mejor que hay en San Fernando”, se queja uno de los vecinos que aprovecha de las vistas “por si acaso”.
En los estrechos pasillos que separan las casetas, los carteles manifiestan que “la Casería no se toca”. Se respira temor, miedo porque desaparezca todo. José Luis lleva “unos pocos de años” dedicándose a la pesca artesanal, “la que no daña al medio ambiente ni estropea los fondos”. A sus 53 años posee dos casetas que pasan de generación en generación en las que guarda los aperos de pesca, su único sustento. “Han venido de la noche a la mañana diciendo que nos van a tirar esto, nos dan ocho días para alegar, y si no, a los diez días ejecutan”, explica el autónomo isleño con preocupación.
“Si nos quitan este trabajo yo no sé dónde vamos a ir, los barcos que hay aquí no pueden pescar en otra zona de la bahía porque son chicos y no admiten la mar”, comenta el que deposita sus esperanzas en el Ayuntamiento. “Yo espero que a la alcaldesa le dé lastima de nosotros y pare esto, lo que más interesa es que ponga sus manos para pararlo”, dice desde la puerta de una de sus casetas, donde habitualmente cose las redes para “quitarle los boquetes”.
Al mismo tiempo que José Luis muestra sus utensilios, Francisco, un antiguo pescador lamenta que “el dinero lo mueve todo” y lo tienen claro, “aquí lo que van a hacer es dejar llano y edificarlo”. El hombre recuerda que la agrupación de pescadores también “da de comer a otras familias, el que compra el pescado, el que lo vende, es una cadena”.
Después de dar su apoyo a José Luis se despide. Los ojos de su compañero reflejan la tristeza que siente. “Llevo ya dos semanas sin poder dormir nada más que pensando a ver dónde meto yo todo esto y que hago con la empresa”, expresa el pescador que muy a su pesar, percibe que “esto va muy firme, es una lástima”.
El proyecto de regeneración de la playa de la Casería contempla construir un paseo marítimo dejando, además de al gremio de los pescadores, a unos 50 hosteleros con las manos vacías, cerca de 20 de Casa Muriel y 18 de La Cantina del Titi. “¿Un paseo marítimo? Yo no lo veo la verdad”, expresa Reinaldo Muñoz, que junto a su hermana Macarena, regenta El Bartolo. A este bar familiar que lleva ofreciendo pescado fresco desde 1934 le ha tocado luchar contra las adversidades.
Al igual que a La Corchuela, con más de 70 años, al cargo de Miguel Muriel que “desde chico” entró en este negocio familiar característico del lugar. “Esa regeneración no vale para nada, aquí no se puede echar arena, todo lo que hay es fango, esto es una marisma, no es playa, aquí lo que se crían son almejas y coquinas”, explica el dueño que asegura que su padre montó el chiringuito con sus permisos de marina.
El negocio de Reinaldo Muñoz también tiene todo en regla. “Tenemos la concesión administrativa renovada, siempre ha habido especulaciones, pero estamos tranquilos porque estamos pagando”, comenta. Sin embargo, según Costas, son ocupaciones ilegales en zonas de dominio público. “No se lo que ha pasado de repente”, dice el isleño.
Pero Miguel lo tiene claro, “lo que pasa es que dicen que estamos aquí ilegales, ilegales no es, tenemos el permiso de Costas, pero antiguamente no eran Costas, era marina”. Al dueño de La Corchuela le llegó la primera carta de derribo en enero con un plazo de 10 días, después vino la pandemia y la acción se paralizó. Pero para él no es nada nuevo, “llevamos arrastrando la amenaza del derribo desde hace ya casi veinte años”.
Ambos hosteleros muestran su indignación. “Nos sentimos impotentes porque esto no tiene explicación ninguna, de buenas a primeras el querer tirarlo todo, hay que dialogar, hay que llegar a un acuerdo, hay que hacer algo para que no salga tanta gente perjudicada”, sostiene Muriel, que no entiende que “esta gente se preocupe ahora de los derribos” en lugar de “la pandemia, que lo tenemos bien complicado”.
Con el fin de compatibilizar la protección medioambiental y el cumplimiento de la Ley de Costas, el subdelegado del Gobierno, José Pacheco, y el jefe de la Demarcación de Costas en Andalucía-Atlántico, Patricio Poullet, plantean alternativas. Entre ellas, el retranqueo de los locales 58 metros. “Claro, esto no es coger una grúa y mandar esto para allá, esto habría que derribarlo y hacer otro nuevo, es muy complicado”, señala Muriel.
La noticia de los derribos ha caído como un jarro de agua fría no solo a los que sobreviven en este rincón sino también a los vecinos, visitantes y amantes de su singularidad. Por ello, las movilizaciones no han cesado desde entonces. Ya son más de 37.000 las personas que han firmado su rechazo a la destrucción en la plataforma Change. Los cañaíllas se niegan a renunciar al entorno y se han volcado con la causa. “A ver si entre todos hacemos fuerza”, comenta Jose Luis mientras cierra la puerta de su caseta con llave.
En cambio, el proyecto también ha suscitado otras reacciones. Ecologistas en Acción propone una reestructuración integral del espacio litoral con el desplazamiento de las casetas “que deben ser de nueva construcción con materiales más nobles”, y la legalización de los establecimientos de hostelería. “Es una realidad que las construcciones existentes en el frente litoral de San Fernando en el saco de la Bahía están en DPMT, y son ilegales. En nada ayuda, y es una clara irresponsabilidad, los llamamientos de entidades ciudadanas, y más aún de partidos políticos y responsables municipales, a que no se actúe”, dicen quienes lo califican de un sitio “desordenado”.
Más allá de las tramas burocráticas, la Casería quiere quedarse y despertar de esta pesadilla. “Yo no le veo sentido a esto, una cosa que es antigua y tirar esto no se para qué”, manifiesta Mari, la que lleva las riendas de la cocina de La Corchuela. En su cabeza no se puede imaginar la desaparición del sitio donde se ha criado. Un sentimiento compartido por muchos de los que aguardan las indicaciones de los abogados. “Esperemos” que la imagen del paisaje no se convierta en un mero recuerdo.