La Semana Santa genera en Sevillamillones de historias. Fe, pasión. Y, también, formas de entender la vida diferentes. En el taller de Alfonso Aguilar, dentro del magnífico espacio del arte que es el rincón de la calle Goles de Sevilla donde tantos artesanos tienen su casa, su medio de trabajo, se respira otro modo de hacer las cosas.
El encaje de bolillos es una técnica que llegó a España en tiempos de Carlos V. Desde entonces, desde aquel siglo XVI, ha cambiado todo. Vaivenes. Porque la vida da vueltas como lo da el mundillo, una herramienta fundamental para realizar los encajes.
Ahora, Alfonso Aguilar ha recibido el Premio Demófilo 2024 por su trabajo en la toca del sobremanto de los volantes de la Esperanza de Triana. Un premio que confirma una trayectoria. "Cuando estoy en casa, descansando, sigo", explica sobre su trabajo. Un trabajo mecánico de tener en la mente decenas de hilos para buscar el encaje, el de encontrar en una mirada el que corresponde.

Pero Alfonso no tenía en casa esta vocación, sino que surgió con los años, ya bastante adulto, después de tanto cotizar como informático, vendiendo los primeros ordenadores que se popularizaban en los años 90. "Empecé con mi exmujer", señala. Con ella, fue aprendiendo aquello del encaje, y un amor por la Semana Santa y el arte le acabó llevando a este cambio radical en su vida.
Pasó del algodón al oro porque un artesano sevillano le hizo un encargo. No había, ni hay, tanta cantidad de artesanos en esta especialidad. "Empecé a probar".
Trabaja sobre plantillas de puntos sobre este 'mundillo', porque "da vueltas como el mundo. Habla mientras sigue sonando el bolillo, el palito que ha enganchado previamente al hilo.
Un mapa de alfileres de colores cruza, pincha, levanta la chincheta. Horas y horas sentado en una silla no muy diferente a la de una oficina.
La artesanía es un trabajo tranquilo y continuado. Y deja una música alrededor, la de las maderitas, los bolillos, golpeándose mutuamente. Como una marcha, porque esta es música también de la otra Semana Santa, relajante como una terapia de ASMR.

Mientras trabaja, atiende a lavozdelsur.es y explica que está realizando el manto de salida de la Virgen del Rosario de la Macarena, mientras que un empleado, filólogo que también ha cambiado de tercio, realiza una malla para un manto de la Virgen de los Milagros de Palos de la Frontera, la Virgen a la que rezó Colón antes de viajar por el Atlántico.
Uno de los mundillos, el que emplea Alfonso en este momento, es más pequeñito, portable, el que puede usar en casa mientras ve televisión por la noche porque esto es trabajo pero también le relaja. El otro mundillo, impresionante, tiene espacio de sobra para dos personas trabajando a la vez cuando el encargo lo demanda, que es en ocasiones porque puede ser la mejor forma de entrelazar las mallas.

Entre sus trabajos, se encuentran piezas como en el encaje para el manto de Borrero de la Esperanza de Triana, el sombrero de hilo de oro para la Divina Pastora de Capuchinos de Sevilla, percherines para Dolores del Cerro, Montserat, o el pañuelo de la Salud de San Gonzalo, la Esperanza Macarena, además de puñeras de oro para Montserrat, la Piedad del Baratillo...
No todo han sido buenos tiempos para el encaje de bolillos en oro. Hubo un tiempo en que estuvo cerca de perderse la tradición, como ha pasado con buena parte de la artesanía sacra, a cuenta de la falta de medios que en muchos años del siglo XX sufrieron las hermandades. Pero estamos en otro tiempo de oro. Un oro que se mece en encajes de bolillos de las manos de maestros como Alfonso Aguilar.